Es casi una obligación moral aclarar un tema que viene dando vuelta en mi cabeza. Ese ataque que la conciencia asume frente a la realidad, la pregunta por el ser.
Los años cincuenta sintetizaron un pensar no metafísico. Luego de la experiencia de dos guerras mundiales era justo y necesario traer al centro del debate filosófico, sociológico, político y jurídico al ser humano. Hay un poema del uruguayo Mario Benedetti que en cierta manera hace que mi reflexión se piense a sí misma: "Siempre estoy más seguro del suelo que piso que del cielo intratable". Lo anterior lo expresó de forma secular, sin rasgo dogmático, porque la condición humana funciona como foco de análisis realmente ontológico, rompiendo el paradigma que otrora venía funcionando.
La humanidad no ha comprendido su naturaleza, misma que el alemán Martín Heidegger sustentó al diferenciar entre una vida auténtica que nace a raíz de aprehender el hecho de nuestra finitud y una vida inauténtica con basamentos extraídos de las masas que no se detienen a pensar o pensarse así mismo. De esa premisa partimos e intentamos dilucidar sobre la condición humana. Para eso retomo una cita de F. Dostoievski que el maestro José Pablo Feinmann leyó en su programa: "El bien y mal combaten constantemente y su centro de batalla es el corazón del hombre". Ahí está la respuesta a tan profunda reflexión: por qué los hombres somos capaces de ser buenos y ser malos cuando toca. En las manos de cada uno está la elección, hecho que surge enteramente de nuestra subjetividad.
Cuando se habla de la bondad, lo bueno, lo bello, ese absoluto de las cosas que la matizan de perfección e impolutez se denomina comúnmente como lo humano y por otro lado, en medio de la dialéctica, surge una antítesis cuando se habla de lo malo, lo oscuro, lo amargo, la muerte, tendiendo a expresarse como lo inhumano, olvidamos el que todos los seres humanos somos humanos, no inhumanos. Es una contradicción de base; todos los actos realizados por un ser humano son actos humanos.
La dimensión de lo expresado tiene como espíritu mostrar que el bien y el mal viven dentro de nuestra condición humana, no es que lo uno sea contrario a lo otro y separadas, ambos confluyen y su hogar es el corazón del hombre; según Jean Paul Sartre "el hombre es lo que hace con lo que hicieron de él", luego entonces, ¿qué hemos hecho de la humanidad?, ¿qué hemos hecho de Colombia? Somos nuestros hechos.
La historia muestra que "lo obvio es peligroso para el pensamiento", es un ciclo interminable de civilizaciones y barbaries, de guerras. Esa es la derrota del lado bueno en la condición humana y la victoria del lado oscuro. Las guerras, esas guerras que aparentan ser justificadas, son la representación física del espíritu de dominación que condiciona la reflexión; sólo nos queda re/pensar la realidad y lo que somos.
No se puede mirar al pasado sin ver rastros de sangre, parece ser un extraño relato sacado de una película de terror, pero bueno todo lo pensable es posible. Sin conformarme. La fórmula para dejar atrás la estela negra de los conflictos, de las guerras, está en comprender la totalidad del armazón que viste la condición humana. Bajo los derroteros mencionados se racionaliza el pensamiento creando una crítica a la razón pura bajo los estadios de pensar por sí mismo, pensar en lugar del otro y aceptar la condición total. El lenguaje puede ayudarnos, todos tenemos un lenguaje que permite entre razas, castas o lo que sea ser para sí, nos entendamos. El diálogo es el instrumento mediador capaz de interrelacionarnos. ¿Lo utilizamos? O más bien, ¿qué hemos hecho para que el lado claro de la condición humana triunfe? Son tiempos de traer de nuevo el debate sobre el ser.
