En 2004 la justicia colombiana le expropió al narco Leonidas Vargas una de sus propiedades más queridas: la Hacienda El Puerto. En ella había construido una casa con todos los lujos con los que soñó cuando aún era un carnicero en Florencia, Caquetá. Tenía una piscina de 20 metros de largo por 15 de ancho y un tobogán de 5 metros de alto. Dentro de la propiedad también había una pista de aterrizaje de la que diariamente salía su avioneta cargada con cientos de kilos de coca que terminaban en Centroamérica y luego en las calles de Miami y Nueva York. Leonidas Vargas se convirtió en uno de los hombres más queridos del Caquetá cuando decidió construir la Plaza de Toros Santo Domingo, en donde aun hoy se realizan eventos y sirve de escenario en las fiestas en su tierra.
Incluso el Ejército lo respetaba, y a punta de sobornos y presiones a los soldados, vivía en su hacienda tranquilo mientras que del otro lado del río Hacha estaba la Brigada XII. Las fiestas que hacía ‘El Viejo’, como lo conocían, duraban días y la gallera que construyó al frente de la casa se convertía en la tarima principal para apostar millones y millones a los gallos o comprar los mejores caballos de la región. Leonidas Vargas tenía más de cien hectáreas para hacer lo que quisiera, pero lo más importante, siempre en su tierra natal.
Aunque había nacido en Belén de los Andaquíes, desde muy joven se trasladó a loa capital a trabajar. Empezó como asistente en la carnicería y se metió al negocio del narcotráfico porque en Florencia no había plata en efectivo, pero sí había coca que Vargas recibía como pago por la carne. Conoció a Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mexicano y se ganó su confianza hasta heredar su poder cuando la Armada lo mató cerca a Sincelejo en 1989. Disfrutó de la protección del pueblo que lo consideraba un hombre muy “humanitario”.
Cuando un juez de Bogotá ordenó la extinción de dominio de más de cien de sus propiedades, Leonidas Vargas ya había pasado por la cárcel varios años y se encontraba huyendo bajo una identidad falsa. Había logrado entrar a España con un pasaporte venezolano y se mantenía escondido mientras veía como perdía las propiedades que alguna vez fueron suyas. Muchas, como la hacienda El Puerto terminó en manos de la Dirección Nacional de Estupefacientes que mantuvo abandonada durante cinco años hasta dejar perder la casa entre la maleza, como si nunca hubiese vivido alguien ahí.
A comienzos del primer gobierno de Uribe, la hacienda entró al proceso de extinción de dominio ordenado por un juez de Bogotá y en 2009, durante el segundo gobierno de Uribe la destinó para un ambicioso plan de vivienda, que heredó Juan Manuel Santos, y albergar 500 familias desplazadas por la guerra. Nació entonces el barrio La Gloria formado con personas llegadas de distintos puntos del Caquetá, de Huila y Putumayo, bien con la huella de la violencia encima o por haber perdido sus casas en las distintas olas invernales especialmente la del 2016.; cerca del 20% de las familias vienen del barrio La Floresta, que se ha inundado varias veces y ha dejado a más de uno sin casa.
El barrio tiene otra cara y en él se construyó el colegio El Doncello, que recibe más de 300 niños. Además, en marzo se inauguró una Tienda de Paz, un proyecto apoyado por varias organizaciones en el que se formó una cooperativa para administrar una tienda que le de empleo a varias personas del barrio. Doña Lila Artunduaga, quien volvió a Florencia hace once años luego de que la guerrilla, que había reclutado a sus hijos menores, la sacara de Putumayo. Doña Lila ahora es la directora de la cooperativa y asegura que la tienda es una nueva manera de comenzar la vida que le ha sido arrancada a tantas personas que viven en el lugar.
Luego de la muerte de Leonidas Vargas, asesinado por Jonathan Ortiz, un joven que viajó desde Medellín hasta Madrid para meterle cuatro tiros a Vargas mientras estaba internado en un Hospital de la ciudad, la alcaldía de Florencia decidió tumbar la casa y en 2016 construyó el nuevo Coso Municipal, o Centro de Bienestar familiar. Sin embargo, la piscina y la gallera aun se mantienen de pie, y son el recuerdo de un hombre que fue nombrado el ‘Rey’ del Caquetá mientras libraba guerras interminables con el Estado colombiano y las mafias del país.