Desde hace varios años y en cabeza del expresidente Álvaro Uribe Vélez, Colombia no era catalogada como un país en conflicto, esto a pesar de la diversidad de cifras que opinaban lo contrario (más de 8.000.000 de desplazados por el conflicto armado, por ejemplo). Ahora, después de la firma de un acuerdo de paz en el 2016 con el grupo insurgente más antiguo y grande de Latinoamérica, las FARC-EP, aún se sigue diciendo lo mismo: Colombia no está en conflicto (Aun desconociendo los nuevos grupos disidentes, los que aún permanecen en armas y los más de 500 líderes sociales asesinados después del 2016. Afirmación que en este momento sostiene la seguridad democrática, quienes asevera que desconocer el conflicto es una posición que está basada en los hechos (José Obdulio Gaviria). Pero más allá de las discusiones normativas y políticas que soportan esta aseveración, es más importante enfatizar en los efectos que esto trae para su gente y para la democracia de este país, específicamente para las personas que directamente han sido afectadas por el conflicto.
En términos de democracia, y tal como lo dice Boaventura de Sousa (2017), la paz en Colombia debe responder al fortalecimiento de la democracia, lo que significa generar procesos de reconciliación valorando la justicia social y cultural principalmente de las víctimas del conflicto. ¿Pero cómo se logra esto si ni siquiera hubo, ni hay un reconocimiento nacional frente a la existencia de un conflicto?
Variedad de factores denotan los intereses de nuestros grandes gobernantes por invisibilizar el conflicto en Colombia. Hace unos días salió la noticia que el Centro de Memoria Histórica (CNMH) fue suspendido de una de las redes globales de memoria histórica más importantes en el mundo. Para muchos esto puede no significar nada, pero si lo es para las personas que se ven representadas en esta institución. ¿Si su memoria histórica no se reconoce a nivel institucional por el mismo desconocimiento que existe del mismo conflicto, como lograr una paz con democracia?
Esto lleva a pensar que la paz en Colombia está basada en una paz anti-democrática, en la que en vez de fortalecer la frágil democracia que hemos tenido y aún tenemos, lo que estamos haciendo es debilitándola más, haciendo caso omiso de lo que significa hacer paz con verdad, justicia, reparación y no repetición como lo reza nuestro acuerdo de paz. Y ni que decir de la verdad con justicia social que tanto se habla en nuestro país. ¿Cómo lograrlo si se quiere obviar el conflicto desde una denotación puramente institucional, desconociendo las realidades que día a día vive el país y su gente?
En Colombia los retos democráticos son tan fuertes como los retos de la paz, y el logro de uno contribuye a la garantía del otro. Si empezamos obviando que hay un conflicto en nuestro país, estamos por ende ignorando el sinnúmero de historias, relatos, acontecimientos y hechos históricos que están guardados en la memoria de muchos de nuestros colombianos y por ende hacen parte de lo que significa Colombia.
Ahora me pregunto. ¿Por qué no reconocer el conflicto cuando el mismo hecho de reconocerlo contribuye en la construcción de paz de un país? ¿Será que el reconocimiento de este conflicto legitima la posibilidad de ir en busca de la verdad frente a los hechos, actores y razones que han llevado a mantener el conflicto en nuestro país por tantos años y que sin duda ponen a la luz verdades que no quieren ser contadas?
De seguir así, la paz neoliberal que se está construyendo en Colombia no garantizará una paz estable y duradera, pues los poderes que se encarnan en estas posturas siguen legitimando realidades políticas, religiosas y económicas que esconden las verdaderas causas del conflicto y son disfrazadas por una aparente democracia que lo único que hace es ser cada vez más anti-democrática.