Hace 15 días contemplo desde mi ventana la restauración de una casa decimonónica en el barrio La Nieves, y que es de la propiedad de una universidad importante. Al tiempo, unos metros hacia el oriente se levanta un edificio moderno, de 18 pisos, sin ventanas y destinado para alojar estudiantes, con algunos servicios incluidos, y por un arriendo elevado. No es algo especialmente bello, pero no he visto antes una obra tan triple E: efectiva, eficiente y eficaz, porque cada semana sube un piso y a la vez completan los detalles de abajo, trabajan quizás 50 personas y la grúa anda desde las 6 a.m. hasta las 8 p.m. Todos los obreros usan arneses y dotación.
La no-noticia es que un día que aún no ha llegado, uno de esos obreros se va a quitar el incómodo arnés que carga, porque se podrá dar cuenta de que el maestro que repara el balcón y techo de la casa republicana de la Universidad en cuestión, camina sobre una tabla suspendida encima de un andamio, a unos 8 metros de altura.
Él, un humilde trabajador, cansado de hacer apartamentos costosos donde no podrá vivir, reflexionará frente a la actuación del maestro de la universidad donde se forman los profesionales, como su jefe el ingeniero, quizás, quien le obliga a usar ese estorboso arnés, y la reflexión le hará dejarlo a un lado, mientras se distrae observando la resurrección de los frisos, las ventanas y las cornisas restauradas en las manos de un maestro acróbata, libre e irresponsable de la tacañería y el desprecio de sus empleadores de la prestigiosa Universidad. Imaginémosnos la foto.