Ayer, un aficionado salió del estadio de Ibagué ovacionado y entre aplausos. Su “hazaña” fue agredir a un jugador por la espalda. Muy seguramente, si se lo permiten, el público baja al césped, alza en hombros al desadaptado y le impone la corona de laurel por su heroísmo. Esa es una demostración de la cultura violenta que se ha normalizado en Colombia.
Si linchan a un policia, si agreden a un indígena o a un estudiante, si insultan a un religioso, a un político o a un negro, siempre habrá un sector de la sociedad que se satisface y divierte hasta el extasis. Como vimos ayer, no hará falta quien haga apología expresa a la violencia.
Todos los días en televisión, enlas redes sociales, en la calle, los “líderes” religiosos, políticos y deportivos nos inoculan la violencia como un método válido para exteriorizar sentimientos. El científico argentino Facundo Manes, en un experimento con los indígenas mapuches de Chile, estableció que un cerebro con prejuicios reacciona en solo 170 milisegundos cuando observa una imagen forjada en perjuicios (en temas de raza), los asimila en un parpadeo a peligro o amor.
Lo mismo sucede con nosotros cuando cultivamos tantos prejuicios, y cuando renunciamos a la razón y nos circunscribimos al fanatismo: somos veloces para ofender y agredir, pero demasiado lentos para razonar y admitir los errores.