Jaime Alberto Parra, a quien la JEP le acaba de anunciar una condena por 23.00 secuestros, fue negociador de las Farc en La Habana y su viaje a Cuba fue en su momento una operación secreta.
Su nombre de pila solo les resulta familiar a un puñado de expertos en el conflicto armado en Colombia. Pero cuando se le menciona por sus viejos alias de ‘Mauricio Jaramillo’ o ‘el Médico’, los habitantes de las regiones por las que ha pasado el meridiano de la guerra saben bien que se trata de uno de los jefes más temidos de las antiguas Farc.
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Durante la última sesión de 2022 la Jurisdicción Especial para la Paz anunció que, como autor confeso de esos delitos, Jaime Alberto Parra recibiría una pena alternativa de entre cinco y ocho años de prisión, como lo contempla el Acuerdo de Paz de La Habana que él mismo negoció.
Parra y sus antiguos compañeros en la plana mayor de la guerrilla -hoy dirigentes de un movimiento político legal con asiento en el Congreso- escucharon el veredicto con sus cabezas agachadas. Esa fue la misma actitud que observaron cuando pidieron perdón a sus víctimas.
Parra, Mauricio o el Médico, se parece poco ya aquel hombre que en enero de 2012 le exigió al gobierno de Juan Manuel Santos que su salida de las selvas del Caguán hacia La Habana estuviera rodeada de garantías para su vida y fuera manejada en secreto porque entonces tenía cerca las patrullas del Ejército.
La misión de “extraer al médico” con sigilo, como lo mencionaban los documentos de la época, fue confiada al empresario caleño Alejandro Eder quien entonces era a la cabeza de la oficina de reintegración de la presidencia y a Jaime Avendaño, experto en conciliación y quien trabajaba con él. Sus condiciones fueron pactadas en territorio venezolano, en una hacienda de propiedad del coronel chavista Ramón Rodríguez Chacín.
El 20 de enero de 2012, a las cuatro de la tarde, los enviados colombianos aterrizaron en una aeronave provista por el Palacio de Miraflores en una pista situada a diez minutos de la hacienda El Corocito, en los llanos del estado de Barinas.
Les acompañaban Dag Nylander y Elisabeth Slaatum, garantes noruegos, y los invitados de la Cruz Roja Internacional, Jardi Raich y Michel Kramer. A la comitiva se unieron también los garantes cubanos Carlos Fernández de Cossío y Abel García.
Eder y Avendaño se encontrarían sentados a una pequeña mesa rectangular con Rodrigo Granda y Andrés París, representante de las Farc. El ambiente era tenso y el escenario incómodo. Tenso porque apenas dos meses atrás el Ejército había abatido en el Cauca a Alfonso Cano, sucesor de ‘Tirofijo’ en el mando de la guerrilla. Incómodo porque la mesita hacía que todos tuvieran que tomar apuntes o desplegar documentos ante los ojos de los demás.
En algún momento Granda abrió una carpeta de color habano y comenzó a pasar las hojas que estaban prensadas. Eder vio que tenía fotos suyas y de seguimientos a su familia. “Todo tiene que salir bien porque si esto es una segunda operación Jaque ustedes tendrán que responderles a las Farc y ya pueden ver que nuestro servicio de inteligencia es bueno”, dijo Granda. Un poco más atemperado, Jaime Avendaño tuvo que advertir que a nadie convenía emprender un viaje a La Habana a partir de amenazas.
La mesa estaba instalada cerca de la piscina de la casa. Los garantes permanecían internacionales estaban algo distantes de la mesa, pero atentos a cualquier consulta o requerimiento.
El punto nuclear de la discusión se relacionaba con la ruta de salida para Mauricio Jaramillo. Los enviados de Santos insistían que fuese por tierra porque creían que utilizar, por ejemplo, helicópteros con emblemas de la Cruz Roja, podría llamar la atención de terceros y levantar sospechas.
Sin traspasar las líneas rojas demarcadas por la Casa de Nariño, Eder y Avendaño cedieron y aceptaron las razones de su contraparte porque resultaba muy peligroso un desplazamiento por tierra, sobre todo por el alcance de los dispositivos militares en el Caquetá. Pero se oponían a que la nave que llevaría a ‘el Médico’ volara directo a Venezuela, pues sería difícil explicar a los controladores aéreos cuál era el objetivo del viaje. Se trataba de una misión secreta.
La polarización hizo que los emisarios oficiales llamaran a Bogotá. El gobierno dio luz verde para negociar las condiciones para el desplazamiento hasta Venezuela, sin escalas.
De la misma manera como los enviados de Santos hicieron la concesión de la salida por vía aérea, los de la Farc terminaron aceptando la participación de la Cruz Roja Internacional en el proceso que se iniciaba, luego de evaluar los riesgos.
