La necesidad de dudar de todo lo hasta hoy sagrado
Opinión

La necesidad de dudar de todo lo hasta hoy sagrado

Existe en nuestro organismo social, aunque no parezca, una reacción defensiva ante las infecciones, una reserva ética que se niega a morir

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noviembre 06, 2024
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No suelo ver televisión pues cada día me convenzo más de que la calidad de la programación colombiana es pésima, y, la verdad, no creo que sea mejor la de otros lares. A veces, en las mañanas, mientras me organizo para salir al trabajo, sintonizo el noticiero de televisión de Caracol, más con la intención de empaparme de los temas que se ponen de moda en los medios, pues el enfoque noticioso de esa y otras cadenas resulta evidentemente tendencioso.

Así me he podido enterar de la incesante publicidad que hacen a su más reciente producción, algo así como Escupiré sobre sus tumbas, un título impactante con el que apuestan a ganar una gran audiencia.  Dirán que así se denomina la obra del autor que escogieron, una producción literaria que optaron por llevar a la televisión con el propósito de difundir la cultura bibliográfica. La verdad, creo que el solo título da para imaginar su contenido, un truculento drama de violencias.

Admisible para un libro, que, al fin y al cabo, será comprado por quien se interese, pero nada presentable para una serie televisiva que todas las noches llega a los hogares. Que hasta los niños aprendan a insultar en esos términos a sus rivales, no aporta lo más mínimo a la construcción de una mejor sociedad. Sucederá lo de las repetidas series sobre mafia, drogas y crímenes, que terminan convirtiendo en heroicos modelos a sus viles protagonistas.


Lo peor no es que vivamos en una sociedad degradada, sino que eso precisamente sea lo que se promociona en los medio


Bajo pretextos como los de retratar una dolorosa realidad que incluso resulta peor en ciertos vecindarios o en las páginas de la prensa. Siempre habrá argumentos loables cuando se trata de promocionar la venta de productos nefastos. Lo peor no es que vivamos en una sociedad degradada, sino que eso precisamente sea lo que se promociona en los medios. Parodiando a un autor, que se empeñen en deslumbrarnos con la mugre como si fuera un diamante.

Hasta qué grado llega la bajeza. Los intereses económicos, la devoción por las ganancias, logran revestir de blanco la podredumbre y convencer a la mayoría de su pureza. Lo vemos en todos los escenarios, notablemente en la política, aunque procuren disimularlo al máximo. Para hablar de un asunto de crucial importancia, a Kamala Harris de pronto la convirtieron en una cenicienta moderna, negra, inmigrante, de origen humilde, adalid de los derechos humanos.

Aunque apoye sin condiciones el genocidio de Israel en Gaza, que es a la vez de los Estados Unidos, quien proporciona las armas, las bombas y el apoyo total al sionismo criminal. Igual del otro lado, con el señor Trump. Si se lo mira desapasionadamente, el sistema electoral en ese país es el ejemplo más vívido de cómo los interesados imponen la idea de una democracia ejemplar, sin siquiera intentar ocultar que lo que existe allá es la plutocracia más descarada del planeta.

Hasta el punto de que quepa preguntarse si realmente hay alguna diferencia, si existen en verdad dos propuestas ideológicas y políticas distintas. El hecho de que la participación popular se circunscriba a elegir un colegio electoral que definirá quién va a ser el próximo presidente, conduce a preguntarse si se cumple en los hechos la famosa definición de Lincoln sobre la democracia, gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

Regresando al tema inicial, no creo que lo que hacen las grandes cadenas con sus producciones sea constatar, con algún fin moral, la degradación en la que ha caído nuestra sociedad. Pienso más bien que esa degradación alcanzó los medios y se apoderó de ellos. Por eso una gran parte de la población se les aleja cada día más. Existe en nuestro organismo social, aunque no parezca, una reacción defensiva ante las infecciones, una reserva ética que se niega a morir.

Que a veces se irrita hasta la exageración, adoptado términos y maneras semejantes a los objetos de sus críticas, algo hasta cierto punto comprensible dado el insoportable grado de descomposición de quienes han manejado centenariamente las riendas. Con independencia de ello, resulta innegable que existe una creciente resistencia a seguir creyendo en las fábulas con las cuales se nos mantuvo siempre a todos bajo control, por todas partes se ven caer las máscaras.

Rostros que en el pasado nos parecieron muy hermosos, quedan expuestos hoy en toda su fealdad. Y repugnan aún más por su obsesión en continuar engañando, como si nada pasara. Día a día nos convencemos más de que hay que dudar de todo lo hasta ahora sagrado. Es cierto, por ejemplo, que con el reciente escándalo contra el padre de Roux existe la intención de profanar el trabajo de la Comisión de la Verdad. Lo cual no niega la crisis moral de la propia iglesia.

No se trata de añorar tiempos pasados de presuntas rectitudes, sino de rescatar de una vez por todas la decencia.

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