Este mes de abril tiene un par de tragedias humanas que no debemos dejar pasar al olvido: el 2 de abril los estudiantes de la universidad de Garissa se despertaron al aterrador ritmo regular de los disparos de fusil; como pudieron, salieron a correr por el campus y los más lograron huir del lugar con angustia en los huesos pero con las carnes intactas. 147 de entre ellos no lograrían la hazaña y caerían bajo las balas de, al menos, cuatro extremistas pertenecientes al grupo de desquiciados, llamado al-Shabab. Hoy hace un año y un día, 276 niñas eran sacadas de sus aulas, de su escuela, para ser montadas en camiones y llevadas a quién sabe qué rincón de la selva, para ser vendidas, esclavizadas y violadas hasta que su alma no pueda más guardar como receptáculo el putrefacto manojo de carnes que es su cuerpo, corrompido y maltratado por la demencia colectiva que sufren los hombres del grupo Boko Haram.
La comunidad internacional, y especialmente las redes sociales, han formado rangos y se han enlistado en la batalla contra el olvido y la indiferencia. “¡De admirar!”, decía un viejo en San Vicente del Chucurí, querer darle cara y nombre a la estadística es un trabajo necesario y meritorio. Sin embargo, más allá de esta lucha contra la amnesia, una de las cosas que más me ha llamado la atención es la pregunta que se ha elevado entre los militantes del dolor compartido y la solidaridad. Evocando el enorme movimiento “Je suis Charlie”, la gente se pregunta por qué la respuesta a estas masacres no es la misma, ¿por qué no se mueve la misma masa, por qué no tiene la misma envergadura? La pregunta es válida y es más que necesario planteársela. Sin embargo, me parece a mi, la respuesta, la obvia, la que todos sospechamos, no ha sido enunciada, quizás porque para hacerlo tenemos que escupirnos un poco en la cara.
Cuando en enero de este año, los caricaturistas de Charlie Hebdo fueron asesinados, el mundo respondió con unánime rechazo, dolido por el ataque a la libertad de expresión, a los valores republicanos y democráticos, por el dolor de ese país de monumentos bellísimos, de historia riquísima, de cultura universal y de una sociedad que ha sido el timón de las nuestras desde hace más de dos siglos. Algún nombre francés ilustre se nos vino a la cabeza, igual pensamos en algún amigo o en algún familiar. Cuando 147 estudiantes universitarios del África son asesinados o 276 niñas son raptadas en el mismo continente nos indignamos, movemos la cabeza con asco y desprecio y pasamos a otra cosa. ¿Por qué? Porque son negros; y no simpáticos bailarines del Chocó o espectaculares raperos de Detroit o fascinantes futbolistas brasileños, no esos no. Son negros del África, ese continente donde todo va naturalmente mal, donde nació la humanidad y donde se muere todos los días también.
¿Que pasa? ¿Le choca la idea? ¿Que está pensando? “-Pero que dice este tipo, yo no soy así, a mi me importa la gente del África tanto como cualquier otra y en este momento me siento insultado-”. ¿Está usted seguro de ese amor incondicional por cualquier ser humano? Hagamos un ejercicio: voy a contar hasta diez y usted, sin mirar el internet o su celular, se va a responder a usted mismo, la siguiente pregunta: ¿Dónde queda la universidad de Garissa? Y esta otra: ¿De que país son las 276 niñas raptadas? 1,2,3,4,5,6,7,8,9 y...¡10! Por lo presente de las noticias, espero que usted haya sido capaz de decir Kenya y Nigeria. Volvamos a intentarlo: ¿Cuáles son las lenguas oficiales en Kenya? ¿Cuál es la principal actividad económica en Nigeria? 1..............¡10!. ¿Ve usted a dónde voy con esto? Por satisfacer su curiosidad, las respuestas son: Swahili e Inglés y la industria petrolera, pero volviendo al meollo del asunto, el problema es que usted (y hasta hace poco yo) no tenemos ni idea. Ni. Puta. Idea. El problema es entonces de ignorancia y de indiferencia. Sí, sí, ya puede usted calmarse, no le estoy tratando de racista, a menos que su ignorancia se base en preceptos desagradables como el del diputado antioqueño que pretende que invertir plata en el Chocó (departamento colombiano de mayoría afro) es “como meterle perfume a un bollo”1, no es el caso, espero. Le estoy tratando más bien de “indiferencista” o de “meimportaunculista” o algo así.
