Era una de las caras de NTN 24 con sus reportajes desde cualquier lugar del mundo. Su voz, escuchada. Era una vida, digámoslo de alguna manera, cómoda y apasionante. Pero Natalia quería ir mucho más allá de la televisión y se le midió al cine documental.. La potencia de las imágenes y el largo aliento de los relatos eran otra. Debutó a lo grande con la muerte de Gadafi con el documental Bengazi, beyond the front line (Más allá de la línea de fuego).
Una experiencia que le dio la fuerza para filmar en Colombia, y medírsele, cuando nadie entonces se atrevía hace cuatro años y el proceso de paz aun era una aventura política incierta, a tratar de entrar al mundo hermético de las Farc y romper el secretismo del gobierno en La Habana. Se propuso armar un largo- metraje, un proyecto al que le apostó RCN televisión. La película que le costó litros de sudor en La Habana y Colombia, mientras la atendían en Cuba se estrena este 20 de julio en las salas de Cine Colombia con un nombre que tuvo claro casi que dese el primer dia El Silencio de los Fusiles. Y vale la pena ver.
Las montañas del Cauca se levantaron varios metros, y luego volvió a bajar. Fueron más o menos 200 kilos de bombas que lanzaron los 12 helicópteros sobre Alfonso Cano. El Proceso de Paz se acababa. Pero el documental de Natalia muestra cómo y por qué siguió adelante.
Ahí está el valor de El Silencio de los Fusiles. Es una mirada curiosa, casi voyerista, de una de las conversaciones más importantes en la historia del país. Hay segundos de un valor incalculable: Pablo Catatumbo viendo a su mamá después de años de estar incomunicados, la reacción tras la muerte de Cano, cómo se tomaban los negociadores cuando el otro bando soltaba las bombas políticas,y así los momentos íntimos del Proceso.
No fue fácil. Cuando comenzó, nadie quería a las FARC y los comandantes no querían hablar con nadie. Natalia pedía las entrevistas y tenía que esperar días en el Hotel Nacional mientras se las daban. Días enteros pagando cámaras y camarógrafos, luces y gaffers, micrófonos y sonidistas… Todo bajo el implacable sol y la presión de producción. Pero aguantó y consiguió entrevistas que hoy son muy difíciles de conseguir: el Secretariado era transparente, no conocían el juego de la política y los micrófonos. Los representantes del gobierno, políticos todos de vieja data, lograron olvidar su papel en muchos casos y hablar casi como ciudadanos de a pie.
El documental tiene de hilo conductor la voz de Natalia. Sus reflexiones como persona ajena al conflicto, como la ciudadana de a pie que fue conociendo el mundo de la guerra. Como la mayoría de colombianos, tenía unas concepciones determinadas, un repudio total a la violencia. Hoy sigue teniendo el mismo desprecio, pero cambió la forma de ver a Colombia. Por cuatro años convivió con los actores de la guerra, y le cambió la vida; dejó de pensar desde la moral, y comenzó a comprender algunos actos de la guerra. Sus posturas se moderaron frente a una sociedad que se polarizaba aún más, y cuando volteó a ver, había optado por callar. En sus idas a Medellín ya no buscaba a sus amigos, sino que se encerraba. No quería hablar del tema con nadie porque sentía que no podía poner en palabras su proceso de análisis y cuestionamiento. Todo intentó plasmarlo en El Silencio de los Fusiles.
Pero el Proceso de Paz se alargó, y el documental no tenía un cierre claro. Los eventos seguían pasando y la cámara tenía que seguir rodando. Los teras se iban almacenando, todo el andamiaje había que mantenerse, pero la plata iba escaseando. Natalia tuvo que arrendar su apartamento en Chicó e irse a vivir con los papás. Después de ser una de las estrellas de NTN 24, después de grabar en Libia y después de lograr las primeras entrevistas con los negociadores del Proceso de Paz, decidió vivir con sus papás. Es el compromiso.
Hasta que lo logró, y el rédito no fue poco. Abrió FICCI. A la vez es el documental de moda, y el documental que nadie quiere ver. Colombia lleva todo este año sonando en el mundo por la negociación con las FARC. Acá en el país el debate ha llegado a niveles de apasionamiento impensables, pero a la vez la gente se cansó. Lo que lleve el rótulo de paz genera rechazo, pero este documental es algo tan íntimo que interesa de cualquier, independiente de la filiación política.
La premiere en Bogotá fue un evento igual de intrigante. 24 miembros de las Fuerzas Armadas compartían butaca en un cine con Pastor Alape, Pablo Catatumbo, Humberto de la Calle y los hijos de Juan Manuel Santos. Los protagonistas, antes enemigos en el campo, eran compañeros frente a una pantalla. El evento dio para mil crónicas, ver los pequeños detalles de convivencia, de cotidianidad. Pero el protagonismo fue para el documental. A la salida, uno de los miembros de las FARC respondió ante la pregunta sobre qué le había parecido: “Es raro. Es bueno, pero es duro, uno verse reflejado en una pantalla, y ver cómo nos dieron palo a los tres bandos, y como nos reconocen a los tres bandos… Ver la realidad no es fácil…”
@jjjaramillo2