Indudablemente la ciudad de Cartagena es el principal destino turístico del país, es una especie de punto de convergencia de personajes y eventos relacionados con la política, la farándula, el deporte, el arte y la cultura. A ella llegan diariamente toda clase de famosos y anónimos, ya sea para el descanso, los negocios o simplemente para conocerla. La procedencia y el perfil de los visitantes es muy variado, desde humildes trabajadores provincianos hasta famosos internacionales.
La ciudad se ha convertido en un curioso crisol donde se mezclan cultura, abolengos en desuso, dinero, comercio, miseria y oportunismo de todo tipo. Es fácil distinguir una clase social de tradición, heredera de apellidos y fortunas desde los inicios de la época republicana, ubicada inicialmente en los tradicionales sectores de Manga, El Cabrero, sector amurallado y Pie de la Popa, la cual representa un importante factor de desarrollo económico de la ciudad y el departamento. Esa misma clase incursionó y se adueñó de la política y del reparto burocrático en la administración pública.
Adicionalmente, en la ciudad existe un significativo sector que podríamos llamar transeúnte, con intereses, negocios y residencia ocasional, pero con fuerte influencia en la vida de la población. A este grupo pertenecen comerciantes, industriales y empresarios de todas las regiones del país, hasta extranjeros con licencia para actuar como nativos. A estos dos sectores bien identificados los acompaña una clase media que se asfixia con el alto costo que implica vivir en la llamada fantástica. Entre este complejo entramado social están los sectores medio-bajos, generalmente empleados del comercio, propietarios de pequeños negocios informales, profesionales de pocos ingresos, los que viven del turismo y sus actividades conexas, entre otros.
En esa dinámica demográfica y social se mueven 205 barrios que albergan un poco más del millón de habitantes, de los cuales cerca de 280 mil están en pobreza extrema y unos 42 mil en estado de mendicidad, según cifras de oficiales.
Esa es otra Cartagena, observable en calles y plazas, compuestas por seres que deambulan por las puertas de los hoteles pidiendo limosna, que observan con asombro los precios en las vitrinas de las tiendas del sector turístico, que atosigan a los comensales de los restaurantes al aire libre, que tratan de mitigar su necesidad sonriendo la turista para ver si les regala algo. Esta Cartagena es visible en sectores cercanos al cordón amurallado, en los barrios que bordean la Ciénaga de la Virgen, en las faldas del Cerro de la Popa, en el corregimiento de la Boquilla, en los cinturones de miseria que se observan desde el avión al llegar al aeropuerto Rafael Núñez. Esta cara es poco conocida por el turismo, es un cocido de necesidades, ocasionado y alimentado por desidia estatal, el marginamiento, el desempleo y la llegada de desplazados de regiones cercanas, inclusive de Venezuela, cuyos nacionales ya conforman una fracción significativa.
La situación es cada día más compleja y preocupante. Paralelamente han crecido fenómenos como la inseguridad, muy alta y recurrente, hay temor en las calles, aumento de la deserción escolar, que incrementa el trabajo infantil y pandillas juveniles o los grupos de jóvenes en riesgo, la prostitución adulta e infantil, que es descaradamente observable, el desempleo, la marginalidad, la discriminación y la exclusión, entre otros males de no menos impacto en la vida social de los cartageneros. A todo esto se suma la corrupción en sus más altos niveles y variedad, con la complicidad de una población que permanece impávida ante sus mismos problemas y sigue votando por los mismos de siempre, muchas veces vendiendo el voto.
La mezcla de estos problemas y el fracaso de quienes la han administrado por décadas, hizo posible que hoy sea una ciudad sin esperanza, desarraigada, que ha perdido su identidad, con una cultura de desorden, de ilegalidad, del todo se puede, de conformismo, del “rebusque diario”, en la cual se tipifican fenómenos que la hacen inviable socialmente. No hay gobierno, no hay autoridad, hay desempleo, tiene grandes problemas de movilidad, hay ocupación y apropiación del espacio público de manera desmedida, carece de opciones para la recreación infantil, no se conocen o son poco efectivos los planes de desarrollo social incluyentes, tiene uno de los más altos costos de servicios públicos y arriendo del país, y los que es más preocupante, no se vislumbra solución alguna. Es necesario que la población despierte y asuma con responsabilidad el papel histórico que le corresponde dentro de los procesos de elección de sus gobernantes.