Publicada por Escarabajo Editorial, una nueva aventura editorial independiente a cargo del poeta colombiano Eduardo Bechara Navratilova, proyecto que cuenta ya con una producción que sobrepasa los 20 títulos publicados en algo más de un par de años, La fugacidad del instante es en verdad una interesante apuesta por una novela que está destinada a acomodarse bien en el competitivo marco de la producción novelística colombiana reciente.
Destacan en ella su cuidadosa narrativa, la organización de una rica memoria, una honda indagación en el malestar individual del personaje y una cáustica pero elegante visión y descripción de lo que alguien llamara alguna vez el paisaje moral de sus contemporáneos.
Y así es, la escritura de Falquez-Certain, ya sea en la poesía o en el relato está siempre urgida de una afanosa claridad y pulcritud del estilo, característica de la que hace alarde en esta novela en el largo y sostenido ejercicio de contar su historia. Una historia que envuelve y desenvuelve constantemente su descarga informacional en los papeles de la crónica social, en la autobiografía y desde luego en la decidida fabulación de una novela, generando con ello un inquietante cruce múltiple de líneas referenciales que seguimos inscritos como estamos en el juego de la literatura.
Por otro lado, lo que ya algunos lectores han empezado a considerar como una excesiva dedicación a recrear detalles que llenan páginas y páginas deteniéndose en las formas sutiles de un automóvil nuevo, de una calle de Nueva York o Barranquilla, de una casa o de un patio, del rostro o el cuerpo de un personaje, o en las ramas de un árbol genealógico, no es más que una propuesta que intenta una y otra vez el milagro de hacer presente y posible toda la inmensa complejidad de una época que solo habita en la memoria de un solo personaje que existe única y exclusivamente para eso: no sólo para contarnos la novela acudiendo a la mera referencialidad de lo que pasa, sino para sumergirnos hasta el fondo en la hondura del lenguaje y contarnos todo lo que está detrás de lo aparente.
La historia del joven que quería ser mago
Asombra también la resuelta decisión de entregarse como narrador a la indagación en ese profundo malestar personal que la novela nos entrega acerca de la persistente ansiedad que el personaje protagonista padece desde muy pequeño apretado por el deseo propio de ser mago y el empeño paterno de que fuera el mejor mago más joven del mundo; y, claro, por el acicate incesante que desde niño le proponía una sexualidad que le planteaba desafíos cada vez más intensos en todo momento, quedando toda aquella pulsión casi siempre en una intención irrealizada.
Y por último, hablando de esa visión y descripción de lo que era la Barranquilla de esos años 50 y 60, no hay duda de que Miguel Falquez-Certain ha querido escribir esta novela para desnudar una cierta Barranquilla racista, intolerante y excluyente representándola como una ciudad que ocultaba su doble rasero y su hipocresía en una especie de farnofelia aristocrática y una falsa apertura hacia los diferentes.
Hay un nivel de lectura en esta novela que permite un disfrute ciertamente inusitado. Se trata de que un lector que conozca un poco la historia reciente de la ciudad; la de esos años mencionados y los posteriores, no podrá negarse al disfrute que con toda seguridad le va a representar el hecho de jugar a reconocer ciertos personajes con vida y milagros perfectamente reconocibles, pero escondidos tras un sofisticado antifaz que el autor les sobrepuso a la manera de nombres pomposos, raros o lejanos que no están para nada relacionados con los roles de los verdaderos personajes aludidos. Excelente recurso para no provocarle distracciones chismográficas a la historia que pudieran perturbar sin duda su interés y su importancia.
La novela de Falquez Certain va más allá de una comedia de costumbres
Así, como diría el crítico colombiano Gustavo Arango en una reseña publicada en El Heraldo sobre esta novela: “Un lector que conozca la sociedad barranquillera y cartagenera disfrutará mucho desenmascarando personajes, asignando nombres reales a esta comedia de costumbres que Miguel Falquez Certain nos ha regalado. Pero ese aspecto referencial de la lectura se diluirá con el tiempo —cuando no queden personas que reconozcan los modelos originales — y entonces será más visible esa elaborada filigrana repleta de verdades sobre la vida en sociedad y con pocas verdades sobre su personaje principal.”
Perfectamente de acuerdo con Arango en ese planteamiento pero no comparto la calificación que considera esta novela como una “comedia de costumbres” porque creo que disminuye la indudable estatura de complejo retrato social que ostenta la novela no importa que de manera engañosa se sirva un poco de esa cultura del sainete y del teatro ligero tan caros a las formas de representación escénica que históricamente cultivaban en la ciudad el propio protagonista, su padre y sus hermanos, y un grupo grande de notables de las más disímiles procedencias, estirpes y calañas, pero que en la novela no son sino un pretexto que permite recrear lo que sucedía en la vida social de ese momento y que constituye un interesante referente cultural de la ciudad.