Es notoria la situación de fragilidad social en la que se encuentra Colombia. Acusaciones directas e indirectas entre los funcionarios de las tres ramas del poder público, una sociedad de civiles que en su mayoría ignoran los males ajenos, unas fuerzas públicas que han perdido credibilidad y aceptación en los últimos años, grupos armados delinquiendo a lo largo del territorio, y asesinatos de líderes y los famosos “asesinatos colectivos” son solo algunos de los elementos que han motivado las recientes jornadas de protestas y marchas en algunas ciudades del país.
En la historia se han presentado diferentes formas de expresar la protesta social, algunas con principios pacifistas como la marcha de sal realizada por Ghandi o la llamada revolución cantada de Estonia. También se presentan aquellas protestas con marcadas tendencias violentas, como las protestas que se vivieron en los Ángeles en 1992 que dejaron como resultado más de 50 muertos y cientos de heridos, en este caso la protesta fue provocada por la inoperancia de la justicia en un caso de abuso de autoridad, algo similar ocurrió en Bogotá en el mes de septiembre, donde murieron 8 personas por arma de fuego y cientos más resultaron heridas incluyendo entre ellas policías con diferentes lesiones al recibir golpes bajo la rabia de muchas personas.
Las recientes marchas en Colombia buscan ser pacíficas, pero la mayoría deja tras su paso, basura, mensajes violentos en las paredes, los infaltables daños al servicio de transporte público, trancones, los lamentables daños a la infraestructura de grandes empresas y peor aún de las empresas emergentes. Se podrían sumar muchos aspectos negativos más, el punto radica en que la marcha no es eficaz y mucho menos eficiente, es decir, pocas veces cumple sus objetivos y los recursos que se pierden son muchos en comparación de lo que se gana.
Es de resaltar que uno de los argumentos que se utiliza para afectar los bienes públicos es: “Los políticos son corruptos, los políticos no invierten en lo público, por ende, si daño lo público los políticos tendrán que invertir en lo público”, en teoría tienen razón, si se daña un semáforo se debe arreglar, pero los ciudadanos no conocen el sobrecosto que puede existir en esas transacciones y fácilmente se pueden estar desviando recursos en dichas reparaciones. Por lo tanto, si un gobierno es corrupto no es conveniente dañar los bienes públicos, ya que es poco probable que los reemplacen y es casi seguro que van a presentarse sobrecostos en las reparaciones.
Las marchas suelen presentarse ante gobiernos corruptos, para ellos es sencillo infiltrar una marcha, afectar por un lado la legitimidad de la manifestación y por otro lado generar posibles beneficios al llevarse una comisión de los costos de la reparación. Sumado a lo anterior los constantes daños en las marchas dificultan el trabajo de los entes de control, ya que vigilar la inversión de los recursos se complica cuando los daños se presentan con frecuencia.
Es importante que se presenten las marchas como símbolo del malestar que tiene la ciudadanía ante las diferentes problemáticas, como evidencia de la participación activa de las personas en la busca de un cambio para sus vidas y la de las generaciones futuras, pero en general son poco efectivas, ya que pueden ser disueltas con facilidad, literalmente existen las armas y protocolos “adecuados” para su dispersión.
Un aspecto final en cuanto a la debilidad de las marchas es el hecho de que pueden ser fácilmente ignoradas por los medios de comunicación. Si bien existen medios independientes que televisan dichas marchas, no tienen la repercusión que podrían tener otros canales con mayor influencia nacional. Por otro lado, la mayoría de las marchas resultan poco llamativas para los noticieros internacionales, ya que todos los días hay una marcha en el mundo, ya sea en pro o en contra de algo.
Es de vital importancia que los organizadores de las marchas visualicen nuevas formas de evidenciar la protesta social, formas que dificulten las manifestaciones de violencia que puedan deslegitimar, que se puedan identificar fácilmente los infiltrados de tal forma que prefieran no asistir.
La tarea está en identificar esas formas de protesta social que resulten efectivas y generen el menor daño posible a la sociedad, ya que las marchas no son la mejor forma. Una estrategia puede radicar en tratar de llamar la atención de los medios internacionales de tal forma que se ejerza una presión externa, la cual puede llegar a tener más peso que la presión interna de la ciudadanía, el reto final es lograr que el mundo se pregunte como ya lo hacen muchos analistas, ¿qué está pasando en Colombia?
La idea no es deslegitimar la protesta social en Colombia, es marcar la opinión de que cada marcha es una oportunidad perdida para realizar algo realmente duradero o algo más llamativo para los medios, cualquier intento de “cadena balcánica” puede tener mejor recibimiento que una nueva jornada de marchas y los problemas que se derivan de estas.
Es claro que el gobierno de turno necesita reformular su estrategia para los siguientes 2 años en el poder. La constante mención de la palabra consenso y la incapacidad de llegar a uno se evidencia en el trato que se le dio al paro estudiantil de 2019 y la reciente minga indígena.
Los diferentes sectores sociales están retornando a las calles, motivo por el cual el presidente debe decidir si continuar ejerciendo represión mediante el Esmad y la policía, seguir afectando la imagen de estas instituciones ante la ciudadanía o si por otra parte decide sentarse a dialogar y no detenerse hasta llegar a los acuerdos necesarios para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos de Colombia.