Diciembre suele trascurrir más de prisa que cualquier mes. Ya pasó el 7, la noche de velitas, que no sé si celebramos sólo en nuestro país o todo el mundo cristiano. Ahora la mira está puesta en Navidad, 24 y 25 de diciembre, tras la cual abordaremos el puente de fin de año y, casi sin percibir el paso de los días, los reyes magos, tras los cuales la realidad volverá a ser por fin objeto de nuestra atención.
Semanas atrás todo comenzó a ser iluminado. Las vitrinas en los almacenes, las fachadas de los conjuntos residenciales, las ventanas de casas y apartamentos, en muchos de los cuales palpitan las luces de pesebres y árboles de navidad. El comercio y las calles se agitan, como si todos fuéramos poseídos por una especie de embrujo. Hay que comprar regalos, estrenar, salir de paseo, preparar cenas, beber vino u otro licor en exceso.
Lo de menos es la religión. En medio del frenesí colectivo pocos recuerdan que la tradición se origina en el relato evangélico del nacimiento de Jesús de Nazareth, quizás aquellos que asistirán a la misa de medianoche en su parroquia. Sí, en su hogar puede haber un pesebre, para agradar a los niños y pelear con los gatos, alrededor del cual algunos vecinos acudirán a rezar la novena y cantar villancicos. Sin embargo, esas reuniones familiares tienen mucho de ficción.
El mito se aleja cada vez más de su origen. Al fin y al cabo, si el relato bíblico contuviera alguna fidelidad histórica, también deja entrever un trasfondo político. El imperio habría dado la orden a todos de trasladarse hasta su lugar de origen, para poder ser contados en un censo. Y en el viaje forzado, María habría dado a luz en algún rincón que su marido encontró en el desespero. Los dos eran parte de alguna secta judía y se hallaban en territorio palestino.
El poder, la pobreza, los pueblos sometidos a la voluntad omnímoda del gobernante que toma las decisiones más absurdas. Si hubiéramos de examinar el mito a la altura de las circunstancias actuales, las diferencias no serían tan marcadas. Hay un imperio que ocupa gran parte del mundo occidental, existen gobiernos regionales o locales que se encargan de hacer cumplir su voluntad. También hay pueblos humillados y perseguidos.
El 28 de diciembre se conmemoran los santos inocentes. El mito, que viene de siglos, habla de que el gobernador, al servicio del imperio, dio la orden de asesinar a todos los niños recién nacidos, puesto que uno de ellos, según la tradición, estaría destinado a ser algún día el rey de los judíos, una posibilidad que no podía ser admitida. Yo no sé, pero creo que asimilar al primer ministro Netanyahu con Herodes es apenas de elemental conclusión.
Todos los días, por las redes del internet, X entre ellas, son reproducidas al mundo las imágenes del terrorífico exterminio del pueblo de Palestina en Gaza. Resulta difícil encontrar las palabras que representen adecuadamente el horror que ocasionan las fuerzas militares de Israel con sus aviones bombarderos, misiles, tanques de guerra y máquinas demoledoras echando abajo edificios de habitación y trabajo. Además de sus soldados apertrechados cual más.
La humanidad entera se estremece con semejante espectáculo. El circo romano del siglo XXI, que festeja y aplaude toda la élite globalista internacional
Las cifras varían, pero los muertos palestinos son alrededor de 18.000, la mayoría de ellos mujeres, ancianos y niños. Lo que revelan las imágenes conmueve las fibras más profundas del alma. Bebés aplastados por las ruinas de las construcciones derribadas sin piedad. Padres o familiares que escarban angustiados bregando a desenterrarlos. Cráneos y cuerpos aplastados, sangre, mutilaciones, últimos estertores de vidas que se van apenas floreciendo.
Los heridos pasan de 40.000, con el agravante de que todos los hospitales han sido de adrede convertidos en polvo, u ocupados por tropas que los vacían de enfermos y heridos, que quedan a su suerte en las calles patrulladas por militares que los juzgan animales humanos o monstruos. Una cifra cercana a los dos millones de habitantes palestinos ha sido expulsada mediante esos procedimientos salvajes de sus hogares en donde habitaban en paz.
La humanidad entera se estremece con semejante espectáculo. El circo romano del siglo XXI, que festeja y aplaude toda la élite globalista internacional. En el parlamento europeo se votó por un cese al fuego en Palestina, y, obviamente, su negación obtuvo una mayoría aplastante. En el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas volvió a someterse a votación la misma cuestión. Allí el voto negativo de los Estados Unidos, con su poder de veto, dio el espaldarazo al crimen.
La Navidad real se revive en Palestina, pero en el corazón de la historia el fallo está emitido. El imperio, sus vasallos y Caifás están condenados. Puede que no existan reyes magos cargados de oro, mirra e incienso, pero habrá año nuevo y mejores tiempos. El mundo no puede continuar así.