La no-democracia es la salida
Opinión

La no-democracia es la salida

La complejidad de manejo de los gobiernos de hoy no puede depender de una persona por ‘iluminada’ que sea, ni del producto de mercado de una mayoría indiscriminada

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octubre 27, 2021
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Según encuesta del Latinobarómetro de 2020 (se realiza cada dos años) la tendencia a rechazar la ‘democracia’ en América Latina es clara: la gran mayoría de los latinoamericanos se declaran insatisfechos con ella; de 18 países en solo 6 aún cuentan con más de 50 % de respaldo, y solo en 2 no ha disminuido dicha tendencia.

Los 2 países donde no ha decaído son Venezuela donde se encuentra consolidado el modelo extremo contrario. Y Chile donde por le época de la encuesta se produjo el remezón que llevó a cambiar la Constitución.

Eso merece un análisis, aunque la explicación de esto está por supuesto relacionada con el momento de los gobiernos que tienen.

No es la ideología o los objetivos los que llevan al rechazo sino la aplicación. Suena muy deseable lo de ‘un gobierno con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo’ como se lo definió Lincoln a los americanos; pero la pregunta es ¿es realizable? Y si lo fuera ¿en qué forma?

Porque a lo qué hemos llegado es lo que podría llamarse “la trampa de la ‘democracía’” porque, siendo una utopía o entelequia imposible de volver real, se asumió que no existe alternativa a ella. Por eso la necesidad de pensar en abandonar el propósito y el argumento de ‘defender la democracia’, y por eso la salida es justamente la no-democracia.

La estructura de división de poderes y pesos y contrapesos no depende del concepto de democracia tal como lo desarrollaron y proponen imponerla los americanos. La propuso Montesquieu antes de la Revolución Francesa (y por tanto antes del nacimiento de los Estados Unidos). Aceptando que conviene, sea posible y teóricamente aceptado que por lo menos ayuda a un buen gobierno, la duda es  ¿Cómo montarla y ponerla a funcionar?

Lo que es claro es que no se logra a través del voto universal. Y por el contrario, lo evidente es que el voto no calificado -sin requisitos para el votante ni para el candidato- lleva inevitablemente a la corrupción, al clientelismo y a que los candidatos se conviertan en un producto publicitario en que lo que se vende es una imagen.

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¿En qué consistiría la no-democracia? No se sabe. Se sabe que la alternativa del mesianismo o caudillismo acaba en autocracia y no es la respuesta

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¿En qué consistiría la no-democracia? No se sabe. Se sabe que la alternativa del mesianismo o caudillismo acaba en autocracia y no es la respuesta. La imagen del líder providencial que salvará a un país de una crisis siempre tiene la misma trayectoria: sube al poder generalmente bajo formas democráticas, por voluntad de la población, porque responde a las aspiraciones de la mayoría (o incluso cuando se lo toma de facto). Pero la necesidad de un ejercicio de poder autocrático desaparece a medida que la crisis que motivó su ascenso disminuye y para mantenerlo se acude a la represión convirtiéndose en una dictadura.

Lo que pasa es que la palabra ‘democracia’ se ha convertido en un sinónimo de ‘gobierno deseable’ o incluso de panacea que solo aporta bondades. No se analiza ni cual es el fundamento teórico para esperar como resultados los ideales que supuestamente ofrece, ni cómo funciona en la realidad, ni bajo cuáles condiciones de la realidad produciría los efectos deseados.

Pero lo que sí resulta evidente es que bajo las condiciones que tenemos se deteriora cada vez más el orden político. Ha sido superado y hoy es desueto el anterior, que correspondió a sistemas comerciales, industriales, de comunicación, de caracterización de género binario, de partidos políticos, etc. Hemos vivido una revolución con el internet, el Big data, la inteligencia artificial, el mundo virtual, etc. Que corresponden aún nuevo ‘modo de producción’, donde la sociedad se estructura alrededor de nuevos factores, sistemas y relaciones de producción para la generación y distribución de riqueza.

La complejidad y dimensión de lo que tienen que manejar los gobiernos actuales no puede depender de una persona por ‘iluminada’ que sea, pero tampoco de un producto de mercado escogido por una mayoría indiscriminada y no calificada de voto . La capacitación y los conocimientos técnicos para diseñar propuestas y proyectos de largo plazo no pueden ser calificados por el voto, y las capacidades de una sola persona no dan para sustituir el consenso y la colaboración que requieren temas multidisciplinarios y multifacéticos (consideraciones sociales, económicas, políticas, de medioambiente, meramente tecnológicas, etc. ). Por eso el cerebro que dirige un país y una sociedad debe ser un órgano de planeación colectivo que además permita la continuidad en el poder para implementarlos.

 

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