La noche de los grados

La noche de los grados

Ya es justo que después de tantos puntos aparte, seguidos; puntos y comas, se le ponga fin y con alegría por el simple hecho de estar vivos, a esta historia

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
enero 05, 2022
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La noche de los grados
Foto: Pixabay

Esa noche decembrina, para ser más preciso, el sábado 18 del inolvidable 1981, todos estábamos a la espera, como bien lo dijo en su libro el gran Álvaro Cepeda Samudio, que hicieran el llamado a uno por uno de los 29 estudiantes que en esa fecha, y tras seis años de estudios, de fracasos, de triunfos, de sudor y de pocas lágrimas, nos habíamos ganado el derecho a recibir lo que hasta hacía pocos años atrás llamaban el cartón de bachiller, pero para nosotros significaba un verdadero triunfo recoger ese título de manos de las directivas de nuestro amado Liceo Departamental Mixto de El Bagre, que a partir de la fecha nos acreditaba como Bachilleres Académicos.

Era que en esos tiempos todavía resultaba respetable ser el portador de aquel pergamino, pues no se habían puesto de moda aún los plagios en las tesis de grado y a lo sumo alguno de nosotros bien pudo haberle copiado a su compañero de pupitre la respuesta de aquel viejo problema de un tal logaritmo neperiano y otras vainas que nos indigestaban.

¡A malaya!, y tampoco había hecho presencia en la escena la esclarecida política Jennifer Krisstin Arias Falla, quien a sus escasos 34 años de edad ha superado cualquier barrera para ser el peor ejemplo de nuestra juventud, sobre todo los que han tomado la política como su modo de vida.-

Alguien, con mucho de razón, dijo que el cerebro trabaja más al servicio del olvido que por la memoria y por eso hoy, cuando han transcurrido 40 años, que es lo mismo decir 480 meses o 14 600 días con sus noches, evoco aquella velada en el aula múltiple de la benemérita institución, adornada para la ocasión por un manto de estrellas y con la luna llena, digna de aquellos diciembres, entonces pongo los mismos ojos que solían nuestros antepasados cazadores, cuando dedicaban su atención para no perder el momento en que saltara la liebre y contar algunos de esos detalles.

Según el Acta de Graduación, firmada por el entonces rector Ciro Robledo Torres y por la secretaria, la monja Flor María Becerra, éramos 29 en la lista, encabezados por Álvarez Flórez Rubén Darío, a quien hoy no lo tenemos en esta dimensión, y la cerraba Zuleta Merlano Efrén Emilio, cuyo paradero es uno de los misterios más grandes de la cristiandad. Al menos para mí.

Cuatro días antes de aquella fiesta le correspondí la visita a María, quien me tenía entre ceja y ceja con el sambenito de que eran mis últimos días en el pueblo, ya que su sexto sentido, que en ellas es muy avanzado, le había revelado que mi próximo destino sería la ciudad de Barranquilla.- Aunque traíamos una relación entre oculta y revuelta, sabía que el único camino para llegar a ella era aplicar una especie de ¡Ábrete, sésamo! para que despejara el camino y me abriera su esquivo corazón.

Llegué a su puerta, toc, toc: ¿Quién es, a quién busca? A María, la bandida, y la puerta se abría como la de Alí Babá y asunto concluido. Ya en confianza hacíamos referencia a diferentes asuntos de la vida y de las rutinas en que nos ocupábamos y nunca olvidaré los consejos que me daba después de los retozos de ocasión, porque rara vez se me iba viva a los corrales. Recuerda, me decía, que una buena persona triunfa aquí y a donde vaya, mientras que al malo le irá mal aquí o a donde sea.-

Por eso, lo que pasó entre nosotros aquel año quedó enterrado en esas páginas y hoy, cuando trato de rescatar algunos pedazos de esos vidrios rotos para armar el espejo completo, todavía no logro saber cómo ni por qué, el cariño de aquella mujer, que para ese momento todavía conservaba rasgos de niña, me sigue acompañando siempre, aunque hoy no esté conmigo.

