La noticia de la muerte de Jesús Santrich
Opinión

La noticia de la muerte de Jesús Santrich

Nada tiene de extraño que a Santrich lo haya matado un comando de tropas especiales colombianas que regresó enseguida a su país

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mayo 21, 2021
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A la muchacha la conocí en La Habana. Estaba a punto de graduarse. Me simpatizó. Colombiana, de ese selecto grupo cuyos padres habían sido o eran revolucionarios colombianos, y que habían conseguido como solidaridad la educación para sus hijos en universidades de Cuba. Años después reconocí el seudónimo que usaba en Facebook, así que desprevenidamente le envié una solicitud de amistad.

Su respuesta pareció una bofetada. No me envíe solicitudes de amistad. No trato con personas como usted, que dedicaron sus letras a la traición y la entrega. He conocido ideas semejantes en otras personas, algunas que fueron militantes de las Farc y con quienes compartí experiencias en tiempos de guerra. Siempre me rasco la cabeza con paciencia. No priman en mí sentimientos ni fanatismos contra ninguno, así no sea correspondido.

Sé que ese tipo de respuestas tienen origen en mis debates con Jesús Santrich, a quien tuve oportunidad de conocer antes de su ingreso a la guerrilla, y con quien compartí varios años en la Sierra Nevada de Santa Marta, antes que la dirección de la organización determinara enviarme al Magdalena Medio. Santrich permaneció allá, todo el tiempo, hasta que se pasó con Iván Márquez al Perijá venezolano. Nunca conoció las verdaderas Farc.

Al lado de Iván construyó una organización fantasiosa. Para los dos las Farc sólo concebían un triunfo militar, ajeno a cualquier salida política. Estaban destinados a calcar la obra bolivariana. Vencer militarmente en Colombia para irradiar su obra al resto del continente. Con independencia de contextos o momentos históricos. La revolución consistía en reproducir lo hecho por Bolívar. Tanto que terminaron por comunicarse con él en sesiones de espiritismo.

El debate surgió al conocer ese tipo de inclinaciones. Podían llamarse marxistas, jacobinos y marulandianos, pero como se lo pregunté en una reunión en La Habana, ¿qué creen que diría Manuel Marulanda o Jacobo Arenas al enterarse de sus prácticas de superchería? Su respuesta fue el silencio, seguido de la labor de difamación. A la larga los hechos terminaron por demostrar que era cierto lo que veíamos en ellos, fanáticos incorregibles de la guerra y nada más.

Por eso optaron por romper con los Acuerdos y proclamar su vuelta a las armas. En su delirio, lo pactado en La Habana era irrelevante, porque no condujo a la inmediata toma del poder, como absurdamente soñaban. Solo el fuego de las armas podía garantizarlo. Los pretextos eran fáciles de conseguir en los incumplimientos del gobierno. Los hechos hoy demuestran una cosa. Se equivocaron siempre. La lucha requiere de revolucionarios vivos.

En una polémica que sostuve con sus pedantes amigos, contradictores del proceso de paz y de la dejación de armas, les señalé que por alguna rara inclinación, para ellos sólo los muertos eran dignos de aplauso. Porque podían dedicar hermosas palabras a cuanto simbolizaban. Lo importante no era avanzar, ni ganar espacios, sino morir por una causa, sin importar que fuera perdida. Si algo demuestra la muerte de Santrich, es que su pensamiento fue errado.

Sus áulicos lo comparan con el Che, y hay quienes hasta con Marx. En la mañana del miércoles, miles de colombianos marchaban pacíficamente en todo el país en contra del gobierno de Duque. Enormes multitudes indignadas. Algo muy parecido a eso que en el lenguaje revolucionario se llama lucha de masas. Una consecuencia innegable de la firma de los Acuerdos de La Habana, que abrieron la posibilidad al protagonismo popular en el destino del país.

Ninguno marchaba producto de las proclamas de la disidencia. Ni nadie gritaba vivas a Santrich. La lucha por los cambios obedece a dinámicas muy distintas que él jamás pudo entender. Aunque el gobierno de Duque y el señor Uribe señalen que la gente protesta debido a la labor de los disidentes. Lo cual demuestra a quien sirven realmente esos grupos.

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Dicen por ahí que también cayó Aldinever. Si fuera cierto, ese sí sería el verdadero golpe contra las disidencias

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Ocho o nueve años atrás, el ejército colombiano ingresó desde el Guainía al Amazonas de Venezuela. Un comando infiltrado capturó vivo a John 40, mando de las Farc que operaba del otro lado de la frontera. En el regreso a Colombia, con John sedado y atado a una vara, los militares colombianos fueron alcanzados por una compañía de las Farc, que les causó varias bajas y rescató a su presa. La anunciada rueda de prensa de mindefensa terminó frustrada.

Así que nada tiene de extraño que a Santrich lo haya matado un comando de tropas especiales colombianas que regresó enseguida a su país. En su momento, sacaron también a Rodrigo Granda de Caracas, para luego decir que lo habían atrapado en Cúcuta. La guerra tiene eso, mentiras, que se apoyan en los grandes medios para parecer verdad. Dicen por ahí que también cayó Aldinever. Si fuera cierto, ese sí sería el verdadero golpe contra las disidencias.

Es que para ser justos, Jesús Santrich nunca fue nada más que pantalla.

 

 

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