Con ocasión del debate, estéril por demás, en torno a quién asesinó a Álvaro Gómez quedan en evidencia los dos nuevos bloques de poder político.
Antes de la constitución del 91, el poder se lo disputaban el Partido Liberal y el Partido Conservador. Después de esta, se lo pelean dos nuevos bloques opuestos ideológicamente pero igual de corruptos y clientelistas.
Por un lado, está el sector liderado por el samperismo, el santismo, lo que queda del lentejo liberalismo, la izquierda institucional y algunos movimientos sociales de corte socialdemócrata.
Por otro lado, está el uribismo, el cavernario y lentejo conservatismo, y las sectas evangélicas de corte ideológico neoliberal.
En la mitad está un pueblo agotado, desconfiado, apático y frustrado después del conejazo que le está haciendo el uribismo y su muñeco al movimiento ciudadano más grande de la historia del país: el 21N.
Se aproximan las elecciones en medio de la pospandemia y el país reclama un cambio profundo que lo saque de este nuevo esquema bipolar que no ha producido la anhelada paz expresada en la constitución del 91 y los acuerdos de La Habana.
Se vislumbra una nueva alternativa que se la disputan dos bloques igualmente opuestos políticamente (Petro versus Fajardo), aunque sería preferible Iván Marulanda al gaseoso Fajardo. A no ser que aparezca una tercería civil, que no se avizora en el escenario por la falta de liderazgos de las últimas décadas.
En este marco, afortunadamente el país ya superó los delfinazgos y ha dado muestras de superar el oscurantismo político de el patrón.