También conservo muy fresco el recuerdo de mi primer día de clases de sexto bachillerato, que así se llamaba ese nivel antes de la reforma educativa, que hoy es el 11; con despertada a las 4 y 50 de la mañana, con baño de totuma y dentro de ella el jabón para mí, o cualquiera que estuviera de moda, adquirido en la farmacia Popular, con la toalla terciada en bandolera, en pantaloneta, rumbo al río, que por esos días era una corriente cálida y cristalina, al punto que si se ponía atención se veían algunos peces en el fondo del cantil, y en todo caso era un referente para muchos de nosotros que hacíamos de ese baño un rito, porque no se trataba de nadar aguas abiertas, sino que en la orilla nos aplicábamos aquel servicio con mucho respeto y de no más de 15 minutos.

El liceo, que todavía se encontraba en construcción, se levantaba en un sitio en donde antes era una montaña de cascajo y de piedras de todas las formas, ni muy grandes ni muy pequeñas, pero muy pulidas, que eran la basura que las dragas habían dejado a su paso y en donde crecían en plena libertad los palos de mangos, de icacos –así les decíamos, en vez de árboles – los guayabos, las guamas, las grosellas, los matarratones, los almendros y las matas de mortiños, que por entonces eran una rastrojera, de donde desgajábamos sus pequeños frutos de color morado y que dejaban su mancha en los dientes, pero que hoy la botánica lo describe como el agraz silvestre, el arándano, que a pesar de que nadie le daba importancia, a estas alturas es muy estimado por sus valores antioxidantes, según los expertos.

Cuando ingresamos al primero de bachillerato el colegio era gobernado con el guante de seda y las manos de hierro de la religiosa de origen mexicano, María Moreno Chávez, una mujer regordeta de unos 55 años de edad, muy parecida a la hermana superiora que se veía en una novela que se transmitía en la televisión llamada “Mundo de Juguete”, y por sor Dora Alicia Niquepa Guasca en la Secretaría General, ambas de gafas, sólo que esta tenía un pequeño defecto en sus incisivos que le daban una apariencia de estar siempre sonriendo, y ambas pertenecientes a la congregación de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús de los Pobres, cuyas raíces se hunden en la ciudad de León, Estado de Guanajuato, México, y cuando El Bagre contaba con apenas 348 almas, no todas piadosas, porque hay que decirlo.

No sé con qué lógica creí la versión de que las monjas, porque era la primera vez que las teníamos tan cerca, eran calvas de nacimiento y por eso usaban ese artilugio llamado toca para disimular su falta de cabello.

La verdad era que esos detalles no eran los que me preocuparan porque la mayoría de ellos tenían que ver con el afán, como el de muchos, de estudiar para ser alguien en la vida, como nos decían a todos en la casa, hasta el día en que uno de los tantos necios del curso tuvo la osadía y el atrevimiento de despojar de su prenda a la hermana Flor María, que había llegado en la segunda tanda y era la de menos edad, y lo que vimos nos llenó de asombro a todos porque lucía una cabellera mejor y más cuidada que la de una quinceañera.- Solo le faltó su peinado estilo Alf, muy de moda en esos años.

Fue en la administración del rector Hernando del Castillo Ríos, en 1971, cuando se consiguió el lote, el cascajero del que les hablé, donado por la empresa minera y aquí habría que decir, con algo de orgullo, que ese tal gobierno corporativo del que tanto se habla en Medellín y que maltrató el alcalde actual Daniel Quintero Calle, tuvo sus inicios en mi pueblo por una razón de peso.

Allá nada se pudo construir sin contar con el apoyo de la empresa privada, es decir, de Mineros en cualquier denominación, de la iglesia católica, del sector solidario con su Cooperativa que tiene los mismos años que el pueblo, los líderes de ambos partidos y de la propia comunidad, que muchas veces se echaba al hombro las obras que tenía registrada bajo su agenda la Junta de Acción Comunal de Bijao.

