Al octavo mes de embarazo, por orden de Martín Sombra, el carcelero de las Farc, la separaron del grupo donde estaba: veintiocho militares y diez civiles, entre los que se contaba, su amiga y compañera de luchas políticas, Ingrid Betancourt.
La llevaron a un cambuche, a un kilómetro del campamento, compuesto por una camita estrecha. Clara, a sus 39 años y en medio de la selva, tenía miedo de que el parto saliera mal. Por eso pedía una y otra vez que le trajeran un médico o al menos que tuvieran la supervisión de la Cruz Roja. Nadie le hizo caso.
El 16 de abril del 2004, al mediodía, llegaron los guerrilleros que habían recibido asesoría de los hospitales móviles creados por el Mono Jojoy. A Clara López le aplicaron anestesia y, cuando se despertó, cinco horas después, el comentario de un guerrillero le disipó todas sus dudas: “Quédese quieta. El niño está bien”.
Fueron 40 días de recuperación. Le asignaron a un enfermero las 24 horas. Al pequeño, que bautizaron Emmanuel, que significa Dios con nosotros, le pusieron otro guerrillero para que estuviera pendiente de cada uno de sus movimientos. Por los problemas del parto había nacido con su brazo derecho roto.
El 6 de julio, maltrecha aún por la improvisada cirugía, Clara López regresó al grupo. Ya tenía las fuerzas suficientes para cargar al niño. Sin embargo, el llanto de Emmanuel generó molestias dentro del grupo. Una de las que más se molestaba era la propia Ingrid. La relación ya estaba rota entre ellas en ese momento.
El 15 de julio, acosados por los bombardeos de la Seguridad Democrática, levantaron el campamento y empezaron la gran marcha. Caminaron hasta octubre. El gran reto para Clara fue cruzar el gran río Guaviare. Sangrante, lacerada, maltratada pudo tener consigo ocho meses a su niño, hasta que la dicha se le acabó.
En enero del 2005, el niño tenía síntomas de tener leishmaniasis, una enfermedad que nace de las picaduras de los moscos en la selva y que produce llagas de hasta 15 centímetros de diámetro. Ante el llanto incesante del niño, dos guerrilleros le dijeron a Clara que lo llevarían ante un curandero y que él solo estaría unas semanas separado de ella, pero pasarían tres años hasta volver a verlo.
Al niño lo llevaron, río Inirida abajo, hasta el caserío El Retorno, en pleno Guaviare. Se lo dejaron a Crisanto Gómez, un campesino que estaba emparentado con el curandero del pueblo. Los guerrilleros le dijeron que regresarían por el niño en unos días, una vez lo sanaran. No obstante, pasaron los meses y Crisanto no volvió a saber de ellos. A pesar de su pobreza, que lo llevó muchas veces a comer una sola vez por día, decidió quedarse con el niño, al que llamó Pegui, como si fuera un hijo más.
El suegro de Crisanto, el curandero, no podía sanar al pequeño, a quien la diarrea parecía consumirlo. Entonces, Crisanto, preocupado, subió a Pegui a una canoa y navegó río arriba hasta San José del Guaviare. Allí, en un puesto de salud, lo primero que le pidieron fue un registro civil para atenderlo.
Dos días después, mientras el niño se debatía entre la vida y la muerte, le consiguieron un documento, en donde aparecía con el nombre de Juan David Gómez Tapiero. El diagnóstico era devastador: tenía desnutrición, paludismo, diarrea aguda, leishmaniasis, además de una fractura en el húmero del brazo derecho. No les quedó de otra que remitirlo al ICBF en Bogotá.
Dos años estuvo en un hospital en Bogotá. Crisanto recibía de cuando en cuando reportes sobre el estado de salud del niño. Pero la cosa no quedó así, en diciembre del 2007, la vida se le empezaría a oscurecer aún más a Crisanto. Una cuadrilla de guerrilleros de las Farc llegó a su casa, le pedía razón por el niño. No estaba, se enfurecieron.
Con una pistola en la cabeza y un ultimátum de 24 horas para encontrar a Emmanuel, lo sacaron corriendo a San José del Guaviare, en donde le contó al defensor del Pueblo todo lo que estaba pasando. En ese momento, gracias a John Frank Pinchao, policía que se le escapó a las Farc, se sabía que Clara López saldría libre con el bebé, pero también que el niño no aparecía. Con esa información, no tardaron mucho tiempo en saber dónde estaba y cuál era la verdadera identidad de Pegui.
El 31 de diciembre del 2007, la misma fecha en que fue liberada Clara López, la policía rescataba al niño del ICBF. Se lo entregaron a su mamá 10 días después. Hoy Clara y Emmanuel viven juntos y felices. Él tiene 14 años, es un adolescente despierto y un lector voraz, que sueña con algún día ser escritor. Aunque no recuerda nada de sus años en la selva, es seguro que tiene muchas historias que narrar.