Cuando la policía española entró al apartamento que ocupaba Leandro Matías tuvieron que apretarse el estómago para no vomitar. Es que a los pedazos de carne humana regados por el suelo se sumaban los fetiches del Canibal de Valdemoro. Las paredes de la casa estaban repletas cráneos de macho cabrío con connotaciones demoniacas, afiches de películas de terror, mariposas disecadas que recordaban la obsesión de Buffalo Bill, uno de los sicópatas de la película El silencio de los inocentes y figuras de juguete de Fredy Krueger y una réplica de la niña poseída del Exorcista. El hombre ocupaba ilegalmente esa casa y allí mismo tatuaba hasta las cinco de la mañana a todo aquel que estuviera dispuesto a pagar el precio. Cuando la policía entró al apartamento se encontró el torso en una parrilla dispuesto a usarse. En el momento de la captura le suplicaba a los policías proteger la vida de su perro:
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