La edición 174 de Libro al Viento, magnífico proyecto editorial de la Secretaría de Cultura y del Instituto Distrital de las Artes, de circulación gratuita, y que por estas fechas se puede encontrar en puntos de lectura de Transmilenio, y en el pabellón de IDARTES, de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, está dedicada a Luis Tejada Cano, oriundo de Barbosa, Antioquia, uno de los grandes prosistas colombianos, maestro de la paradoja, de filosa pluma y fino humor.
El libro se llama 'La Oración de la Última Rana (y otras crónicas)', y en la cubierta aparece Tejada Cano con su humeante pipa entre labios, como lo caricaturizó Ricardo Rendón, genio antioqueño del trazo, que con su estilográfica hizo trizas a políticos y mandamases en los diarios de época, quien en la mañana del 28 de noviembre 1931, después de saborear los últimos sorbos de una cerveza en el Café La Gran Vía, de Bogotá, decidió terminar con su vida de un pistoletazo. Vestía de negro y expiró con el sombrero puesto. Apenas tenía 37 años.
Tejada Cano, el cronista, también murió joven, de 26, en un hospital de Girardot, deceso que atribuyen a una tisis mal tratada. Dejó escritas más de 700 estupendas piezas literarias, publicadas entre 1916 y 1924, en distintos diarios, como El Espectador, donde don Luis Cano, su tío materno, le compensaba su precoz talento.
En sus copiosos escritos, el apodado 'Príncipe de los Cronistas' dejó bellos retratos de oficios y costumbres, como 'El Carpintero', pero en sus planas satíricas se mofaba de sí mismo, de su retorcida corbata "como culebra de platanal", y de las "corbatas" de la amañada burocracia; del amor, la moda y la belleza, del pesimismo, pero más del optimismo, de políticos y acaudalados, leguleyos y chupatintas, y hasta de los que escurrían lágrimas leyendo culebrones folletinescos.
De las 40 crónicas que pueblan la recomendada antología de Libro al Viento, selección y prólogo de Fredy Ordóñez, hay una que rompe con la sorna y las greguerías del bien llamado "reciclador de paradojas", y es justamente la que abre la compilación. Se titula 'La Oración de la Última Rana", súplica urgente ante la sequía que, a principios de los años 20, acontecía en Bogotá y sus alrededores.
Como el inclemente y prolongado verano que hoy nos tiene pasando angustias por el desabastecimiento de los embalses que retroalimentan de agua a Bogotá, hoy con niveles mínimos, que ha forzado a la administración distrital el racionamiento del líquido en gran parte de la ciudad, que podría incrementarse indefinidamente, con el temor y la incertidumbre de un inevitable racionamiento eléctrico.
Símbolo del agua
La conmovedora lectura de 'La Oración de la Última Rana' me remitió a las dramáticas fotografías que han venido publicando los diarios de los terrenos cuarteados y salitrosos de las represas, con sus venas abiertas de la insufrible resequedad, los despojos de aves, peces y mamíferos, y los pesarosos testimonios de lugareños, hidrólogos, geólogos y guardabosques, desconcertados ante tan desoladora visión apocalíptica.
La rana, símbolo del agua, de la vida, del frescor y la esperanza; soberana de todos los verdes en estanques, riachuelos y quebradas, por siglos fuente de inspiración de cuentos, fábulas, nanas de cuna, canciones y poemas como el de 'La Rana Sebastiana', nos pone ahora frente al muro de los clamores con esta rogativa providencial del gran Luis Tejada.
Cronista de su tiempo, Tejada Cano dejó en su plegaria una joya para la posteridad, que ojalá los maestros de escuelas y colegios tuvieran en cuenta para trabajar con sus alumnos en las clases de español y literatura, como antaño se aplicaba con el cuento, la fábula y la poesía: un ejercicio lúdico y de memorización de las obras clásicas de grandes letrados como Rafael Pombo, en 'Rín Rín Renacuajo'; José Manuel Marroquín, en 'La Perrilla'; o Enrique Álvarez Henao, en 'La Abeja', por nombrar solo tres referentes del parnaso colombiano.
Dice la escritora española Irene Vallejo, presente en la FilBo 2024, que en épocas de grandes desafíos, ligereza y competencia a ultranza, quienes se dedican a la enseñanza deben afrontar cada día auténticos malabares y suertes de equilibrismo para que su abnegado trabajo no se convierta en un campo de batalla, y que por eso es necesario recurrir al juego colectivo de los imaginarios, cuyos vehículos están al alcance de la mano en libros de relatos y aventuras, en cancioneros y poemarios.
Lo sostiene, quien se ha erigido como la Sherezade de nuestros tiempos, a partir de la publicación de su premiado ensayo 'El Infinito en un Junco': la historia de los libros y los libros a través de la historia, con el agregado de su vocación como promotora de lectura en su periplo itinerante por naciones y remotas aldeas del orbe, ejemplo vivo que acaba de rubricar de la mano de la escritora, poeta y gestora cultural Velia Vidal, por comarcas olvidadas del Chocó.
Dejo al interés de ustedes 'La Oración de la Última Rana'. No la pierdan de vista. Compártanla con sus familiares, vecinos y amigos; enséñenla a sus hijos. La sed que estamos sufriendo no es únicamente la de la escasez de agua. Hay una sed mayor de la que no nos percatamos por estar embebidos en las pantallas y en los artificios efímeros de la materialidad. Es una sed inagotable de amor, esperanza y solidaridad.
Y, por favor, ahorremos agua.
'La Oración de la Última Rana'
"¿Qué ha sido de las buenas ranas de la sabana durante este largo verano abrasador? Yo, que vivo fuera de la ciudad, en el campo iluminado y melancólico, no he vuelto a oír su canto vespertino. Quizá se haya apagado para siempre la voz de las dulces flautas de las ranas; quizá todas las ranas de la sabana hayan expirado tostadas por el sol cruel y yazgan ahora entre los yerbales sus cadáveres negros y retorcidos, como suelas de zapatos viejos.
Yo quisiera escribir un modelo de oración o rogativa, para uso de la última rana, de esa pobre rana superviviente que debe estar por ahí metida entre los pliegues de una hoja seca.
Podría decir así: "Señor: tened piedad de la última rana del campo, ahogada entre el polvo de los pantanos extintos, herida por las lanzas de las yerbas áridas de las praderas".
En el universo infinito, poblado de espléndidas mansiones, cruzado de soles y de mundos, yo no pido para mí sino una pequeña hoja húmeda o el hueco que ha dejado el casco de un caballo, lleno con el agua fresca de la lluvia.
Enviad sobre la tierra esa bella nube negra, preñada de dulces relámpagos, mensajera de la tempestad, de la alegre y violenta tempestad, cuyo fragor es música celeste, voz divina, clarín sacrosanto que anuncia la vida al infinito anfibio de las lagunas secadas por el sol.
Enviad sobre la tierra esa bella nube que ha de traer en su seno el licor fino y confortante para nuestras bocas quemadas, perennemente abiertas sobre el cielo cruel.
Señor: ten piedad de mi gran sed. Yo soy la última rana. Siento que mi piel reseca se abre y se arruina como los terrones del agro. Yo no soy sino un pequeño terrón negro con dos ojos dolientes, llenos de vaga esperanza.
¡Señor: oíd la oración de la última rana!