Dilan, te rompieron el cráneo, buscaban en tu mente las razones de tu protesta.
El Estado social de derecho, con motivo del asesinato de Dilan, pensamos, ha violado la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, en teoría, es garantista de los derechos individuales de las personas.
La última palabra la tendrá la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, porque la muerte premeditada, cuando se marcha pacíficamente, no “cumple con los tratados internacionales”.
Nunca, en un país que se presume democrático, las armas son para transgredir los derechos amparados por la ley, como el de la legítima protesta.
Dilan ofrendó su vida por quienes vivían como él, sin protección de sus derechos sociales, mientras la ministra Patricia Gutiérrez, cuyas actitudes hacen honor al patriciado supérstite, calificó el asesinato como “un accidente”.
Marchaba confiado, armado con su palabra, no era asesino en potencia y presumía que el Estado no debía violar sus derechos ciudadanos.
Es, en ese sentido, completamente ilusorio, considerar que las acciones del Esmad son fortuitas, accidentales y no tienen, orgánicamente, ningún vínculo con la institución a la cual pertenece.
Su misión, en la estructura del poder, tal como está diseñada, es la de quebrar la voluntad de las organizaciones populares que legítimamente protestan y, su fuerza victimizante, tiene el objetivo de restablecer el orden, al precio de fragmentar toda posibilidad de diálogo, concepto que consideran una blasfemia contra la institucionalidad.
Por esa misma, pedirle a la fuerza pública de un Estado que infiera sobre el uso desmedido de la fuerza es considerado como una limitante de su legitimación, amparada en la teoría del “consentimiento”, que presuntamente responde a la voluntad de los gobernados.
Tener sentido de pertenencia a la humanidad, hacer un esfuerzo por interpretar el mundo de manera solidaria, no puede ser asumido como signo de impotencia y debilidad.
Humanizar a la sociedad debe ser un imperativo que le diga No al terrorismo de Estado o de cualquier naturaleza, política o criminal. Su accionar, como observamos en el mundo, es una disputa irracional, ciega y demente.
Ante el momento que estamos padeciendo se impone el diálogo. La violencia es el fracaso de la política y el poder
Postura insensata que destruye la convivencia y las reglas de juego institucionales pactadas, pues es bien sabido que la misión estatal tiene como límite la salvaguardia de la libertad del individuo.
La vida humana es un bien prioritario, hay que cuidarla; ello insinúa que la fuerza pública debe desechar la tortura, legitimar la guerra “per se”, y descartar la violencia innecesaria.
Ninguna fuerza pública debe arrogarse el uso de la violencia y considerarla heroicamente justificable. Es, la no violencia, la que ha eximido a la humanidad de la barbarie. De igual manera, son condenables los ataques arteros y ruines realizados a la Policía Nacional, como los ocurridos en Santander de Quilichao y la Escuela de Cadetes Policía General Santander.
Maquiavelo, uno de los personajes más pulcros políticamente en la historia, tergiversado insanamente por ideologías falsificadas, hablaba como amigo de la no violencia y cuando se refería a ella la catalogaba como “una forma de rebeldía permanente”, como el “gobierno de todos”, proclamando que nadie debía usar la fuerza violenta, con mayor razón el Príncipe, sino las convicciones, optando, con preferencia, por la desobediencia civil ante el despotismo, con fundamento en la libertad y la dignidad de la persona humana.
Acudir a la solución de las relaciones conflictuales pacíficamente es una forma de lucha no armada, no sanguinaria y no cruenta contra la injusticia, contra la opresión y todas las formas de violencia.
La singularidad que le asiste a lo no violencia para obtener justicia, igualdad, libertad y derechos humanos, tiene como ejemplo universal la vida de Gandhi, quien como constructor de paz fue artífice de la negociación. Su frase: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”, fue una invitación a construirlo recíprocamente con el adversario y no a caminarlo en solitario.
Y, León Tolstoi, coloso de la literatura universal, en Guerra y paz, calificó a la no violencia como la fuerza “más subversiva que los fusiles”.
El escritor, que abominó al zarismo represor, que identificó al Estado como expresión de violencia y fuerza bruta, que sabía lo que era la guerra por experiencia propia, que fue objetor de conciencia, consideró que la no violencia era más subversiva que el mortífero cañón de las armas.
Salam aleikum.