Mirando los debates de los precandidatos republicanos –que me imagino que estos desean que Donald Trump, el número en las encuestas de preferencia al voto, siga ocupado con sus entuertos judiciales–, veo que todos los que aspiran a la presidencia provienen de comunidades bastante variopintas: representan a una Norteamérica multiétnica, muy distante de lo que uno se imagina del ideal republicano.
Así que uno se pregunta: ¿está cambiando el partido republicano? Digamos que no, que sigue siendo la misma colectividad, y que ahora está reconociendo su ideal en las minorías que han logrado labrarse un futuro y se identifican abiertamente con su doctrina. Entiende que un líder que lleve sus posturas a un marcado radicalismo –como el que fomenta la violencia ideológica–, lo puede alejar por décadas de la Casa Blanca, o simplemente le puede hacer ganar la antipatía del elector estadounidense, que hace valer con criterio los principios de la democracia.
En este orden de ideas, sorprende nombres como el de Vivek Ramaswamy, un multimillonario de origen indio que quiere seguir los pasos del primer ministro británico Rishi Sunak. También sobresalen los de Larry Elder y Tim Scott, ambos afrodescendientes y con fuertes convicciones conservadoras. Sus campañas parecen no prosperar mucho, pero no deja de ser llamativo que el Partido Republicano los tenga en cuenta, y les permita ofrecer otro carisma nunca antes visto en dicha colectividad. Los tiempos cambian, así de simple.
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Esa vieja idea de que solamente es conservador o republicano, en el sentido más estadounidense, aquel hombre caucásico, adinerado y reconocido socialmente, no es más que un simple prejuicio que muchos se hacen. El Partido Republicano está demostrando que sus ideales pueden estar en cualquier grupo social de la unión americana, y que esos que creen que sus seguidores son los que apoyan a la supremacía blanca, se equivocan porque hay muchos que no comulgan con ningún tipo de pensamiento extremista: se esfuerzan por cambiar la mala fama que se ha ganado el partido gracias a Donald Trump.
Su ejemplo lo deberían seguir los partidos de corte conservador colombianos, que únicamente se viven ganando el desprecio del electorado más carenciado, ese que votó por Petro y que volvería a votar por otro como él si no se es más incluyente y conciliador con las causas sociales. Todavía se respira en ellos posturas feudalistas, pensamientos que, en lugar de unir a través del trabajo bien remunerado y el progreso de los más necesitados, lo único que consiguen es que el socialismo crezca y se convierta en motivo de revancha y desprecio por el que tiene plata.
Como hombre de derecha reconozco que no hay, hasta el momento, el precandidato presidencial que logre ganarse los afectos del que está cansado de este gobierno. Se habla de Paloma Valencia y María Fernanda Cabal, mujeres fuertes del uribismo, pero ninguna de las dos tiene el carisma para llegarle a las masas. Si no se aprende de lo que está pasando en Estados Unidos, una de las democracias más fuertes del mundo, se corre el riesgo de establecer en el país una dictadura del Pacto Histórico, esa que ya se respira con las reformas que tanto revuelo están causando en nuestro ambiente político.