Algo de infierno debe tener este mundo cuando el resultado final de la vida,
se haga lo que se haga, se viva como se viva, es siempre la muerte
(Aurelio Pizarro, La muerte previa)
…Se había hecho escritor, porque según entendió,
era una de las pocas profesiones en las que se es joven todavía en la vejez
(Iván Fontalvo, Una obra de arte)
El territorio es el alma de uno, el mapa espiritual del hombre. Físicamente lo recorremos todos los días, pero no lo conocemos, y lo fotografiamos solo para creer que lo reconocemos.
Nos mentimos, sin piedad.
El tomasino –como otros ciudadanos cercarnos geográficamente- es un hombre común (todos los somos de alguna manera), es un ser limitado y dependiente de la realidad que lo toca con sus garras finas. Dejó de ser el rebelde del pasado, el ciudadano aquel que acompañó al libertador Bolívar en la gesta de independencia.
Ahora mismo es un ser de cantinas.
Existen varias maneras de conocer el territorio, uno de ellas es el conocimiento de la historia local. La de los hermanos Becerra, oral, y la científica, la condensada en el libro de José Isaías Lobos: “Hitos históricos de los municipios de Santo Tomás y Palmar de Varela”. La otra forma, es la de entablar conversaciones permanentes con sus gentes, observarlas y reconocerlas en sus hábitos y rutinas diarias.
Y hay otra, no menos compleja, la de conocer a sus escritores, sus pensamientos y libros para saber en qué andamos. Creo que sin este esfuerzo mayor será difícil comprender a sus gentes, sus sueños y utopías locas, sus frustraciones de todos los días, sus alegrías y fiestas de los fines de semana, las escasas visitas a la única biblioteca pública; entender el pensar de los abuelos, el látigo martirizante de todos los viernes santos, el sueño del tambor, la culebra salvaje de la batalla de flores, o los nuevos rituales funerarios, su amor por el cemento, o la locura electoral de venderse como un objeto de feria…
Desconocer que hay quienes endosan sus pensamientos en los objetos libros, es desconocer que se construyen nuevas rutas, diferentes a las ordinarias y comunes, que incluyen también el desconocimiento del arte crítico o el pensar creativo, hasta ignorar que existen conciudadanos que han inventado formas especiales de convivir con la soledad.
Sin estos pensadores y creadores de poesía es casi imposible pulir las concepciones del mundo y de la vida, y las de la propia identidad: cómo somos, quiénes somos, por qué somos como somos, etc. Piense en el significado de la literatura de Gabriel García Márquez para los colombianos o la de Jorge Luis Borges para los argentinos.
El territorio también nos exige conocer el pensamiento de los que nos representan en las formas políticas de gobierno estatal: concejales, alcaldes, gobernadores, senadores y candidatos a la presidencia de Colombia. De ese saber dependen las elecciones de los buenos gobiernos.
Para poner un solo ejemplo: ninguno de los concejales que conozco es mi contertulio, nunca he conversado con alguno de ellos, no sé lo que piensan y como yo, creo que está la mayoría. Aquí se puede aplicar “Por sus pensamientos, los conoceréis”.
Pero sus actos no nos dicen nada. Y, Además, como su pensamiento no es escritural ni público, al ciudadano que soy, le es difícil conocer sus pensamientos personales, relacionados con su vida espiritual, concepción del territorio, del mundo y de la propia vida, pertinentes para elegirlos.
Es desconsolador y problemático para la democracia, buena, regular o mala, tener que elegir para un cargo público a alguien que uno no sabe qué piensa del país, de la ciudad, de los otros o del municipio que habita. Es toda una tragedia.