Pudiéramos llamarlo un momento de consternación. Tiempos en los que todo se torna brumoso, en los que resulta difícil distinguir el horizonte, saber si lo tenemos en una dirección o en otra, como si desapareciera la seguridad habitual que tuvimos. Me dijo alguien un día, son los cambios de paradigmas por los que atraviesa todo. Los conceptos más sagrados se derrumban ante nuestros ojos, las realidades parecen avasallarnos sin remedio.
El domingo en la noche, el presidente Petro, en una alocución de diez minutos, explicaba, al parecer desde los Montes de María, lo que a su juicio determinaba el alto costo de las tarifas eléctricas en el país y particularmente en la costa. Partía de asegurar que el nuestro era el único país de América Latina en donde el Estado no intervenía en el costo de las tarifas eléctricas, un negocio de grandes empresarios privados que lo manejaban a su antojo.
Al día siguiente, lunes, el noticiero de Caracol Televisión tenía a un experto representante del sector eléctrico nacional, interrogándolo acerca de la veracidad de lo sostenido por el presidente. La intención era clara, dejarlo por embustero. En Colombia, constitucionalmente, los servicios públicos estaban intervenidos por el Estado, hay comisiones de regulación de tarifas que nombraba el presidente, y superintendencias de servicios públicos y de comercio.
Lo sostenido por Petro quedaba en ascuas. Sin importar que un magistrado hubiera tumbado el decreto con el que la presidencia quiso tomar las riendas de las tarifas. Sin mencionar que los nombramientos de los funcionarios designados por el ejecutivo también fueron echados por tierra. El gran pulso que se vive tras bastidores entre el propósito de enmendar y cambiar, y los intereses porque todo permanezca igual, se ensombrece con el discurso técnico.
El gran pulso que se vive tras bastidores entre el propósito de enmendar y cambiar, y los intereses porque todo permanezca igual, se ensombrece con el discurso técnico
Oímos de la paz total, leemos a Gloria Arias y su fe absoluta en que las conversaciones son la única vía para salir del atolladero de violencia que vivimos. Sentimos la necesidad de creer en las soluciones políticas y le apostamos a ellas. Pero al tiempo nos dejan sin argumentos los paros armados del ELN en el Chocó, el reinicio de las voladuras de los oleoductos en Arauca, su terquedad en considerar el secuestro un derecho legítimo.
La obsesión discursiva de sus comandantes, juzgando la realidad nacional desde una perspectiva insurreccional armada absolutamente ajena al sentir de las mayorías nacionales. Para no hablar de la guerra que declaran los mordiscos contra los calarcás, argumentando el fraccionalismo y las acciones violentas de estos con ellos. Inmensos territorios del país se encuentran en disputa entre marquetalianos, mordiscos, calarcás y bandas criminales.
Simultáneamente, se consolida el dominio de los grupos paramilitares en amplias regiones y numerosos municipios donde son autoridad. De pronto, el comandante de las fuerzas militares habla del reinicio de los bombardeos contra el ELN en el Chocó, cosa que salen a desmentir los voceros de la mesa de negociación con estos, y el presidente de la república, que asegura nunca dijo el almirante lo que todos oyeron que sí dijo.
Inquieta sobremanera que se busque y persista en alcanzar acuerdos de paz con todas y cada una de las fuerzas empeñadas en la violencia, al tiempo que el presidente asegura que no se pudo cumplir con el Acuerdo Final de Paz de La Habana, o que hay que relanzarlo casi ocho años después de su firma para ver si se puede cumplir algo de él, como si esto no significara la peor de las noticias para los grupos con los que se quiere firmar la paz.
Si no les cumplieron a las FARC, menos nos cumplirán a nosotros, pensarán con razón, más si la afirmación proviene de un gobierno de izquierda, o al menos progresista, encabezado por un hombre que estuvo alzado en armas y que firmó un Acuerdo que ensalza con frecuencia, aunque nadie conozca siquiera una letra del mismo. Queda flotando el interrogante de si todo esto realmente llegará a algún lugar en el tiempo restante.
el 2026 se acerca a pasos agigantados. Y la derecha alebrestada no pierde oportunidad para desprestigiar y arrollar el proyecto transformador
Porque el 2026 se acerca a pasos agigantados. Y la derecha alebrestada no pierde oportunidad para desprestigiar y arrollar el proyecto transformador. En gran medida, hay que reconocerlo, porque este gobierno no ha podido avanzar en forma importante en el mismo, generando un sabor amargo en la boca de muchos que lo votaron. Hoy parecemos condenados a esperar que al menos la consciencia alcanzada impida que el país retorne al pasado.
Para lo cual se requerirá un gran partido o movimiento, con las limitaciones constitucionales vigentes. Un partido único o un frente amplio, sobre la base fundamental de que la ultraderecha neoliberal y terrateniente no regrese el poder nunca más. Es claro que históricamente la izquierda sabe más de dividir que de sumar, pero el proceso no puede morirse acabando de nacer. Necesitamos una inyección de esperanza, expresiones frescas, sanas. No pinta fácil.