Entonces vuelvo a recordar, como si fuera una viñeta del pasado, cuando ingresamos al colegio que, dicho sea de paso, era todo un honor y un privilegio hacer parte de aquella familia, porque por ser el único que funcionaba en la población, eso mismo le daba cierto prestigio ante la comunidad, incluso ante las mismas autoridades que por muchas razones respetaban a sus integrantes.

Es que había que ver cuando salían de sus clases y se reunían en sectores públicos aquellos estudiantes para deliberar sobre cualquier tema, para que ese solo gesto llamara la atención de muchas personas, porque la sola presencia de un grupo de ellos, o de sus uniformadas alumnas, era una forma de darle al pueblo un grado del mayor de los respetos y de honorabilidad.

La parte femenina se destacaba, no solo por la belleza natural con la que fueron beneficiadas las nacidas en aquel pueblo, la misma que les permitía competir mano a mano con las que llegaban de otras partes, sino que las embellecía aún más el color azul del uniforme de diario, pero mucho más el rojo a cuadros que llevaban en la falda y la blusa blanca para la práctica deportiva.

Por ese año estaba en manos del profesor Carlos Mario Mesa Sierra, así como el Inglés con Alfonso Gómez Pérez, la Filosofía con Joaquín Naranjo, quien terminó su vida deambulando sin afanes por las calles de Medellín con su barba de dos metros; del Francés y la Religión dictaba por el cura William Ruiz Velásquez, Elvia Galván Herazo con sus clases de Biología y de Comportamiento y Salud, de Nohelia Rúa y sus eternas fichas para dictarnos las clases de Historia, entre otros.- Nuestro director era Gustavo Arbeláez, quien además dictaba la clase de Química.

Luis Bertulfo Correa Quintero, un ingeniero industrial de la Universidad Autónoma Latinoamericana, hizo su aparición en medio de una huelga convocada por el magisterio afiliado a la todopoderosa Adida, razón por la cual apenas se nos vino a presentar como nuestro profesor cuando aquel paro se terminó, justo al comienzo de las vacaciones del mes de julio, así que tuvo que esperar a que se acabaran para decirnos que llegaba con la responsabilidad de dictar las clases de Matemáticas superiores a los estudiantes de 5° y 6°, además las combinaba con la dulce Trigonometría, el Cálculo y la Física.

En principio nos la había dictado un profesor sacado con lazo de la Universidad del Valle que nos puso a sufrir con su texto de consulta que era el de Michel Valero, cuya primera clase nos la dictó al otro lado del río y para mostrarnos cómo se expandían las ondas del sonido en el aire, lanzó una piedra al centro de la ciénaga y dijo que era lo mismo, pero en el aire.- Con razón esa materia me fue esquiva para siempre.

Esa noche todo parecía estar hecho a la medida de la fecha grande, pero eso a mi padre no le causó ni el menor gesto de consideración hacia su hijo que superaba el segundo escalón académico de su vida, quizá porque tenía la certeza de que el camino que me esperaba era muy largo y tan torcido y culebrero, que era mejor dejarme gozar a mi arbitrio. Claro que tuvo una frase digna de enmarcar cuando salí rumbo a la ceremonia: “Hijo, despacio y buena letra”.

Tal vez por eso nunca en el resto de su vida me atreví a preguntarle por qué no me acompañó, como sí lo hicieron los demás padres, a recibir aquel diploma que tanto sacrificio nos había significado a ambos.

