¿Qué debemos exigir como cambio colectivo o individual? ¿Qué camino como sociedad estamos dispuestos a tomar? ¿El de la unidad o el del individualismo?
Sin lugar a dudas, en tiempos de miedo e incertidumbre las masas y los pueblos reclaman liderazgos y soluciones mesiánicas. ¿Pero son momentos de masificación? O nos debemos a lo mejor de nosotros como individuos y en nosotros mismos están las soluciones.
Esto nos hace pensar en los modelos de sociedad, en la clase de líderes que necesitamos, en los modelos económicos que hoy nos imponen, en los sistemas financieros y bancos que regulan nuestra vida financiera, en la democracia que nos representa bajo su clase política y sistema, en las formas y clases de participación ciudadana, en los valores y cultura que perfilan las nuevas clases de personas que necesita la humanidad.
Son muchos los pensamientos y dudas (las inquietudes) que hoy nos afligen, sin duda no es algo nuevo. La inconformidad y desinterés en estos temas siempre están. Lo relevante en este caso es el nuevo contexto que nos obliga a tomar decisiones de fondo e inmediatas.
¿Qué queremos y para dónde vamos? Tenemos, sin duda alguna, una oportunidad de reflexionar y cambiar; de tomar decisiones que como sociedad nos permitan erguir un nuevo rumbo. No queremos más de lo mismo.
No hay nada más inmediato y prioritario para el ser humano que la sobrevivencia y ante eso no hay concertación o mediación que valga. Sobrevivir es lo primero y nos pone en un estado de necesidad que obliga a sacar lo mejor de nosotros. O, sin duda, también lo peor. Eso es una elección de circunstancias. Claro, cuando todos partimos de un escenario de equidad e igualdad de condiciones. Muy lejano a nuestra realidad como sociedad y mundo.
Pero aún contando con esto, ¿qué debemos revisar inmediatamente?
El sistema financiero y sus bancos no han estado a la altura de las circunstancias y, por el contrario, han develado sus intereses. Esa frase popular: ‘Los bancos nunca pierden’, ¿qué tan presente quedará grabada en estos momentos de crisis?
El más positivo de los entusiastas diría que los bancos y el sistema financiero tienen hoy la oportunidad de resarcir, devolver o demostrar su altruismo, después de muchas décadas de ganancias a costa de la gente y sus desgracias. Puedo decir con toda seguridad e indignación que esto no va a pasar. Muy por el contrario, muchos de los salvavidas de los gobiernos del mundo han dado para mantenerles su negocio ¡Esto tiene que cambiar!
Y qué decir del liderazgo político y social. La clientela burocrática y el asistencialismo programático compran conciencias y votos, eso sí, sin dejar de mencionar las más descaradas prácticas de compra de votos a billete limpio y con tamales.
El coronavirus en Colombia nos muestra una realidad de lo inútiles que pueden llegar a ser algunos personajes de la clase política. Algunos populistas o no, proponen reducir curules en el Congreso de la República. Lo que nos muestra una temperatura de la discusión y lo que se está pensando sobre el verdadero servicio y utilidad al rol social que aportan a la democracia "los padres de la patria". Discusión menor, ante la falta de liderazgo, de ejemplo y de unidad, ante una crisis de las proporciones que está viviendo el mundo entero. Egos encontrados y protagonismos de cartelera, que compiten por quién hace el mejor papelón a costa de vidas humanas y de cuidarle el terruño de poder económico a unos pocos.
Otra de las cosas que deberíamos estar pensando ya mismo es en la necesidad de empoderamiento y protección de la industria nacional, creer en lo nuestro, incentivar la producción nacional con la inyección de gasto público que impulse nuestro auto sostenimiento y desarrolle nuestro potencial creativo e industrial.
El libre comercio puede esperar. No es un secreto que los modelos de la globalización en la industria y el comercio tendrán que reajustarse a las realidades y protocolos que salvaguarden primero la vida y la eficiencia de la salud pública. Así es, esto va a cambiar. Nos debe hacer fuertes, ratificando todo ese bien sabido potencial, ingenio, malicia indígena y verraquera de los colombianos. Es el momento de nuestra producción y patentes. Todo un made in Colombia.
¿Qué sería de una crisis vivida por una Nación como la nuestra, sin ver una oportunidad, sin ver el vaso medio lleno? ¿De la resiliencia que llevamos en la sangre, casi como un código genético de nuestro pueblo? Las oportunidades son innumerables, pero me suscribo a aquellas que son un deber, algo que nunca debimos dejar de hacer, a aquellas que omitimos en el tiempo y relegamos por priorizar los intereses de la agenda de unos pocos.
Hoy, esta pandemia nos abre los ojos y nos obliga a reconocer que sin el agro y nuestros campesinos no somos nada. Todo empieza por el hambre y fácilmente podríamos ser un pueblo sin ella.
El enfoque del gasto público debe estar en reconstruir y potencializar nuestro agro. Es nuestra gran deuda social, somos un pueblo campesino e indígena. Ahí están nuestros orígenes y la fuerza que nos caracteriza y eso lo olvidamos. La oportunidad está en pasar la página y en hacer un borrón y cuenta nueva. Se perdona todo siempre y cuando exista una voluntad política y social inquebrantable de crear un plan maestro del agro colombiano. Un modelo en el que todos ponemos y todos ganamos. Una voluntad hecha mandato a redistribuir tierras, crear una poderosa economía solidaria con todos nuestros campesinos, desplazados y desmovilizados que tienen amor por el campo y quieren reconstruir su vida y ser el símbolo social de este país. Un modelo en el que la ciencia y la industria criolla trabajen para crear un ciclo interminable de productividad y abastecimiento, donde el Estado participe equilibrando cargas, pero se respalde solidariamente en su mercado interno y el negocio sea el abastecimiento externo del mundo.
Con la salud pública no se negocia, esta no tiene punto medio, solo un norte y es mejorar y brindar acceso y atención de calidad en condiciones de equidad e igualdad para todos. Se debe garantizar a los profesionales de la salud remuneración digna y condiciones de estabilidad contractual que los haga ejes del nuevo modelo social que reclamamos. Este va a ser el primero de muchos de los desafíos médico-científicos que enfrentaremos como humanidad. Así que esto no termina aquí. Debemos prepararnos para lo que está por venir.
Sin lugar a dudas, todas estas oportunidades no son viables si detrás de esta estructura de cambios no se trabaja en la cultura y la educación. Una educación sin sesgos socioeconómicos, de oportunidad y calidad para todos. Pero, sobre todo, en línea con el contexto de la nueva sociedad que podamos construir. Una educación de oficios y no de profesiones, que nos complemente en las necesidades del nuevo mundo, que priorice la formación del individuo y su rol dentro de la sociedad.
La cultura ciudadana redefinirá la urbanidad y el rol de todos y cada uno de nosotros en este nuevo desafío social. Vivir junto a una pandemia que hoy ya cambió al mundo está en nuestras manos y en las de nadie más.