No fue tarea fácil. En primer lugar, por el tumulto que llenaba el escenario de la 34 versión de la Feria Internacional del Libro. Y, segundo, por la atracción que suscita una autora que no cesa de conmover al espíritu lector. Llegar a ella se convirtió en una tarea donde se imponían la paciencia, buenas piernas y un abrigo grueso para protegerse del frío nocturno de la capital.
Cierto es que no llovió; al contrario, el sol brillaba. Entre cientos de eventos, los amantes de la lectura y la escritura llenaron auditorios. Otros recorrían estands en busca de ”joyas literarias” o se detenían en hechos curiosos, miraban dibujos, muñecos vivientes de personajes televisivos, admiraban caricaturas, recorrían el pabellón de Corea del Sur –lleno de luz y misterio oriental– o aprovechaban para degustar comidas rápidas que daban fuerza para seguir adelante.
En síntesis, un escenario para todos los gustos. Pero mi propósito estaba claro: conseguir el autógrafo de la colombiana que conmueve siempre con sus libros. Los mismos que hablan de una trayectoria que no se detiene, desde La isla de la pasión ((Alfaguara, 1989) que se reeditara en 2005 y 2014, y al que siguieron Historia de un entusiasmo (Aguilar, 2005) Leopardo al sol (1993), Dulce compañía, La novia oscura, La multitud errante y Olor a rosas invisibles. Todos vueltos a editar una y otra vez.
Éxitos de ventas que le merecieron –caso del libro Delirio (Premio Alfaguara 2004)– reconocimientos universales en el mundo del libro. Después del anterior, vinieron Demasiados héroes, Hot Sur, Pecado, Los Divinos y ahora Canción de antiguos amantes. Era entonces un propósito indeclinable lograr –como lo haría cualquier grafólogo inquisitivo– el rasgo que define a una personalidad que hizo del oficio literario su vocación de siempre.
El problema estaba en la fila larga que se apostaba frente a Firmas 5 donde estaría la autora. Eran las 4 de la tarde y ya el auditorio donde lanzaba su último libro estaba a reventar y se hacía imposible lograr ingresar, comprar su libro y, mucho menos, obtener su autógrafo. Había entonces que cambiar de estrategia e ir al sitio mencionado al principio de este párrafo.
Pero no hubo paso a la sorpresa, pues allí la gente se agolpaba tratando de obtener una ficha de las 100 que darían el paso a Laura Restrepo Casabianca. ¿Cómo lograrlo? Pues armarse de paciencia sin importar la edad ni el afán de consumir algo para evitar el acoso del azúcar de manera intempestiva en cualquier momento. ¿Fila exclusiva para la Tercera Edad o Personas Mayores? Ni pensarlo. En la Filbo 2022 imperó la igualdad en todos los niveles, sin preferencias de ningún tipo.
Este es un aspecto a destacar. En primer lugar, los conversatorios debían empezar a la hora programada y finalizar a la ya definida, sin espacio para preguntas o interrupciones a los oradores puesto que la realización de 100 a 150 eventos diarios obligaba a esta forma rigurosa de adelantar eventos. Lo anterior también se vivió en el caso de las firmas.
Solamente cuando la motivación se apoderaba del escenario se hacían excepciones. Fue mi caso al intentar que la escritora bogotana, residente en España, firmara su último libro. De 100 fichas decidieron luego dar paso a otras 50 personas y allí tuve mi oportunidad. Lo hice de 150 y tuve que esperar que la fila se moviera y nos acercáramos a nuestro objetivo. Allí no valían tarjetas de invitación y tampoco credenciales de prensa. Había que seguir la norma y no pretender utilizar subterfugios para lograr el cometido.
¿Qué hice durante dos horas y media? La verdad, salí de la fila en varias ocasiones para recorrer otros lugares de la Feria Internacional del Libro 2022. En compañía de mi amiga Luz Guadalupe Martínez Varón paseamos por el mundo de la plastilina con un programa llamado Trensito, así con S, que bautizó una pequeña tan pronto vio al tren de diversos colores que, aparte de llamar la atención, invitaba a participar por un premio a quienes respondieran varias preguntas después de observar la obra hecha por Carlos Ramírez, un artista en toda la extensión de la palabra.
Después nos dedicamos a buscar libros originales o que nos alegraran el alma. Fue el caso de uno titulado Tango –donde la música y la letra argentina imponía la nostalgia– al igual que otro llamado Bolero donde Vereda Tropical recordaba una historia simpática: en México, un amo de casa publicó un aviso solicitando una dama para el servicio doméstico. Y el único requisito era que, por favor, no cantara Vereda Tropical pues estaba exhausto con esa tonada.
Vuelta a la fila y el momento para compartir con otros que revelaban su entusiasmo por Laura Restrepo. Así, recordamos sus ejecutorias como periodista y política. En este último caso, la participación en el proceso de paz con el M-19 que la llevó al exilio en los ochentas. Después, otra escapada de la fila –habían pasado ya dos horas desde que la empezamos– subida al pabellón 6 segundo piso –donde en el estand del Líbano conseguimos tinto y las últimas dos rodajas de un salchichón que supo a gloria.
Eran las 8 y 40 de la noche cuando la necesidad de ir al baño se alborotó. Mientras ella intentaba en el de damas yo hacía cola en el de los caballeros. Asunto curioso, la de los hombres era más corta y con presteza pude cumplir con la necesidad fisiológica mientras mi amiga tuvo que ir a la zona de comidas, a un baño donde la competencia era mínima. Luego, a la fila que se había reducido a 10 personas delante.
Ella partió de nuevo en busca de otras entretenciones y yo me dispuse a cumplir con el cometido. Fue a las 8:40 pm el encuentro esperado. Laura Restrepo Casabianca me recibió con amabilidad y simpatía, a pesar de llevar casi tres horas firmando. En ningún momento, lo puedo asegurar, mostró cansancio y tampoco hizo flexiones con su mano diestra para dejar a un lado dolores o acalambramiento. Hubo incluso la oportunidad de recordarle que yo la había entrevistado en 1992 cuando, sentados en las escaleras que conducían al segundo piso del Teatro Nacional de Teusaquillo, departimos sobre su vida y obra. También, de preguntarle por Pedro su hijo y la vida que transcurría plácida al norte de España.
En síntesis, se logró la firma y la oportunidad de ver a quien sigue asombrándonos. Y la Canción de antiguos amantes no es la excepción. Toca leer la historia de Bos Mutas, un escritor obsesionado por la reina de Saba. Y aunque la reina de Saba resulta inasible, Mutas encuentra a la terrenal Zahra Bayda, una partera somalí. Es el momento en que el tiempo real corre paralelo al inmemorial del mito.