Las canciones de aquel año eran “Uno es así”, “A un colega”, “Corazón martirizado”, “La ceiba del puerto”, “El Hijo de Patillal”, que hacen parte del volumen 15 de los Hermanos Zuleta; estaba también de moda Silvio Brito y Orangel Maestre, el Pangue, con “Sueño con María”, “Solo promesas” y “Vine”; por el lado del Binomio de Oro se escuchaban “Luna de junio”, “Te seguiré queriendo” y “Viejos anhelos”, mientras que los Betos se hacían memorables con “Desenlace” y “Gitana” y el gran Diomedes Díaz con el acordeón de Nicolás Elías “Colacho” Mendoza ponían de moda “A mi papá”, “Bonita”, “Lo mismo me da”, “Un detalle” y “Zunilda”, y en solitario estaba “Mi presidio”, cantado por Romualdo Brito; sin dejar de mencionar a Jorge Oñate con Juancho Rois y su “Ruiseñor de mi Valle”.-

Bueno, ese 1981 no pasó en blanco si recordamos que el 21 de mayo visitó el país la Madre Teresa de Calcuta; el 29 de junio el ciclista boyacense Fabio Enrique Parra Pinto se alzó con la versión 31 de la Vuelta a Colombia en Bicicleta, la misma que hacíamos con un trazado en cualquier calle en el barro y con bolitas de cristal.

El 20 de octubre guerrilleros del M-19 secuestran en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín un avión de Aeropesca y lo cargan con armas en La Guajira; el 12 de noviembre es secuestrada por hombres del M-19 la estudiante de Economía de la Universidad de Antioquia, Martha Nieves Ochoa Vásquez.

El 15 de ese mismo mes un buque de la Armada Nacional destruye en las aguas del Pacífico el barco El Karina, cargado de armas que fueron llevadas por el avión secuestrado de Aeropesca, episodio que años después el periodista Germán Castro Caycedo lo recoge en un libro del mismo nombre.

El 19 de diciembre el llamado Poderoso de la Montaña, el DIM, le gana al Deportivo Cali la Copa Colombia, y un día después, el 20, el Atlético Nacional doblega al América de Cali en el Atanasio Girardot, y se estampa su cuarta estrella.-

Muchos años después, pero muchos, muchísimos, nacería el 20 de diciembre en la Clínica Soma de Medellín la Gran María José, quien está que llega a sus 18.- ¡Cómo pasa el tiempo, Dios mío!

Voces del recuerdo: ese mismo año viajamos a Medellín, Rubén Darío Álvarez y quien esto escribe, a presentar nuestros exámenes de admisión a la UPB, prueba que no logramos pasar para bien de ellos y de nosotros.

Pero al año siguiente, a finales de enero y con la credencial 17219 me presenté a la Universidad de Antioquia, siendo rector el médico Miguel Antonio Yepes Parra, quien nos abrió sus puertas el 12 de julio de 1982 y fuimos portadores del carné 28211530 en la carrera de Periodismo, hasta que pude leer mi nombre completo en letras de molde en un periódico de la ciudad de Medellín, profesión que me ha dado la fortuna de vivir sin muchos apuros, a Dios gracias.

Rubén Darío se dedicó años después a sus trabajos rutinarios hasta que falleció en medio de esta pandemia.  Tuve especial amistad con Elvert Díaz Angulo, a quien le decíamos Viejo Ñó cuando estaba al frente de su heladería La Bristol en la calle de los Kioskos, quien tiempo después murió despezado en un accidente de trabajo en una de las dragas de la empresa Mineros.

Siempre nos ponía canciones de los Hermanos Zuleta como despedida de mis cortas vacaciones o cuando la Universidad cerraba sus puertas por un paro.

Otro de los que ya partió a la eternidad fue el tranquilo de Adolfo Barragán Vanegas, conocido desde siempre como Pepe.-

Aquel inolvidable año lo cerramos poniendo la más grande cereza a un pastel que se horneaba desde sus comienzos, porque sabíamos que una vez llegara a su fin, y el fin estaba cerca, todos cogeríamos un camino distinto y diferente, así que lo cerramos con un paseo a Cartagena de Indias, que alguien le puso el pomposo nombre de excursión y que ya habían vuelto costumbre las promociones anteriores.

