Se cumple casi un mes desde que estalló la guerra desde Rusia a Ucrania. Una guerra en la que más de medio país ni siquiera está de acuerdo, ni mucho menos apoya. Una guerra donde la máxima prioridad es absolutamente bizarra. Una guerra que, como en toda guerra, la gente lleva la peor parte.
Ucranianos, polacos, cosacos, húngaros, moldavos, eslovacos, hasta los mismos rusos, huyen para anhelar seguir viviendo. Los efectos comerciales, jurídicos y financieros, lógicamente son devastadores, que juntos caracterizan la consigna que en una guerra donde todos pierden. Además, por culpa de esta guerra, el registro histórico, científico y literario de su gente, sobre todo este último ámbito, también sufre grandes flagelos.
Lo que se vive día tras día pone en riesgo voces expresivas importantes que comienzan (o puedan atreverse) a tener surcos innovadores a lo que vastamente ya se conoce del estilo literario ruso clásico. Si bien la Revolución de Octubre fue el primer round de gran transformación de contenidos narrativos, la actual confrontación muy seguramente cambiará drásticamente no solo las concepciones estéticas, sino también semánticas de quienes produzcan nuevos textos.
No obstante, pese al gran impacto del caos actual, la línea del tiempo establecida por la literatura universal rusa continúa vigente en la cultura popular. Dostoviesky, Tolstoi, Gógol, entre otros por mencionarlos apenas, siguen emergiendo, ahora más relucientes en plataformas digitales, con la diferencia de que solo son fuentes de base informativa general.
Así que no debería causar ningún tipo de extrañeza que en América Latina la tendencia de releerlos (para los de alto y medio average) o leerlos (para los primerizos) despierte intereses y curiosidades por entender un poco la génesis de la dinámica que ocurre en esas regiones del continente europeo provocada por el Kremlin. Incluso, no resultaría descabellado afirmar que el ejercicio de comprensión lectora se justifique en esclarecer (o validar, para algunos más osados ) ciertos vaticinios a la definición de la voraz posteridad humana comprendida en sus miserias, apremios, exclusión, apegos, impulsos, intolerancia en las diferencias, intereses particulares y deseos colectivos.
La lista de razones es extensa. No falta quienes exageren idealismos y mellen en fanatismos donde la carencia de análisis reflexivo y contextualizado es bastante notable. Sea como sea, la mirada regresa a los libros y las reflexiones literarias aumentan, puesto que desligar la literatura del trasegar social es casi imposible. La literatura y la historia son mutuas entre sí tanto en la búsqueda como en el ofrecimiento de respuestas ante los hechos culturales a gran escala.
Por otro lado, las consecuencias de esta actual guerra podrían traer un reacomodamiento de la literatura rusa hacia la asunción de una nueva y mejorada identidad compartida. Básicamente, pasaría de ser fijadamente rusa a una con mayores variantes ucranianas y suplementarias porque la afectación es múltiple. Claros ejemplos de esta flexibilización los podemos encontrar en obras como El Internado, de Serhiy Zhadán, ambientada en la región de Donbás, y Abejas Grises, de Andréi Kurkov, este último autor ucraniano cuya trayectoria destaca por sus miles de traducciones en el ámbito mundial.
En caso de necesitar ayuda, optar por Una muy breve historia de Rusia, de Geoffrey Hosking, o El Futuro es Historia: Rusia y el regreso del Totalitarismo, de Masha Gessen, esta última que expone la realidad de quienes han vivido cara a cara la Rusia de Putin. Finalmente, de manera muy irónica, gracias a la guerra desatada por el mismo Putin, la lectura de estos libros (y las potenciales creaciones) se basará en el gusto del lector, pero aún más en una forzosa libertad de elegir la lengua en qué escribirlo.
Esto implica que la compleja herencia de la tragedia de las huidas, migraciones forzosas, llantos, bombardeos y defensa de los pueblos modernos serán recordadas por las futuras generaciones valiéndose de la transmisión oral y de los registros textuales que irán de la mano con facultades más selectivas de lo que vale la pena mencionar y lo que definitivamente debe quedar atrás de este conflicto.
Tales circunstancias de sumatoria convulsa de pueblos, asimismo, abrirán sendas de traducción justa y libre de métricas, prosas, cuentos, novelas y no una retraducción por sometimiento ruso de las mismas. Como cualquier transición será traumática, pero ¿qué circunstancia en el planeta no lo ha sido para los escritores antes? Los días corren y los autores también son víctimas de persecución enfermiza de un poder que desea tener el mismo control como el que una vez pudo tener antes de la caída del muro de Berlín en 1989.
Y para cualquier autor en el mundo, cada uno de estos hechos se reflejarán en sus obras directa o indirectamente. Pudimos verlo con el SARS-CoV-2 y pudimos notarlo con más reflejo en las generaciones nacientes a través de la pequeña Amelia Anisovych cantando a la libertad al interior de un refugio antiaéreo en Ucrania. Seguramente algún oído y mente artística ya la ha incluido en uno de sus capítulos, que, de tener un golpe de suerte, logrará ser un futuro bestseller o premio nobel.
De modo que las circunstancias modernas, ya en el tercer mes del año 2022, servirán para relatar una nueva visión global que no dejará en el olvido a esa humanidad que hoy padece. Que la nueva literatura no sea motivo de crímenes ni castigos, sino más bien que catapulte mayores minutos de bienaventuranza a corazones solitarios de quienes hoy son cada vez más visibles y perceptibles en redes sociales, en los noticieros y en las emisoras digitales.