“Barranquilla puerta de oro, París la ciudad luz, Nueva York capital del mundo, del Cielo Cali la sucursal” reza la canción compuesta por Jairo Varela e interpretada por primera vez por el grupo Niche en 1984. Aunque este apelativo fue naciendo poco a poco a partir de los años setenta después que Cali fue sede de los juegos panamericanos, no cabe duda de que esta salsa lo consagró a lo largo y ancho del país y del mundo.
Fue por el Pacífico que ese ritmo nutrido de la guaracha, el son, el guaguancó y el son montuno, de herencia africana por supuesto y cristalizado en New York con la incorporación de los vientos y conocido como salsa, entró a Cali por eso de la década del 60. Cuentan que desde Nueva York salían discos de acetato en grandes buques que surcaban el Pacífico y llegaban a Buenaventura. Allí, entre el trajinar de las mercancías, los pasajeros e incluso marines, que embarcaban y desembarcaban, estos discos tocaban tierra, pero una vez en Cali tocaban el alma de los caleños.
Fue en los barrios populares que este ritmo se escuchaba y bailaba con gran entusiasmo al comienzo, pero a la larga ese ritmo alegre, de acordes elegantes y arreglos ingeniosos e intrépidos se incrustó en la sociedad en general y Cali con el tiempo llegó a ser conocida como la capital mundial de la salsa. Sin embargo, ganar semejante título no fue una cosa natural, proveniente únicamente del apego de la gente por este ritmo, sino que fue el dinero del narcotráfico el que aupó la industria musical, patrocinó la apertura de bares, clubes y discotecas, por medio de los cuales lavaban su dinero a la vez que se divertían.
Cuenta Fernando Rodríguez, hijo del narcotraficante Gilberto Rodríguez Orejuela, uno de los capos del cartel de Cali, que varios grupos musicales fueron a sus fiestas, entre los cuales estarían Oscar D’León, el Grupo Niche y hasta el Gran Combo de Puerto Rico. Esto no es nuevo, lastimosamente es común encontrarse con que grupos famosos y artistas famosos van a las fiestas de los “narcos”.
La salsa sin duda alguna ha sufrido (para nuestra desgracia) la influencia del dinero del narcotráfico y cedió un poco a la influencia de la cultura “narco”. Además, lastimosamente, también se sumó al consumo de coca o “perico”, que es y fue común en las fiestas salseras. Aun así, la danza, los instrumentos y el son siguen siendo elegantes y estilizados, producto de un gran conocimiento musical, muy diferente al “perreo” y el “flow” del reguetón.
Pues bien, resulta que ahora hemos pasado de la salsa al reguetón, de la sucursal del cielo a Medellín y con ello del cartel de Cali a la Oficina de Envigado, el Clan Úsuga y sus organizaciones. “La ciudad de la eterna primavera” se ha convertido, según dicen, en la capital del reguetón y con ello su “dale hasta abajo”, “cuatro babys”, carros de lujo, gorras planas y actitud “maleante” tomaron la ciudad y el país.
Recordemos que por allá en el 2012 en la isla de Múcura fue detenido el narcotraficante “Fritanga” y dentro de su fiesta de matrimonio que duró 6 días, un grupo de varios reguetoneros se encontraban, unos tales, Ñejo y Dalmata, los Mortal Kombat, un tal Arcangel y otros tantos representantes del canto lírico del autotune.
Estamos ahora mismo en una encrucijada: por una parte, está toda esa “cultura narco” que está explotando la industria “reguetonera”; por otra, está el concepto propio de música, pues ahora las letras muestran un gran ingenio poético y los arreglos musicales, un perfecto dembow, ingenio musical tal que la salsa nunca podría lograr. Pero no vamos a desechar el reguetón, hacerlo es imposible, ya que dejó hace rato de ser un ritmo marginal y pasajero para quedarse, por lo tanto, esperemos que como ritmo mejore y transmita alguna cosa positiva para la sociedad y no la vacuidad del lujo como valor supremo.
Creo que a pesar del gran éxito del reguetón, nosotros, el pueblito, este diciembre, aún pondremos a sonar a los hispanos y su Feliz noche buena; Johnny Ventura y sus Cantares de Navidad; Héctor Lavoe y Willie Colon con sus Aires de Navidad; la Billo’s Caracas Boys y el Gran Combo de Puerto Rico con La fiesta de Pilito y No hay cama pa’ tanta gente y Navidad de Guayacán, y al grupo Niche, y por supuesto otros clásicos inolvidables como El hijo ausente, el Arbolito de Navidad y Cinco pa’ las doce.
Por último, parafraseando a la Billo’s Caracas Boys, entre pitos y matracas, entre música y sonrisa, recordaremos que debemos despojarnos para siempre de esa cultura mafiosa y esos representantes políticos corruptos y mafiosos que gobiernan nuestro país.