La otra pandemia que tiene que acabar

La otra pandemia que tiene que acabar

Una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia a lo largo de su vida, ¡esto tiene que parar!

Por: MARÍA ANTONIETA CANO ACOSTA
noviembre 24, 2020
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La otra pandemia que tiene que acabar

¡No!, esto no puede ser normal, ni es natural, ni es tolerable, ni es humano, que en el mundo actual se sigan ejerciendo todo tipo de violencias sobre las mujeres, que ellas continúen siendo las víctimas privilegiadas de maltratadores, violadores y abusadores sexuales y que, además, sigan siendo presa fácil de las multinacionales, los gobiernos neoliberales y patronos explotadores que les siguen escatimando la igualdad en el salario y las maltratan en sus condiciones de trabajo por el solo hecho de ser mujeres.

El panorama es aterrador. Treinta y nueve años después de haberse adoptado el 25 de noviembre como la fecha para denunciar la violencia contra las mujeres, es evidente que aún estamos a años luz de alcanzar el respeto por la integridad física y mental de esta mitad de la población mundial. La violación permanente, sistemática y cotidiana de los derechos de las mujeres es el pan de cada día. La violencia, esa que no les permite elegir, que mutila y maltrata el cuerpo y la existencia de las mujeres sigue latente y se recrudece. A estas alturas, ningún país ha logrado la igualdad de género, ¡ninguno!, y lo peor es que con la crisis del COVID-19 se erosionan paulatinamente los escasos logros que había.

Tan cruda realidad cobra especial relevancia aquí en Colombia, pues a la violencia endémica que desde siempre nos ha azotado y que golpea con especial énfasis a las mujeres, se le suma la miseria provocada por la quiebra agrícola e industrial como consecuencia del modelo neoliberal. Las penurias de trabajadores y trabajadoras se agravan con los bajos salarios y las prolongadas jornadas laborales. Aumenta la informalidad a casi 70 % de las familias colombianas, muchas de ellas con jefatura femenina. Los gobiernos les toleran a las multinacionales emplear mano de obra infantil y femenina e imponer condiciones infrahumanas de trabajo. Aunque en el papel se dé el “reconocimiento formal de algunos derechos”, de facto, la negación sigue siendo la norma.

En Colombia, la situación económica y social de las mujeres es lamentable. El desempleo es más alto que el del hombre, hay 20% de brecha salarial, es menor el acceso a los puestos de trabajo en la economía formal y persisten taras culturales que la condenan a una posición de inferioridad y sumisión. Las mujeres menores de 25 años, con educación secundaria completa y que son cabeza de hogar, experimentan las mayores brechas laborales. Las mujeres casadas presentan asimismo tasas de desempleo dos veces más altas que las de los hombres, condición que limita sus posibilidades de participación en el mercado laboral. Mientras tanto, cada vez mayores responsabilidades recaen sobre los hombros de las mujeres: según cifras oficiales, los hogares con jefaturas femeninas en el área urbana es de un 40 % aproximadamente y en la rural de más o menos un 26%.

Frente a la violencia física, sexual y psicológica –el mayor flagelo que sufren las mujeres–, se refuerza la concepción cultural de que el poder y la opresión del hombre sobre ellas son naturales. La Encuesta Nacional de Demografía y Salud (2018) señala que el 39.4% de las mujeres y el 41.3% de los hombres están de acuerdo con que “los hombres de verdad son capaces de controlar a sus parejas” y que el 36,5% de ellas y más de la mitad de los hombres piensan que “una buena esposa obedece a su esposo siempre”. Es sobre esto de lo que tenemos que hablar. Empezar a cambiar unos patrones culturales tan arraigados en la sociedad es dar un paso hacia delante en la lucha por la igualdad. Falta mucho camino por recorrer.

La violencia contra las mujeres es un problema estructural y para resolverlo se tiene que mirar en concreto. Por ejemplo, las cifras hablan de que el trabajo no remunerado que realizan las mujeres equivale a un 20% del PIB. ¿Qué significa la cifra? Quiere decir que si el PIB per cápita fue en 2019 trescientos mil millones de dólares, el trabajo gratuito de las mujeres representó sesenta mil millones de dólares. En 2018, el Dane señaló que cuidar a dependientes cuesta 185 billones, labor que tampoco se paga. Si se tiene en cuenta que el número de hogares es de 15.567.256, en Colombia, cada familia trabaja gratis en promedio un equivalente a 11 millones de pesos, familias pobres pertenecientes en un  80% a los estratos 1,2 y 3. Son esas familias, y dentro de ellas las mujeres, las que producen 185 billones de pesos en 36,5 millones de horas de trabajo, en las cuales las mujeres trabajan gratis, como otra consecuencia más del machismo y por supuesto de la política del gobierno de crear espacio fiscal para reducirles los impuestos a las multinacionales y al capital financiero. Los billones que el Estado se ahorra al no dar la educación y al no remunerar el cuidado de los niños, los enfermos y las personas de la tercera edad, como tampoco otras labores, van a parar a manos del capital especulativo.

Es de esto es de lo que hablamos, de explotación de todo tipo. Por eso no contarán nunca más con nuestro silencio. Por eso el 25 de noviembre nos uniremos en una sola voz para gritar basta ya: basta a la violencia de género, a las violaciones y a los feminicidios; basta a la brecha salarial del 20%; basta al trabajo no remunerado; basta a la violación permanente, sistemática y cotidiana de los derechos de las mujeres. ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta ya! Un mundo digno para todas y para todos sí es posible, ¡luchémoslo!

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