Es muy obvio que la supuesta experticia que reclaman los sabios de todo, ya sea en economía, en política o en cualquiera otra actividad, termina siendo un embuchado intelectual cuando en la práctica se puede y logra demostrar que sus apreciaciones, postulados o conocimientos no resolvieron los problemas sociales de un lugar, una región o de un país en particular, sino por el contrario los exacerbaron hasta límites que rayan con la estupidez o con el engaño, en cuanto se debieron a la subordinación de ellos a intereses ajenos a las circunstancias que sus magistrales teorías planteaban. Para descubrirlo o exhibirlo no se requiere que uno sea un experto o un científico, ya que como simples ciudadanos o como habitantes de un lugar al vivir en carne propia las consecuencias termina siendo factible darse cuenta fácilmente de la imbecilidad con que obraron sus dirigentes, políticos o económicos, o de la trampa en la cual cayó ingenuamente cada nación.
Traigo a cuento este enunciado a raíz de lo que viene sucediendo en casi todos los países de nuestro planeta, sean industrializados o emergentes, cuando están protestando pues vienen siendo sometidos y concientizados, todos, a sistemas económicos sustentados en razones de dominio corporativo, o de concentración de la riqueza en muy pocas manos, acciones ejercidas a partir de políticas de Estados que han sido cooptados por empresarios, comerciantes, negociantes o magnates, propietarios éstos de esas corporaciones, quienes a través de sus influencias han podido imponer lo que ahora se denomina la corporatocracia, o sea tipos de gobiernos ejercidos por las corporaciones industriales o financieras globalizadas.
Aunque China es actualmente uno de los países que mayormente está imponiendo la fuerza y la presión de sus corporaciones, basado en un sistema político y económico denominado sistema híbrido por muchos de esos mal llamados expertos, porque se encasilla entre comunismo y capitalismo de Estado, el cual se diferencia sustancialmente en que éstas hacen parte de una política estatal que como potencia impuso en los años 70 el Partido Comunista Chino, para beneficio exclusivo de sus propios ciudadanos, cuando determinó desarrollarse primero internamente, con un plan de progreso selectivo y exclusivo para los chinos, pudiendo entonces irrigar las ganancias que éstas obtienen a través de sus sociedades, a diferencia de lo que ocurre en el resto de los demás países del mundo, por lo común regidos y administrados bajo unos regímenes donde las corporaciones son privadas, o de carácter personal, individualizando los beneficios, las rentas y las participaciones accionarias, lo cual permite y promociona la concentración de la riqueza en pocas manos, además que facilita el erosionamiento del aparato productivo en general, cuando esas empresas o corporaciones no tienen intereses en el crecimiento estatal ni colectivo.
En el caso específico de Colombia, y sin pretender aparentar ser un gran especialista del tema, sí puedo expresar que siempre en nuestra historia de nación hemos aceptado estar sometidos a intereses foráneos, pudiendo también asegurar que desde la apertura económica, puesta en marcha a finales de los años 80, en el gobierno de Virgilio Barco, y después acelerada en los 90 por el gobierno de César Gaviria, caímos en manos de una dirigencia que se entregó en cuerpo y alma a esta idea importada, concebida e impuesta por las entidades financieras internacionales, a través de tratados de libre comercio, vendiéndonos desde entonces al capital extranjero, como países en general, dejándonos convencer de las oscuras y siniestras teorías del neoliberalismo internacional, impuesto éste por medio de los gobiernos que empezaron a promulgar y a expandir como panaceas las leyes de los mercados libres, representados particularmente por Reagan en Estados Unidos y Thatcher en Gran Bretaña, quienes cínicamente construyeron y desarrollaron la premisa de la desesperanza como ideal humano, produciendo generaciones enteras de sociedades líquidas, como las denominó en su momento el filósofo Sygmunt Bauman, quienes empezaron a creer que con solo soñar que algún día serían prósperos era más que suficiente, por lo cual venimos dando tumbos como sociedades, y en estando de permanente caída libre como Estados, llevándonos con ellas las concepciones de naciones en picada, destruyendo a los estados de derecho y a los incipientes aparatos productivos, que mal que bien éstos tenían, y de paso desaprovechando las posibles ventajas comparativas naturales y únicas de cada país, especialmente en Colombia, en cuanto que somos un país sin sentimientos de pertenencia ni autorrespeto.