Gustavo Petro es presidente de la República porque ejerció desde el Congreso de modo implacable, sistemático, sustentado, la oposición. Fue, con una representación parlamentaria mínima, el jefe de la Oposición. Todos los demás candidatos a la presidencia parecían unos novatos frente a él, como quedó demostrado en la elección final. Tenía claro que no habría otra oportunidad para el uribismo, porque no hay gobierno desprestigiado que haya elegido un sucesor en elecciones libres, lo cual fue para tantos la mayor sorpresa electoral cuando Federico Gutiérrez se quedó en la primera vuelta, y sabía que la candidatura absurda de Rodolfo Hernández era un fenómeno mediático sin raíces políticas. Y es que la oposición hay que construirla con tiempo, con criterios, con conocimiento de las necesidades de la gente, con arraigo popular.
Reina hoy Gustavo Petro en solitario porque la oposición a su gobierno no existe. Primero, quien debería ejercerla por derecho propio, el ingeniero Rodolfo Hernández, sin ninguna representación parlamentaria, dejó tirada su curul y sus diez millones de votos en el desperdicio más grande de un capital político que se haya visto en Colombia. Segundo, la construcción de una coalición mayoritaria en el Congreso, ha llevado al fenómeno curioso de que por ser tan variada y reunir en ella todos los intereses, el debate legislativo se hace en su seno. La reforma tributaria es un ejemplo notorio: el proyecto presentado por el Gobierno fue negociado internamente con los partidos Liberal y Conservador (que es el viejo establecimiento), los demás partidos de centro e izquierda y aun los independientes, de modo que lo que salió fue una legislación acogida nacionalmente.
Es importante no confundir el debate parlamentario, donde se discuten las iniciativas gubernamentales por los partidos de la coalición, con lo que constituye una oposición política. Lo que se está construyendo con esa coalición se llama de otra manera: gobernabilidad. Su artífice es el senador Roy Barreras, quien como es poeta sueña con irse a vivir a Lisboa, cuando es aquí donde se le necesita.
Y tercero, pero no lo menos importante, porque la real oposición parlamentaria está constituida por el Centro Democrático, cuyo líder natural el expresidente Álvaro Uribe ha sido más que conciliador y respetuoso con las iniciativas del presidente, y más aún con los resultados de los debates de la coalición. Las figuras del uribismo, sobre todo las senadoras Paloma Valencia y María Fernanda Cabal, son aves solitarias en el paisaje parlamentario y en la opinión pública, donde gozan de un espacio desproporcionado a su caudal político que recoge la más extrema derecha, alentada por su permanente furia. Con ese electorado recalcitrante pero reducido no hay posibilidad alguna de que se conviertan en alternativa de poder.
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Hay alguna oposición de dirigentes políticos por fuera del Congreso, encarnada en algunos excandidatos presidenciales, ampliamente derrotados, pero esas aguas no hacen ni un riachuelo
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Y hay alguna oposición de dirigentes políticos por fuera del Congreso, encarnada en algunos excandidatos presidenciales, ampliamente derrotados en las elecciones, que están recogiendo sus banderas, en el ejercicio de una cerrera oposición por Twitter, siguiendo la fórmula que le resultó tan exitosa a Petro: oponerse a todo. Enrique Gómez, Ingrid Betancur, Jorge Robledo y Sergio Fajardo, este último una persona tan excepcional digna de mejores destinos, que tristemente pasará a la historia por no haber llegado a la Presidencia, primero por no hacer una coalición y segundo por hacerla. Pero esas aguas no hacen ni un riachuelo.
Curiosamente, por fuera del Congreso, la única figura política nacional que ha hecho una oposición como Dios manda, con argumentos contundentes, con autoridad intelectual y política, es Germán Vargas Lleras, jefe natural de Cambio Radical, un partido independiente, quien ha manifestado su desinterés por ser candidato presidencial. De resto son las redes sociales convertidas en una alcantarilla donde todas las mentiras, infundios e injurias tienen cabida, y los comentaristas de los medios, en un país que no lee, quienes se escandalizan o pontifican sobre lo que debe hacerse, alimentados por el peculiar estilo presidencial de lanzar globos al aire, ideas sonda, para ver que recibo tienen y proceder a desecharlas, ajustarlas o impulsarlas, siempre sometido a los dictados de la separación de poderes y del respeto a la ley y a la Constitución. Esa Constitución que garantiza los derechos de la oposición, que como vemos, no existe.