Hasta hace poco, se entendía el favor como el acto o la acción que se realiza para ayudar, complacer o prestar un servicio a una persona por amabilidad, amistad o afecto, pero con el correr del tiempo, aquí en nuestro Valle del Cauca (y digo Valle del Cauca porque hace rato que no salgo de sus fronteras) se ha tergiversado este significado y se asume como la decisión de prestar un servicio, de atender una solicitud o de resolver una problemática, a pesar de la obligación que tiene el actor de realizar dicha acción.
Por ejemplo, en mi trabajo, mi jefe tiene la obligación de entregarme diariamente los listados de los pedidos despachados en el día inmediatamente anterior para poder hacer los descargos en los libros y en el kardex general de inventarios y de clientes, por lo que me acerco a su escritorio y le digo:
.- Jefe, ¿me pasa los pedidos entregados ayer?
Inmediatamente recibo una respuesta de este talante:
.- Con mucho gusto “le hago el favor”, recalcando estas palabras finales.
¿Cómo así? Pregunto yo. ¿Es que no es su obligación, acaso?
Otro escenario, me subo a un taxi ubicado en la fila que está a las afueras del centro comercial Chipichape y le digo:
.- Buenas noches, ¿me lleva al terminal? La respuesta es similar a la de mi jefe:
.- Con mucho gusto “le hago el favor”.
He optado por quedarme callado, hacer caso omiso al comentario y esperar a que me deje en mi destino, intentando no hacerme mala leche, porque hubo momentos en que les decía, “usted no me está haciendo un favor, usted está prestándome un servicio por el que le voy a pagar” y me iba a buscar otro vehículo.
Nuevo ejemplo, mi esposa es docente y es función del rector del colegio entregarle su asignación académica y su horario de clases al comienzo del año escolar. Por la desorganización de la institución, ocasionada en parte por el desorden de la comunidad en los procesos de matrícula de sus estudiantes, esta entrega se demora un poco pero, pasadas un par de semanas, mi esposa se dirige a la rectoría y le solicita, de manera respetuosa, al rector, su asignación y su horario y la respuesta es parecida:
.- Ya te hago el favor.
En principio, este escrito está motivado por el interés de explicar que, en la mayoría de las interacciones humanas, el hecho del favor no existe. La mayoría de estas interacciones son acuerdos, son contratos, son convenios entre dos o más personas, en los que se espera que todos salgan ganando.
Un favor ocurre cuando a uno se le vara el carro y alguien que no tiene ninguna obligación se acerca y le ofrece su ayuda para arreglarlo o, por lo menos, para empujarlo hacia la berma de la carretera y quedar mejor ubicado.
Un favor ocurre cuando tengo que salir de viaje, no tengo con quien dejar mi perro y le solicito a uno de mis hermanos que se haga cargo de este y él acepta sin ninguna retribución a cambio.
Un favor ocurre cuando necesito pagar el arriendo, no tengo plata y acudo a un amigo o conocido quien me presta, sin ningún tipo de interés, ese dinero. Todos estos se pueden ejemplificar como favores, de resto, no.
Cuando pago por un servicio, cuando alguien hace algo a mi favor, porque es su obligación, cuando nos ponemos de acuerdo para lograr un objetivo común, no se está configurando el favor.
Ahora mal, estos comportamientos parecen hacer carrera en la función pública, en donde los ciudadanos del común vemos supeditado el cumplimiento, la vigencia de nuestros derechos, a la voluntad del funcionario responsable y nos encontramos con la repetida frase de “con mucho gusto le hago el favor”.
¡¿Cuál favor?!... ¡es su obligación!
Inclusive en el mundo de las relaciones entre los ciudadanos, cuando alguien pretende adquirir un producto o un servicio, está dispuesto a pagar por él y el potencial vendedor se beneficiará por la venta del producto o la prestación del servicio y aun así este insiste en que está haciendo un favor, se configura una relación de dominio o de dependencia que afecta la relación cliente-proveedor y este último asume una posición dominante frente al comprador quien, a pesar de estar pagando por el producto o el servicio, queda debiendo.
Pero, es tal vez en la política en donde esta costumbre se ha extendido de manera despiadada, la nefasta costumbre de someter las decisiones electorales a los “favores” de los candidatos, de manera que, cuando llegan al poder, se olvidan de su deber y sólo atienden lo que les pueda convenir pues, ya pagaron con “favores” los votos que consiguieron.
El gran problema es que el común de la gente está conforme con esto y acuden a los escritorios de los funcionarios a que “les hagan el favor”.