La nueva era a la que se encamina desde ya el país
Opinión

La nueva era a la que se encamina desde ya el país

Seguro que habrá muchos que se niegan a reconocerlo, pero la posibilidad del viraje que presenciamos se cuajó con los Acuerdos de Paz de La Habana

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julio 01, 2022
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Tres hechos de importancia excepcional se han cumplido en Colombia en los días recientes, dando cuenta de las profundas transformaciones que se desarrollan rápidamente ante los ojos de todos. Me refiero al triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez en las elecciones del pasado 19 de junio, al reconocimiento de responsabilidades ante la JEP por parte del antiguo secretariado nacional de las Farc y por último a la presentación del informe de la Comisión de la Verdad.

Mucho se ha escrito y dicho ya sobre la victoria electoral del Pacto Histórico, que marcará un antes y un después en la historia de nuestro país. Por primera vez la izquierda, representada por un exguerrillero además, alcanza la Presidencia de la República, derrotando a las fuerzas de la derecha coaligadas desesperadamente para evitar la debacle. El cambio se sintió venir imparable desde cuando las juventudes colombianas se alzaron en la protesta social en 2019 y 2021.

Como me lo expresara en palabras muy sencillas un joven, el estallido social no fue otra cosa que la expresión de un basta ya, no queremos más de lo mismo, que asimilaban fundamentalmente con una palabra, la represión. La violencia policial cruel e indiscriminada, el abuso de las autoridades encargadas de mantener el orden, encarnaban la actitud y el comportamiento de una clase intolerante en el poder que ya no podían soportarse más.

Si a eso se agrega el descenso vertical en las condiciones de vida y la absurda pretensión de gravar draconianamente con una reforma tributaria regresiva a las clases más desfavorecidas, mientras se mantenían intocables los privilegios de los enormes capitales de una élite que no se sacia nunca de acumular fortuna, el cuadro estaba completo en el ascenso de la inconformidad popular. De nuevo el garrote, las balas y la cárcel fueron la respuesta favorita del Estado.

Pues bien, eso no iba a quedarse así. En la planilla figuraba una campaña electoral, la posibilidad de sacarlos de ese poder que habían mantenido durante dos siglos de vida republicana. Iván Duque representaba, para rematar, la mediocridad intelectual y moral de la decadente clase dirigente colombiana. Podía ser un buen bailador, infaltable en la inauguración de los festivales vallenatos en Valledupar, pero en su obra de gobierno relucía una pequeñez política que daba risa.

El hecho de que la mayoría de los contradictores de Gustavo Petro durante la reciente campaña estén corriendo angustiados a sumarse a la coalición parlamentaria del nuevo gobierno, después de haber expresado de mil maneras sus odio y desprecio al candidato ganador, pone de presente su carácter mezquino. No quieren quedarse por fuera del carro vencedor, al tiempo que aspiran en silencio a frenar desde dentro el torrente de cambios que se avecina.

Desde luego que no lo van a conseguir, el rumbo del país se encamina indefectiblemente a una nueva era. Se acabaron los partidos tradicionales, y junto con ellos se hunden el uribismo y las otras variantes con las que disfrazó la disputa por los recursos públicos. El destino nacional es otro, el de la paz, la justicia social, la democracia más amplia. Quizás en cuatro años Petro no consiga todo eso, pero es claro que con darle inicio, su solo impulso bastará para que otros continúen la tarea.

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El rumbo del país se encamina indefectiblemente a una nueva era

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Seguro que habrá muchos que se niegan a reconocerlo, pero la posibilidad del viraje que presenciamos se cuajó con los Acuerdos de Paz de La Habana. El ensañamiento que contra su implementación integral demostró la derecha en nuestro país, prueba suficientemente que ella sí percibió con claridad plena lo que se avecinaba tras la dejación de armas de las Farc. El maldito papel que había que hacer trizas ya produjo su imparable caída.

Del mismo modo, los tres días de audiencias públicas ante la Sala de Reconocimiento de Verdad y Responsabilidad de la JEP, frente a las víctimas que podían enrostrar cuanto quisieran a los principales mandos guerrilleros sobrevivientes, pusieron en su punto más alto el tema de la justicia restaurativa pactada en el Acuerdo Final de Paz. Las antiguas Farc cumplieron, no llegaron a negar ni a justificar sus hechos, los admitieron, los reconocieron y pidieron perdón por ellos.

Ahora falta que lleguen los demás actores del conflicto, las caras del Estado y sus fuerzas armadas. El país y la comunidad internacional esperan sus reconocimientos. Si no los hacen, definitivamente habrán cavado su tumba política. Se siente desde ya con la presentación del informe de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad. No se trata de venganza, de aumentar los odios, como expresaron el padre De Roux y Petro en el acto. Se trata de la edificación de la reconciliación.

Se pueden tener los ideales más nobles y puros, pero en su nombre fueron cometidos crímenes muy atroces. Que lo reconozcan todos, sin excepción, solo así comenzará lo nuevo.

 

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