La Oficina de la Toga
Opinión

La Oficina de la Toga

No debería existir delito peor ni ofensa más grande a la institucionalidad de un Estado, que el de usar información sobre delitos para cometer otro delito

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octubre 10, 2017
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En un lugar discreto, a salvo de miradas o escuchas inoportunas, varios personajes siniestros se reúnen para hablar de negocios. Los celulares se han dejado en un sitio apartado, todos están seguros de que nadie podrá grabar lo que se va a discutir en la reunión.

Uno de ellos, el de más edad, abre la reunión con chistes flojos subidos de tono, siempre en torno a las mujeres, la política o el deporte. Una vez roto el hielo, comienza la sesión con la solemnidad que el tema amerita. “Señores”, dice el líder, hoy vamos a analizar tres casos que parecen prometedores. Se trata de tres personas que hemos investigado a fondo, lo que nos ha permitido establecer que en los últimos meses han “coronado” varios negocios importantes. Acá les paso la lista detallada. Acto seguido, el moderador de la reunión procede a escribir en una servilleta de papel detalles concretos de los recientes éxitos económicos obtenidos de manera criminal por las personas que su gente ha venido siguiendo, mediante el uso que todo su poder de corrupción le puede dar. Son tres personas dedicadas al delito en varias de sus manifestaciones; lo cual, según las averiguaciones del orador de la reunión, les ha permitido acumular en poco tiempo una gran cantidad de dinero en efectivo.

Como, ven, continua el hombre, acá tenemos la oportunidad de sacarles una buena tajada de sus ganancias; no toda, para que puedan seguir adelante con sus negocios.

Los asistentes a la reunión se revuelven inquietos en sus asientos. Hacen cuentas y cálculos alegres y se esfuerzan por parecer impasibles. Pero a la larga el entusiasmo los envuelve a todos y el orden de la reunión se rompe, cada cual queriendo proponer sus propios métodos para meterle mano a los dineros de sus tres elegidos.

Al fin la autoridad del más antiguo se impone. Cuando por fin logra restablecer el orden, les dice a todos en tono experto: vamos a hacer esto bien; sin apresurarnos. Primero, los vamos a contactar para pedirles su colaboración voluntaria, para la causa. Digamos el 30 % de lo que sabemos se ganaron en el último año. Si no aceptan (y estoy casi seguro que así será), les enviamos a un amigo con suficiente poder para intimidarlos, sin necesidad de cumplir en este momento las amenazas. El amigo les va a contar todo lo que sabemos de sus negocios, y les va a decir que él puede intermediar para evitar que nosotros procedamos contra ellos, caso en el cual se quedarían sin nada de lo que han conseguido; y hasta perderían la posibilidad de mantenerse en la actividad. La idea es que ese amigo parezca independiente de nosotros, para que ellos crean que lo hace de manera separada. Lo importante es entregarle al amigo toda la información que tenemos sobre las “vueltas” de nuestros tres elegidos, para que entiendan que no tienen otra opción que negociar con nosotros. En último caso, si se ponen de rebeldes, pues actuamos con todo lo que tenemos y los hundimos para sacarlos del negocio. ¿Cómo les parece mi idea?

Luego de un largo y acalorado debate acerca de cómo se van a repartir el producto de su plan, con el cual todos estuvieron obviamente de acuerdo, proceden a convocar a su personal de campo para que comience a ejecutar las órdenes tendientes a su cumplimiento. Pero, como siempre ocurre, la codicia de algunos y el descuido de otros hacen que estos hechos salgan a la luz y se conviertan en noticias.

Lamentablemente, no se trata del guion barato de alguna de las novelas de narcos que inundan nuestra televisión. Lo que bien podría ser una reunión de rutina en una de las tantas oficinas de cobro de la delincuencia, dedicadas a quitarles parte del producido de sus delitos a los delincuentes menos poderosos, es en realidad lo que pasa cuando jueces, fiscales y magistrados corruptos se reúnen para darle el peor de los usos a la información privilegiada que acopian los miles de investigadores honestos que conforman los cuerpos de seguridad del país. No debería existir delito peor ni ofensa más grande a la institucionalidad de un Estado, que el de usar información sobre delitos para cometer otro delito. Los jueces que proceden de esa manera no deberían esperar ningún tipo de consideración de parte no solo de sus colegas sino de una sociedad que los invistió con el supremo poder de administrar justicia.

 

En una rueda macabra, el gobierno de turno les concede préstamos irregulares
a empresas corruptas (Banco Agrario a Navelena/Odebrecht/Luis Carlos Sarmiento),
a sabiendas que estos créditos jamás se van a pagar

 

¿Quién paga por esto? Los de siempre. En una rueda macabra, el gobierno de turno les concede préstamos irregulares a empresas corruptas (Banco Agrario a Navelena/Odebrecht/Luis Carlos Sarmiento), a sabiendas que estos créditos jamás se van a pagar. A su vez, estas empresas corruptas les entregan parte del dinero a los politiqueros para que compren votos que permitan reelegir al presidente; quien luego va a quedar amarrado con estos gamonales. En un giro de cierre de la tuerca, los magistrados ladrones les quitan parte de las ganancias de la corrupción a estos políticos, quienes saben que la próxima vez deberán robar aún más para poder satisfacer a los integrantes de la siniestra Oficina de la Toga.

No nos engañemos: este sistema político está perfectamente diseñado para perpetuarse por la vía del delito a plena luz del día.

 

 

 

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