Las Farc deberían informarle al Comité Internacional la Cruz Roja (CICR), no más tarde del 28 de enero de 2012, el aeropuerto base escogido para la partida hacía Venezuela del plenipotenciario de la guerrilla y de un integrante del equipo técnico que lo asistiría en La Habana. El organismo internacional, a su vez, le daría comunicación oportuna al gobierno colombiano para hacer los arreglos necesarios para el cumplimiento cabal de la misión.
Quedó asignada a las Farc una segunda tarea: no más tarde del 12 de febrero deberían delimitar un área circundante de 50 kilómetros alrededor del aeropuerto escogido en la que serían recogidos el plenipotenciario y su acompañante. La información también llegaría al gobierno por conducto del CICR.
Ese mismo 12 de febrero debían llegar a Bogotá los delegados de los gobiernos de Cuba y Noruega que, dos días después, se harían presentes, junto con un delegado del presidente de Colombia y otro del CICR en el aeropuerto base de la salida hacia Venezuela, que se produciría el día 15 a las 7:00 de la mañana.
Se acordó el alquiler de un helicóptero y también que la nave recogería en un punto de la selva a ‘el Médico’ y retornaría al aeropuerto base el trasbordo al avión que los llevaría a Caracas.
Fue establecido un compromiso inquebrantable de “secreto y discreción”. El asunto no era menor. A esas alturas había razones para pensar que un sector de las Farc, encabezado por Iván Márquez, que jamás creyó en diálogos y acuerdos, intentaría boicotearlo. Las partes sabían incluso que la línea Márquez había filtrado a los medios algunos detalles de gestiones anteriores con el propósito expreso de perturbarlas.
Los enviados del gobierno regresaron ese mismo día, en horas de la noche, a Bogotá y se dirigieron de inmediato a la Casa Nariño. Allí el presidente Juan Manuel Santos los esperaba en compañía de su hermano Enrique en su biblioteca privada. A ellos y al alto comisionado de paz Sergio Jaramillo los enteraron de todas las novedades.
Mientras los emisarios comenzaban a trabajar en la operatividad de lo acordado, el gobierno les asignó como apoyo a un alto oficial de Inteligencia. Se trataba del coronel Nieto, más tarde director de la Policía. Santos ordenó informar de todo al director de la Policía Nacional, general Óscar Naranjo.
Fue idea de Naranjo que la Policía organizara un destacamento con sus mejores comandos jungla para proteger el aeropuerto y el área donde se cumpliría la misión. Los hombres jungla podrían operar a discreción para neutralizar a quien quisiera interferir, incluido el propio Ejército.
Los delegados por el gobierno se instalaron en una oficina próxima a un complejo comercial del norte de Bogotá y allí organizamos el resto de la operación. En esa oficina reservada fue concebido un plan de contingencia. Como la Policía cumplía en ese momento una misión en Haití, el vuelo que llevaría a los plenipotenciarios a La Habana podría señalar rumbo a Puerto Príncipe y como aeropuerto alterno el de la capital cubana.
Cuando estuvo confirmado que el aeropuerto local escogido para el despegue del helicóptero habilitado por la Cruz Roja sería el de San Vicente del Caguán y estuvieron definidos los detalles, el presidente y Sergio Jaramillo determinaron que el delegado presidencial sería Jaime Avendaño y que Alejandro Eder, con el antecedente de las amenazas, se quedara en Bogotá.
El día señalado los comandos jungla estuvieron apoyados por equipos de inteligencia conformados por personal de civil. El helicóptero despegó sin problemas y voló hasta el punto en la selva, a pocos kilómetros de una de las márgenes del río Caguán donde debían ser recogidos Mauricio Jaramillo, el famoso ‘médico’ y Sandra Ramírez, cuyo nombre de pila era Griselda Lobo Silva, quien haría las veces de acompañante del plenipotenciario de la guerra en representación de su equipo técnico. Sandra fue la compañera sentimental de ‘Tirofijo’ y más tarde, con las Farc transformadas en partido político, sería elegida senadora de la república.
De acuerdo con los detalles observados por Jaime Avendaño, los dos enviados de las Farc a La Habana estaban vestidos de civil, pero acompañados por una fuerte columna de guerrilleros armados. Allí todo tenía un simbolismo fuerte y su propósito con ese despliegue armado era enviarle al gobierno un mensaje en el sentido de que no estaban derrotados militarmente.
Cuando fueron a abordar el helicóptero, ambos pasaron por una calle de honor que les hicieron varios de sus compañeros. Algunas guerrilleras despidieron a Jaramillo con lágrimas. Desde entonces no volvió a la selva y es posible que no vuelva a hacerlo.