Incluso también acudimos a la misma fórmula para financiar el viaje y eso se logró gracias a las utilidades que nos dejó el baile amenizado por el conjunto vallenato El Doble Poder, integrado por Daniel Celedón Orsini e Ismael Rudas Mieles, que venían cargados de pergaminos y con éxitos como “Mercedes”, “Drama provinciano”, “El saludo”, “La gota fría” y “Triste desenlace”, por mencionar unos pocos.

Fueron dos noches de parranda que nos dispensó el dinero suficiente para que los expertos en materia de presupuestos dieran el visto bueno para decir que podíamos hacer el paseo sin mayores afugias, y aunque se intentó hasta última hora contratar a Diomedes Díaz, hay que decir que su mala fama de dejar a la gente como a las novias de Barranca, vestidas y alborotadas, hicieron al grupo desistir de la idea.

Aquel viaje, cuyo primer tramo eran los 79 kilómetros de la trocha que de El Bagre conducía a Caucasia, fue lleno de alegría y anécdotas y canciones, así como ver dentro de las mochilas de algunas de ellas tal cantidad de pastillas de Mareol que me tocó hacerme a un lado y no fuera a pagar las consecuencias.

La travesía no fue fácil porque hubo varada de ocasión en el kilómetro 42 en donde un pantanero se nos interpuso muy a pesar del intenso verano, razón por la cual hubo que bajarnos y con palos y ramas y la mejor voluntad, logramos sacarla del atolladero tres horas después.- Subsanado el percance, el ayudante de la chiva nos dijo que algún vergajo había roto el dique construido para detener un riachuelo que pasaba por allí; cogió su trapo rojo, se lo amarró en la cabeza, y arrancamos de nuevo.- Antes de llegar a Sincelejo hicimos una parada en un pueblo cuyo nombre he olvidado a propósito y allí le propuse bailar a una mujer que se acababa de casar, porque por eso era el baile, con la suerte de que su novio me concedió la pieza y si no me quedé fue de vainas

Ah, ese viaje también le permitió a más de uno cumplir con el sueño de conocer el mar, porque pese a todo, en el grupo algunos nunca lo habían visto salvo en la televisión o en las películas, como fue el caso de Margarita Meneses, a quien le cerré los ojos en las murallas del Castillo de San Felipe y al abrirlos tenía al frente en toda su extensión aquel mar azul que alguna vez dibujamos en los cuadernos de la primaria.

Más bien nos detuvimos ante un personaje local que no se cansaba de decirle a los provenientes de Antioquia: “Al mar hay que respetarlo”.

Al que no respetaron fue al profesor Gustavo a quien dejaron empeloto en la playa, recordó Franklin.

Varios, acostumbrados a nadar en las serenas aguas de nuestros ríos o de la quebrada Villa, no daban pie con bola para recibir las olas de aquel mar que nos era ajeno y que se precipitaban contra la playa con la fuerza natural, hasta que aprendimos a plantarnos de medio lado para no sucumbir hasta el fondo, tragar agua y arena y más tarde tener los ojos rojos por la sal.

Recordándolos así, allá, en plena alegría decembrina, muchos de ellos haciendo alarde porque la noche anterior los habían desplumado de la mitad del dinero unas viejas con su show nocturno, que tampoco habían visto y que se llamaba striptease, daban la sensación de ser inmortales todos los 29 y que si allá mismo alguien hubiera dicho: ¡Ey!, nos vemos dentro de 40 años y marica el último, quizá hasta yo le hubiese creído.-

La fiesta de aquella Navidad la hicimos en una casa que quedaba al pie del icónico Cerro de la Popa, que nunca supe quién ni cómo se consiguió, pero allá nos encontramos con uno de esos picó de moda, cuyo operador se emborrachó antes de la misa de gallos, de modo que no hubo de otra que recordar mis tiempos en la emisora y terminar la parranda hasta más allá del límite, y que tampoco fue suspendida cuando alguien pegó un grito que se escuchó hasta en Getsemani, donde años después coronarían a la mujer más bella del país y era porque se había despatarrado una cama con sus nueve ocupantes: todos borrachos, eso sí.

