La otra verdad del escritor Fernando Vallejo

La otra verdad del escritor Fernando Vallejo

Fuera de cámaras y micrófonos

Por: Diego Fernando Gallardo Téllez
mayo 28, 2014
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La otra verdad del escritor Fernando Vallejo

El escritor de Alfaguara Fernando Vallejo fue el invitado más ovacionado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2014, incluso más que Mario Vargas Llosa; y en sus dos presentaciones logró llenar el auditorio José Asunción Silva. La primera, para hacer un irreverente pero suplicante llamado a los colombianos a votar en blanco en las elecciones presidenciales, a asumir su país, ese del que muchos no consideran parte al escritor. La otra presentación fue para presentar su novela “Casablanca la bella”, editada por Alfaguara. Sin embargo, esa verdad de Vallejo ya fue contada en los medios de comunicación.

La verdad que nos interesa es otra, la del Vallejo fuera de cámaras y micrófonos; la del Fernando interlocutor de sillón. Un tipo con un humor acogedor, que no escatima un segundo en preguntar cómo estás, en ofrecer algo de tomar, en recordar con ternura lugares y personas que ha conocido, en hablar de café, flores, y por supuesto, de animalitos. Una voz de septuagenario casi yéndose por tantos gritos de furia pero que se esfuerza por solicitar con amabilidad que tomen asiento. Un desgarbado que se llenó de angustia al saber que a las 10 de la noche aún lo esperaban unas 15 personas afuera de la oficina de la Cámara del Libro en Corferias esperando por la firma de un libro, e interrumpió inmediatamente su trabajo para ir a atenderlos y pedirles disculpas por no haber salido “-Pero es que nadie me dijo que me estaban esperando, qué vergüenza con ustedes-”. El mismo que al salir a las 12 de la noche recibió con pena cuando en forma de broma, le dijeron que aún había gente esperándolo. “-Ay no me digan eso, no podría dormir sabiendo que todavía me están esperando con éste frío-”, lo cual pone en evidencia que la ternura de Fernando Vallejo es su verdadera identidad, y por el contrario, la furia con la que se despliega es recurrente y noble; y necesita de horas y penas para concentrar la tenacidad con la que arremete contra todo lo que día a día nos lleva a una muerte gangrenosa, lo que nos hace unas calaveras vivientes.

Vallejo es, sin duda, una de las plumas más diáfanas de la literatura latinoamericana. Tiene todo para no necesitar otro mérito que ser él mismo: Un mar de contradicciones y una irreverencia que siempre termina por aplastar a su prudencia. Por eso es inteligente, porque no es sabio. Y es que de qué le serviría a un continente multicolor como el nuestro un escritor redomado, un escritor que no pretenda ser subversivo con sus disparos literarios, con sus críticas desaforadas, con sus reiteraciones que sólo incomodan a los oídos sordos y ante tanta indiferencia recurre a la angustia para erosionar una pésima realidad con palabras que en apariencia buscan peyorar todo lo que tocan, pero que no son más que un grito de auxilio, no para él, para nosotros mismos.

Es que en Colombia, un país con una arrogancia mal elaborada como buen cristiano que es, que a pesar de su pronóstico tan reservado como sociedad se mofa de ser el país más feliz del mundo, un francotirador como Fernando Vallejo despierta más odios que amores. Si bien el maestro exagera en los términos con su inconmensurable crítica al país de Uribe y Francisco de Paula Santander, no es más que el síntoma de un incomprendido dolor de patria, como el que no siente la mayoría de los que representan esos exaltables “antivalores” tan colombianos. Sin duda alguna, Fernando Vallejo desgarra su corazón para cumplir un deber que no cumplimos nosotros, aunque eso le implique ser la diana de los colombianos moralistas. Y es que no olvidemos que como dijo un bigotón alemán, los moralismos son la careta o el antifaz de los que carecen de moral, y Vallejo sí que es un hombre de moral y de principios.

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