Érase una vez un pueblo lleno de naturaleza y de riquezas culturales. Una tierra habitada por indígenas que fueron asesinados, infectados, violados y esclavizados por una ralea de hombres blancos cuya ambición, egoísmo y sevicia, les imposibilitaba reconocerse como sucios genocidas.
Pero el exterminio no fue total, pese a la purga conquistadora, las raíces lograron enredarse y volver a germinar desde la sangre, la injusticia y una impuesta nueva gama pálida de color a nuestro arcoíris mestizo de impactante diversidad.
Esta remembranza es propia de la época de celebración de los 214 años de la independencia de Colombia. Pero estas líneas están motivadas por los acontecimientos de la final de la Copa América en los Estados Unidos.
Antes de continuar, es claro que nos robaron dos penaltis, así como es claro, que los españoles nos robaron el oro y la dignidad. También es prístino, que era gol de Yepes, y que los gringos no pueden garantizar la seguridad ni la paz en un partido de futbol, la oreja de Trump, ni mucho menos, la vida de los palestinos.
Seguramente a muchos les rayarán mis palabras como se han pasado de la raya por la falda de Karol G. Pero necesito decirlas, sacarlas de mi. Creo que muchos colombianos estamos hartos de nosotros mismos.
Si bien nos une un nacionalismo enorme, nos separan, nuestras propias debilidades. No se si se trata de un legado de violencias en conserva lo que ha consolidado nuestra peligrosa agresividad. Nos odiamos por razones políticas, pero no es la política lo que nos hace vivir con miedo, somos nosotros mismos. Nosotros mismos somos funcionales a la política, una política por demás, corrupta e indiferente.
Es desgastante manejar un carro porque todo el mundo quiere ir adelante del otro, metérsele y si es necesario pegarle una buena insultada. En Colombia, la gente no deja pasar una ambulancia, no es posible pasar un cruce peatonal, porque es casi un milagro que un carro se detenga. Vivimos a la defensiva, muchos otros más, viven a la ofensiva.
Es una vergüenza el comportamiento de animales que tuvieron algunos muchos de nuestros compatriotas, pero ver entrar a la gente por los ductos de aire, falsificar boletas, cobrar parqueaderos gratis en el estadio, montar a sus hijos menores por muros, no significa mucho, cuando vemos morir a nuestros amigos por un celular, a los menos favorecidos por no acceder a la salud, violadas nuestras mujeres, ladrones linchados por una orbe sedienta de venganza, menores reclutados, jóvenes inocentes reportados como victorias militares, militares víctimas de terrorismo, niños muertos porque Olmedo y su cónclave de desgraciados, se roban miles de millones de pesos, o a Elvia Cortez a quien nadie recuerda por su nombre, pero sí, porque la explotaron con un collar bomba. Y podríamos seguir y seguir lamentablemente y ver que somos peores que los conquistadores.
Muchos no nos arriesgamos a salir a festejar la final de la Copa América porque siempre hay muertos por peleas y peleas por borrachos mala copa. Además nunca ganamos. Y hasta mejor que fue una negada copa, porque si ganamos, mueren más de nuestros compatriotas.
Nuestro futuro no está lavando baños en Estados Unidos o en Europa, no está narquiando, no está robando, nuestro futuro está en volver a dotar de valores a los menores, desde casa, para que en el mediano y largo plazo, volvamos a respetar la vida del otro. Ese es el verdadero camino de la independencia. No el de la malicia indígena, la cual, ya no está más nunca justificada.
Necesitamos independizarnos de personas sin educación pero con plata como los Ñesurún. Innegablemente, aunque el mono se vista de seda, mono se queda.
Porque no son los verdes, los que nos independizan sino los que nos esclavizan. Y no quiero sonar como una castro-chavista, pero la libertad y el orden de nuestra bandera, se logrará sin imposiciones sino con concesiones. ¿Qué estarías tu dispuesto a dar?
La ola amarilla es un efecto casi psicodélico que nos une como pueblo, que nos enorgullece en un viaje de tan solo noventa minutos, bueno, a veces, hay alargue. La olla amarilla es nuestra realidad.
Twitter: @DianaAriasAjua