Tal parece que el mundo occidental ha decidido que África es un continente muy jodido, donde los negros se pican a machete cada dos por tres, donde los gobiernos son estructuras corruptas que más tienen que ver con herencias familiares y dinásticas que con democracia y donde lo único bueno son los leones y jirafas de la televisión. Lo mejor es no ponerle atención, sabemos de grupos medio heroicos que intentas salvar a sus habitantes (Médicos sin Fronteras, Cruz Roja, etc); les deseamos la mejor suerte y nos desinteresamos del tema. Volvemos nuestra mirada hacia allí de vez en cuando, cada que el horror alcanza limites inaceptables, nos indignamos y rápidamente se nos pasa porque igual eso parece otro planeta. Nuestra ignorancia es tal que es común encontrarse con gente en internet que piensa que África es un país. Esto puede parecer absurdo pero hay generalizaciones difíciles de desarraigar. Por ejemplo, el hecho de que en África no solo viven negros, el norte del continente es de mayoría árabe magrebí y en Sudáfrica hay una importante población blanca.
Pero bueno, aunque parezca, la discusión no es racial, eso de “negro” no es necesariamente despectivo, a mi no me molesta que me digan moreno y de seguro a un francés poco le pica que le llamen blanco. El problema está más bien en el imaginario negativo que hemos permitido unir a esta palabra, estereotipos que no decimos porque no necesariamente creemos en ellos, pero que están por ahí dando vueltas en nuestras cabezas. “Salvajes”, “inferiores”, “brutos”, son algunas de esas ideas que aún se defendían en el siglo XIX y que si bien la mayoría de la humanidad las rechaza hoy en día, lo cierto es que es uno de esos pensamientos que tenemos que pelear para sacarnos de la cabeza puesto que nos vienen con pasmosa facilidad. Y no solo es con los afros (no sé si es políticamente correcto pero a mi me gusta esta palabra, suena a cultura universal e imperecedera), nada tan común como escuchar un chiste del Árabe que se estalla, de que le pregunten a un Colombiano, muertos de risa, si tiene droga, de que le digan “Heil Hitler” a un alemán. Estereotipos hay para todos pero no podemos permitir que los que hemos dado al África, la condenen al dolor.
Pero no se vaya, siga leyendo. A diferencia de la verborrea de Vallejo, este texto negativo tiene un punto. Así que al grano: ¿cómo curarnos de esta indiferencia? Pues es difícil hacerlo pero la herramienta la conocemos: la educación. Entre mejor conozcamos la historia y la sociedad de los países africanos (y mientras estamos en ello miremos los países asiáticos y del pacifico y todos los demás), más cercanos nos sentiremos a sus dolores y más proclives seremos a hacer algo al respecto. Por efecto dominó, también nuestros lideres se sentirán más motivados a tomar cartas en el asunto. En los dos casos, comentados en este articulo, la educación toma, además, un tinte de lucha romántica. Lo que fastidia a estos grupos extremistas, lo que los impulsa a matar, es el odio que tienen por la educación. Aprendiendo y enseñando no solo reducimos la brecha entre nosotros los seres humanos sino que golpeamos al enemigo allí donde más le duele, atacamos su ignorancia en acto de fe subversivo, nos hacemos más hermanos y de paso, puede que encontremos solución a los conflictos que dan estructura a estos crímenes. Tanto los estudiantes universitarios como las niñas fueron y son objetivos porque desean estudiar y formarse profesionalmente. “Boko Haram” quiere decir literalmente “la educación occidental esta prohibida”, y no que no se pueda poner en tela de duda el modelo occidental de educación, pero el concepto que esta gente maneja de educación, es el de ninguno en absoluto. Puede sonar cliché pero cada persona educada es un terrorista menos, al menos potencialmente.
Así que botemos a la basura eso de “negros” y pensemos en seres humanos que viven en situaciones difíciles y que, hoy por hoy, se juegan la vida construyendo futuro. No dejemos morir ese espíritu “Je suis...” porque en definitiva todos somos todo, lo bueno y lo malo que pasa en este mundo, en especial en una época donde podemos compartir información tan rápido como podamos escribirla en un computador o un celular. Aprovechemos también la ocasión para darle a la enseñanza y a la educación, la categoría que se merecen, que cada persona que ose querer construir caminos del mañana alimentando almas jóvenes y viejas, se convierta en nuestro héroe o heroína. Que nuestros hijos se sientan orgullosos de ir a la escuela o de tomar un libro y sepan, sin dejarle espacio a la duda, que ese es uno de los más valientes actos que jamás realizarán. Que nuestra arma de instrucción masiva, como alguien planteaba por ahí, y nuestro estandarte de batalla sea ese lápiz que se blandeó con orgullo en enero. Porque con él, no solo se pueden hacer caricaturas, también se pueden escribir textos, subrayar esas ideas que nos parecen fundamentales, anotar pensamientos sueltos para que la modorra no nos robe los frutos del ingenio y rascarse la cabeza insistentemente cuando la materia gris no termina de elucidar la intrincada red de nuestro razonamiento.
Porque al ritmo de mi cabeza crece mi corazón, por la hermandad y el conocimiento, porque se me hace tarde, termino esto aquí, ¡me voy a clase!
PS: Para seguir dándole impulso a la visibilidad internacional aquí los dejo los hashtags de las campañas: #147notjustanumber y #bringourgirlsback