La primera promoción de bachilleres que se graduó en nuestro colegio se dio la noche del martes 20 de diciembre del complicado año de 1977, cuando este era dirigido por la monja mexicana María Moreno Chávez, quien había llegado 4 años atrás para darle un giro y orientarlo, según las directrices misionales, hacia sus orígenes católicos, porque al parecer ya se le veían las orejas al lobo de la secularidad.

Un pequeño paréntesis para decir que ese 1981 nos dimos el gusto de ver en la televisión colombiana, que desde 1979 ya la veíamos a todo color, fue la historia del Virrey Solís, una de las que alcanzó más sintonía, según los sondeos de la época.- Allí se recreaba la vida de José Manuel Solís Folch de Cardona, quien fue el 3° virrey de la Nueva Granada en su segunda etapa y fue el más joven en ejercer el mando a sus 37 años.

Al tipo se le torció la vida cuando conoció a María Lugarda de Ospina, conocida como “La Marichuela”, con quien sostuvo un romance que escandalizó hasta los tuétanos a la cohibida sociedad bogotana.La historia dice que se arrepintió de aquel capítulo de su vida y se hizo fraile franciscano con el nombre de José de Jesús María para ingresar al convento, en donde moriría el 27 de abril de 1770 cuando apenas contaba con 54 años, dos meses y tres días de edad.

Todavía se acuerda uno cuando la televisión colombiana era un vehículo cultural porque además de aquella novela, las productoras llevaron novelas clásicas como “El gallo de oro”, del gran mexicano Juan Rulfo y “La tía Julia y el escribidor”, de la novela del mismo nombre de Mario Vargas Llosa y muchas más que por el espacio limitado no las reseñamos. Apaguemos el televisor y cerremos el paréntesis.

Ese año de la primera promoción, 1977, también pasó a la historia por los estropicios que hizo el paro nacional que los líderes de todas las tendencias le hicieron al presidente de la época, Alfonso López Michelsen, liberal para más señas.

Razón de más para sentir entusiasmo porque este 2021 fueron 144 los egresados, de los cuales 85 son Bachilleres Académicos en su jornada diurna, 18 Académicos de la jornada sabatina, y 41 Técnicos en Agropecuaria, según nos contó el señor rector Willian Machado Andrade.

Y antes de que concluyamos esta especie de hora de clases, agradezco al rector por el mensaje que nos hizo llegar a propósito de estas viejeces. Su nota dice así con inspirado acento:

“Como rector de nuestra Alma Mater de la educación en el municipio de El Bagre, me es muy gratificante y placentero enviar un especial saludo al grupo de 29 jóvenes que el 18 de diciembre de 1981, hace apenas 40 años, que tuvieron la oportunidad de graduarse como bachilleres Académicos.

Hace 4 décadas fueron 29 bachilleres, y el pasado 1° de diciembre graduamos 144 jóvenes ávidos de mejorar su proyecto de vida, es halagador el panorama, pues cada año aumenta nuestra población estudiantil, gracias a la confianza que la comunidad educativa deposita para que formemos integralmente a sus hijos en nuestra amada Institución Educativa El Bagre.

Espero contar con ustedes, Dios mediante en el 2023 cuando cumplamos 55 años de vida institucional.

Les deseo una Feliz Navidad y próspero año 2022.

Debo decir que 18 años después de aquella fiesta de grados, otro 18 en esta vida; es decir, el 18 de diciembre de 1999, que a estas alturas ya se convierte como una especie de designio y bajo las notas de Johann Sebastian Bach, hice la entrada a la pequeña ermita de san Martín de Porres del municipio de La Estrella, para contraer matrimonio con Judith, la mujer que me hizo ser el papá de Sebastián.

Creo, entonces, que ya es justo que después de tantos puntos aparte, seguidos; puntos y comas, se le ponga fin y con alegría por el simple hecho de estar vivos, a esta historia.

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