Desde hace dos años, y amenazado por la presión internacional, la caída del petróleo y las manifestaciones internas que pedían la liberación de líderes opositores como Leopoldo López, Nicolás Maduro empezó a trabajar en beneficio propio. Su esposa Celia Flores, cuyos sobrinos están condenados por narcotráfico en Estados Unidos, es quien más la ha tenido clara: el poder es también para hacer dinero y asegurar recursos propios. El oro se convirtió entonces, desde el 2017, el nuevo objetivo económico de Maduro y su cúpula inmediata no solo para financiar urgencias del país sino para engrosar sus bolsillos.
El oro en todas sus formas. Las reservas enterradas en los 32 yacimientos dispersos por todo el territorio venezolano que cubre el arco minero del Orinoco con sus 111.843 kilómetros cuadrados que incluyen los estados de Apure, Amazonas y Delta Amacuro. El primer paso fue ordenar la legalización de cientos de empresas clandestinas que devastaron buena parte de las reservas Naturales de los Parques de Canaima, Sierra Maigualida y Cerro Guanay. Se calcula que más de 14 ríos de la zona terminaron contaminados por la obsesión del oro.
El presupuesto de USD 5 mil millones para la política de subsidios que le garantiza tener unas bases populares fuertes alrededor suyo y los costos de la máquina de guerra con su millar de generales lo llevaron a volver las reservas de oro una fuente de recursos obligada. En el afán por conseguir dólares, a mediados del 2017, el régimen de Maduro le vendió al gobierno de Turquia en cabeza de Recep Tayyip Erdogan, uno de sus aliados, la colección de monedas del Siglo XVIII que preservaba el Banco Central de Venezuela, a un precio de ganga, muy por debajo de su valor. Necesitaban recursos.
Desde el 2016, entre Ankara, la capital turca, y Caracas se ha tejido un puente que ha servido para realizar operaciones que permitan evadir las sanciones impuestas por Estados Unidos y que se han intensificado desde que Donald Trump llegó al poder. El intermediario entre los dos gobiernos es un viejo conocido del régimen chavista: el colombiano Alex Nain Saab.
El nombre de este barranquillero se dio a conocer a mediados del 2017 cuando se dijo que sería uno de los socios de Nicolás Maduro en la empresa Group Grand Limited, proveedora de productos alimenticios al Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP), favorecida por los programas sociales del Chavismo.
Saab se inició en los negocios vendiendo llaveros promocionales y uniformes de trabajo, pero el encuentro en Barranquilla con Germán Rubio, quien luego pasó a llamarse Álvaro Pulido, después de un lío judicial que tuvo en los Estados Unidos. Se asociaron en 2005 para empezar con las exportaciones a Venezuela aprovechándose del sistema preferencial de cambios CADIVI. En el 2011 participaron en un primer convenio firmado por los presidentes Hugo Chávez y Juan Manuel Santos de Colombia, para la construcción de 8.000 viviendas prefabricadas. Saab de repente se había convertido en constructor con un contrato de USD$654 millones. Esta fue la puerta de entrada a su jugosa relación contractual con la Revolución Bolivariana que paso por la fabricación de 30 gimnasios de paz, 616 viviendas multifamiliares en Carabobo, y la remodelación de un Centro Comercial en el Estado de Vargas. Estos dos últimos por un valor de USD$ 50 millones. El peso de Saab con el régimen de Maduro es tal, que consiguió que Adrián Perdomo Plata, su mano derecha en los negocios, fuera nombrado presidente de Minervin, la principal empresa minera del país.
Alex Saab es el enlace con Turquía, país con el que ha concretado trueques de oro por alimentos que se envían desde Ankara, pero la gran mayoría son producidos en México, con lo cual logran la triangulación que evade las sanciones norteamericanas. Antes de su envío a Caracas el valor se infla, con los cual quienes participan de la transacción resultan doblemente ganadores.
A Saab también le pagan con oro. Hace unas semanas en Uganda fueron incautados 7 toneladas de oro que pensaban pasar de manera irregular por la aduana de ese país africano. El monto del tesoro podría costar USD$ 300 millones que sería el pago hecho al Barranquillero por el gobierno de Maduro como parte de los negocios consolidados con Turquía. El oro, fundido en lingotes, habría salido directamente de la bodega del Banco Nacional de Venezuela, controlado, como todas las entidades del gobierno por Maduro.
El oro se convirtió en una variable en la nueva realidad de Venezuela, aunque las reservas han venido cayendo, al punto de que en enero del 2018 estas se redujeron a las 150 toneladas. En medio de las urgencias de Maduro, intenta ahora repatriar 14 toneladas de oro que están en las reservas del Banco de Inglaterra y que no pareciera dispuesto a soltarlas prontamente. Con la crisis de la producción petrolera, la variable oro tomó un peso insospechado tanto para la economía del país como para los fondos personales de Maduro y el círculo de confianza que lo rodea.