"La violencia engendra violencia, como se sabe; pero también engendra ganancias para la industria de la violencia, que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo" —Eduardo Galeano.
La crisis bipartidista que ha acompañado a Colombia más de cincuenta años, durante la mitad del siglo XX, ha dejado huérfanos, viudas y desplazados. Todo esto a partir de las confrontaciones de los partidos liberales y conservadores, que han tenido esa sed de poder. Irónicamente, la violencia ha sido uno de los sucesos históricos que ha permeado las academias y las artes. Evidencia que se puede ver en la cantidad de estudios realizados sobre los campos políticos, sociales, económicos y culturales de Colombia, utilizando herramientas como la música, la pintura, el teatro, la escultura y la literatura, e intentando plasmar y crear una memoria histórica.
En el caso de la literatura, se acuñó el concepto de “novela de la violencia”, que intenta explicar los acontecimientos violentos que atormentaban a Colombia en sus factores socioculturales, recordando que la literatura es una estrategia esencial para comprender los hechos reales o ficticios que acompañan las relaciones que establecen los seres humanos. Es así como algunos novelistas se pueden ubicar en esa categoría; se presentan algunos de ellos a continuación.
José Antonio Osorio Lizarazo (1900-1965) fue un escritor y periodista colombiano. Está considerado uno de los referentes del periodismo colombiano del siglo XX y dejó una invaluable obra literaria que refleja las problemáticas que giran en torno a la ciudad de Bogotá. En su novela El día del odio (1952) refleja el más acertado mapa social y humano de esa Bogotá de los años 30 y 40, la de los pobres, de los “humillados y ofendidos” barrios de invasión y esa vida en los inquilinatos, lo que evidencia esas historias desgarradoras de policías, hampones, desempleados, campesinos y desplazados por la violencia y por el hambre, refugiados en una ciudad ajena. Tampoco deja de lado la descripción literaria de los sucesos del 9 de abril de 1948, día en el que fue asesinado el orador que se había convertido en la esperanza de esos hombres y mujeres saqueados: Jorge Eliecer Gaitán.
Desde esa perspectiva, se hace necesario traer a colación uno de los fragmentos de El día del odio:
Gaitán cayó fulminado por tres balazos y su cadáver fue mecha que encendió la conflagración y desencadeno la fuerza cósmica del odio acumulado en años de injusticia y explotación (…)
Tránsito y su marido padecían estrechas privaciones. Ya no podían soportar más el hambre, y el hampón se había decidido intentar cualquier aventura durante la noche inmediata, desafiando los graves peligros consiguientes a las intensificaciones de la vigilancia. Tránsito, resignada y silenciosa, se tendía a su lado en el duro suelo, durante los días enteros, con el vientre pegado al espinazo, y añoraba su inquietud campesina, tan imposible y remota, a la cual no podría regresar nunca, porque la vida se obstinaba en neutralizar sus sencillos anhelos. Carecía de voluntad para oponerse a su destino, y había ofrecido salir de la noche a ambular por los hoteluchos prostibularios, para conseguir algún mendrugo (Osorio Lizarazo, 2010, p. 270).
Este fragmento muestra esa Colombia sumergida en la violencia que ha generado condiciones de vida paupérrimas, ocasionando que personajes como Tránsito, su marido y miles de colombianos caminen hacia ciudades desconocidas, buscando la posibilidad de encontrar nuevos horizontes que estén permeados por hambre, sueños fallidos, miseria y explotación.
Además, no se podría dejar de lado lo que plantea Osorio Lizarazo en textos como “La esencia de la novela”, en el que afirma que:
No puede existir un legítimo concepto contemporáneo de la novela sino desde su punto de vista social, esto es, como instrumento adecuado para despertar una sensibilidad y para formar un ambiente propicio a obtener la afirmación de un equilibrio y de unas justicias sociales. El novelista tiene que ser fiel a esta finalidad (Osorio Lizarazo, 1938, p. 124).
Es decir, que la novela es el reflejo de los acontecimientos socioculturales que aborda una nación con el propósito de despertar una conciencia y una sensibilidad frente a esos hechos.
En esa misma línea destaca el novelista, periodista, ensayista, diplomático y político Eduardo Caballero Calderón (Bogotá, 1910 - 1993). En su obra Historia privada de los colombianos realizó un prólogo titulado “Cangrejos ermitaños” en el que describe los sucesos que vive el escritor y la realidad en las que está sumergido diciendo que:
Los escritores somos como los peces que por vivir sumergidos dentro de una laguna, se enteran menos de su apariencia que el pescador que desde la orilla tira el anzuelo para pescarlos (Caballero Calderón, 1960, p. 9).
Esto indica que Caballero Calderón reconoce que a los escritores contemporáneos se les dificulta comprender la realidad que habitan en profundidad, puesto que al estar sumergidos en ella no tienen una visión holística. Sin embargo, no es imposible realizarlo en su obra Siervo sin tierra, en la que describe de manera fidedigna los hechos violentos que representa tener tierras en Colombia.
Y no se podría concluir esta aproximación a los escritores de la novela de la violencia sin nombrar a Daniel Caicedo, escritor y médico colombiano nacido en 1928, en Cali. Gracias a esa última profesión pudo ver más de cerca la violencia que atravesaba al país en una de las regiones más golpeadas por el conflicto: el Valle del Cauca. Su obra Viento seco (1953), que fue despreciada hace unos años por su posición de denuncia, se caracteriza por esa postura testimonial que se refleja en la crudeza de sus escenas, que evidencian la cara de la protesta de un militante del partido liberal, pero que no pertenece a las clases del país, siendo un modesto médico de provincia que, viviendo diariamente el drama de los heridos y muertos, toma conciencia y refleja los acontecimientos dolorosos que no se pueden dejar atrás. En este sentido, Viento seco recorre los testimonios y el drama vivido por los campesinos del siglo XX a partir de la violencia que ha sacudido al país en los campos políticos y sociales, obligándolo a generar un montón de víctimas que siguen pidiendo justicia a través del tiempo.
En conclusión, la novela de la violencia es el himno de los hechos que han permeado al país en los ámbitos políticos, sociales, económicos y culturales, reflejando un universo de víctimas que claman justicia. Una justicia que se constituya desde la verdad, la reparación y la paz, que son los elementos esenciales para ser resilientes. Se debe crear en la casa y en la escuela una memoria histórica que permita conmemorar esos sucesos que tejen a Colombia, sin permitir que vuelvan a ocurrir, y uno de esos mecanismos es la literatura que pinta seres humanos desde múltiples dimensiones.
Bibliografía
Caballero Calderón, Eduardo (1960). “Cangrejos ermitaños”. En Historia privada de los colombianos. Anteres. Bogotá.
Caicedo, Daniel [(1953)] (1973). Viento seco. Bedout. Medellín.
Osorio Lizarazo, José Antonio. (1938). “La esencia social de la novela”. En Revista Pan. Bogotá.
Osorio Lizarazo, José Antonio [(1952)] (2010). El día del odio. Punto de Lectura. Bogotá.