La obra 'Camilo', la apuesta de La Candelaria

La obra 'Camilo', la apuesta de La Candelaria

'Lo que fue crucial en la corta pero intensa vida política del cura Camilo'

Por: Roberto Romero Ospina
julio 13, 2015
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La obra 'Camilo', la apuesta de La Candelaria
Foto: tomada de culturarecreacionydeporte.gov.co

“¿Acaso no flota en el ambiente algo del aire que respiraron quienes nos precedieron?”, quizá con esta frase de Walter Benjamin los creadores colectivos de La Candelaria nos retrotraen a los tiempos de 1966 que hoy se parecen como una gota de agua a los tiempos que hoy corren: al año en que murió Camilo Torres, el cura guerrilleron y al año del nacimiento del grupo teatral.

Una era cruzada por las luchas sociales en las que las armas, como las que tomó este sacerdote comprometido, siguen protagonizando la escena sin una salida que ponga fin a la catástrofe histórica que ha vivido la nación. Quizá por eso la directora de la obra, Patricia Ariza, advierte en el saludo al público que “no hay cabida en el país para continuar en esta guerra y por eso llamamos al cese al fuego y a la terminación del conflicto”.

Entonces queda claro que se asistirá a un espectáculo donde no habrá medias tintas, a una obra de auténtico teatro militante que se mece en la cuerda maniobrando con maestría para no caer en el panfleto. Con canciones de auténtico perfil revolucionario como La cuchilla de San Pablo, con sus colinas “pobladas de miles de guerrilleros” o La bala, que “no es mala, depende de quien la dispara”.

La puesta en escena es audaz intercalando todo el tiempo a los trece actores y actrices, como Camilos revelando sus dichas y tragedias, siempre envueltos en sotanas, blancas o negras, con malabares de calistenia o las procesiones vistosas, el recurso de siempre en las obras de creación colectiva de La Candelaria.

Con ello logran una presentación viva donde no hay un instante para la distracción, pues bien sabe este grupo de teatro emblemático del país que la condición óptima para el éxito mismo es la empatía entre el que actúa y el que mira, haciendo que la persona del público participe en la narración.

Patricia Ariza, quien recuerda en la apertura que esta obra es también en un homenaje al maestro Santiago García, sabe con Peter Brook que el espectador es una de las tres cuerdas que el actor debe siempre mantener equilibradas. Inclinarse a favor del espectador hace preponderante el aspecto de exhibición de la representación teatral mientras una escasa atención al destinatario de la representación puede llegar a hacerla débil y privada de sentido.

Los textos, resultado de un trabajo común de todo el elenco, son de una riqueza extraordinaria comenzando por las alegorías de aquellos momentos de convulsión social donde no escasea la crítica contundente a la iglesia católica y los llamados a la lucha en defensa de los pobres.

Un movimiento universitario que precisamente no se ve reflejado en toda su dimensión en la obra como tampoco se ve el papel del establecimiento en las asechanzas y en la tragedia misma de Camilo, a quien se le empezaron a cerrar todos los caminos por la espiral represiva para culminar en su incorporación a la insurgencia armada encabezada por el ELN.

Cierto que Patricia Ariza lo ha advertido en su saludo a los espectadores: “No tratamos de hacer una obra de historia, eso es para los investigadores, lo que queremos es que les llegue a lo más profundo de sus sentimientos”. Sin embargo, momentos cruciales de la vida del padre Camilo aparecen bien delineados como la diatriba del cardenal Concha en su contra o la aparición en escena de los soldados que le dieron muerte en Patio Cemento, el 16 de febrero de 1966, con una gran fuerza narrativa.

Entonces, por qué no llevar a las tablas lo que fue crucial en la corta pero intensa vida política de Camilo, su infatigable lucha por la unidad popular, incluso de la izquierda, que quizá fue su mayor logro. Todo el movimiento social entró en su propuesta del Frente Unido, que no negamos tiene sus puntadas en la representación, pero no con los ribetes decisivos que tuvo en la historia del país. Y no volcarse tanto en un apabullante anticlericalismo que por momentos lo invade todo.

Es que no fue de poca monta reunir en un solo haz a comunistas, socialistas, sectores liberales, maoístas, cristianos y echar andar el motor de la convergencia por todo el país reuniendo a miles y miles de personas en las más grandes manifestaciones contra el Frente Nacional a lo largo de 1965. Y qué decir del semanario Frente Unido que llegó en aquellas calendas a tirajes de más de 45.000 ejemplares. Absolutamente histórico. Cuánto nos hubiera gustado a quienes, como nosotros, trabajamos en ese proyecto unitario y voceamos su periódico que le mostrará al público la más grande experiencia unitaria, en cincuenta años, encabezada por un cristiano. Porque si hay un legado de Camilo, es ese: su perseverancia en la unidad popular.

Han pasado tres generaciones desde la muerte de Camilo en su primer y único combate guerrillero: ¿cómo llegar a las nuevas generaciones de colombianos que poco o nada saben de este personaje insigne de nuestra historia? Sin duda Camilo contribuye, forma un acercamiento y logra lo más importante: la motivación de que ha habido y hay otro país que se resiste al olvido y ha intentado cambiarlo de fondo.

La obra comienza con la sonora frase de una medusa de siete serpientes que riega toda suerte de premoniciones a lo largo de la obra sacada del Galileo Galilei de Bertold Brecht: “Desgraciado el país que necesita héroes”. De esta forma el Camilo de La Candelaria ratifica que todos somos Camilo, que Colombia no depende de un héroe; que la nación entera tuvo hombres como este cura revolucionario que se liberará de sus demonios por sí misma.

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