La historia del hombre que pasó de ser un destacado estudiante de ingeniería química y psicología, a dormir durante años en el ‘cartucho’ de Bogotá y en un basurero de Villavicencio, para finalmente convertirse en la luz de los habitantes de la calle adictos a las drogas en la capital del Meta.
La historia de Elkin Zapata Valencia e08s similar a la de cientos de hombres y mujeres que siendo considerados casi genios por su inteligencia y rendimiento académico, terminan inexplicablemente sumidos en el más oscuro de los callejones, una especia de inframundo del cual difícilmente se regresa, y donde no solo se pierden el intelecto y la capacidad de razonar, sino también la vergüenza y hasta las ganas de vivir. Hablo del terrible drama que envuelve a la drogadicción.
Y es que la adicción a las drogas es un flagelo que no distingue sexo, religión o clases sociales. Un enemigo silencioso y letal de nuestra juventud; un problema millonario en pérdidas económicas y desgarradoramente letal a la hora de contar las pérdidas humanas.
La drogadicción mata cada año a cientos de miles, personas en el mundo, y Villavicencio no es la excepción en cuanto a esta problemática.
Por fortuna, y luego de más de diez años de estar perdido en la adicción al bazuco, y viviendo en un basurero, un día Elkin logró salir de allí, y sin un peso en el bolsillo como él mismo lo relata, con la credibilidad por el suelo y sin el apoyo de su familia que ya para ese entonces le había dado la espalda, decidió sacar una casa en arriendo, se inventó una especie de fundación llamada La Casa del alfarero para dedicarse a ayudar a esos con quienes había compartido ‘cambuche’ para tratar de salvarlos del infierno del que acababa de salir.
Hoy, después de 16 años de sobriedad, y pese al escepticismo de propios y extraños, Elkin logró no solo que La Casa del Alfarero sea una de las fundaciones de mayor reconocimiento en Villavicencio, por la que han pasado al menos 10 mil adictos, de los cuales ha logrado que al menos 70 hayan superado su problema y hoy hagan parte activa de la sociedad, sino que además su trabajo le ha valido homenajes de la Asamblea Departamental y de la Gobernación del Meta, así como del consejo municipal y la alcaldía de Villavicencio, y hoy por hoy está nominado al premio Titanes del Canal Caracol, en la categoría salud y Biuenestar.
¿Qué es la Casa del Alfarero?
EZV- Bueno, La Casa del Alfarero es un milagro. Es el resultado de mis vivencias, de mi propio fracaso por haberme creído que el ser brillante académicamente me blindaría de caer en cosas como la drogadicción. Yo era un joven normal, una persona con sueños, con mucha capacidad intelectual, estudié en el colegio la Salle, en aquel entonces de lo más costoso de Villavicencio, y no porque fuera de familia acaudalada, sino porque siempre estuve becado por mis puntajes.
Luego estudié ingeniería Química y Psicología en la Nacional, y en fin… Estaba cumpliendo mis sueños, me iba bien económicamente, pero tenía un problema que en nuestra sociedad casi no se percibe; Y es que yo hacía lo que me daba la gana, no cumplía reglas de mi casa ni de nadie. Adicional a esto tomaba demasiado, y ese fue mi mayor error, un día en una fiesta de ‘niños bien’ estaban fumando bazuco y a mí me gustó el olor, no creí que me haría daño y lo probé como por entrar en sintonía con mis amigos. Seis meses más tarde estaba desnudo y viviendo en la calle del cartucho. Allí estuve más de dos años, luego me fui a Villavicencio a buscar a mi familia porque me di cuenta que me estaba muriendo, pero allí fue peor porque el error más grande de la familia es apoyarlo a uno cuando está consumiendo, abrazarlo creyendo que el adicto necesita amor, y resulta que no. Los adictos nos volvemos mentirosos, manipuladores y catalizamos ese amor y ese dolor de nuestra familia pero para nuestro propio beneficio. Por eso terminé durante años viviendo en el basurero del Maizaro.
¿Dice usted que el amor y el apoyo de la familia al adicto son un error? Explíqueme esto.
Sí, yo sé que muchos se sorprenden al oírme decir esto pero sí. Uno no sale de la adicción sino cuando toca fondo, cuando se siente el rechazo de la familia y de la sociedad. Duele decirlo pero si bien la adicción es una enfermedad, y debe verse como tal, es también cierto que el dolor de una madre por ejemplo, es aprovechado por su hijo adicto para manipularla, para robar a la misma familia, a los amigos, y si uno no se confronta a sí mismo nunca logrará salir de la adicción. Por eso, hasta que mi familia tomó la correcta decisión de darme la espalda, fue cuando logré emerger del caos.
¿Cómo fueron esos años de indigencia y adicción, qué lo marcó?
-Hermano tenaces, una noche estuve a punto de morirme de hipotermia en el cartucho, luego en Villavicencio, una vez me apuñalaron y perdí para siempre la movilidad en mi mano, otra vez me apuñalaron en el pulmón y aunque yo estaba consciente no podía hablar ni abrir los ojos, me estaba desangrando en un parque, recuerdo que escuché cuando dos policías llegaron y al verme decían entre ellos “Dejémoslo ahí, ese hijueputa no amanece vivo”. Es mucho lo que el adicto sufre, pero a uno no le importa porque mientras haya bazuco uno se siente en una fiesta y no se da cuenta en lo que se convierte porque se pierde la vergüenza. Todo eso me marcó para siempre.
¿Cuándo reacciona y cuál fue el milagro que finalmente lo sacó de las drogas?
Pues finalmente el milagro ocurrió una tarde cuando fui donde un ingeniero electrónico amigo de mis tiempos de estudiante; le pedí prestado dos mil pesos dizque para comprar un jabón y bañarme. Su respuesta fue contundente, no solo no me dio plata sino que me dijo que me fuera, que olía mal, que a él le daba pena que sus hijas me vieran en ese estado. Esa especie de humillación era el milagro que yo necesitaba. Esa misma tarde volví a mi cambuche, empecé a sentir un olor fétido como a estiércol, busqué por todos lados y finalmente me di cuenta que era yo, yo quien olía mal, yo que me estaba muriendo entre el bazuco y la basura. Lloré no sé cuántas horas hasta que me quedé dormido, al día siguiente me interné en una fundación, lo hice a conciencia y salí meses después a crear la Casa del Alfarero, esto hace ya 16 años.
Su trabajo de recoger habitantes de la calle adictos para alimentarlos y darles techo y tratamiento es algo costoso: ¿Cómo subsiste, de dónde sale el dinero?
Es un milagro diario, cuando no se acaba el gas es que no hay arroz, que nos cortan la luz o el internet, en fin, han sido años de lucha por redes sociales y voz a voz. Siempre solos contra el mundo. Solo hasta este año como que Dios está aparejando el camino y en este sentido por fin la Administración municipal, en cabeza del Ingeniero Wilmar Barboza ha mirado a nuestra fundación como una herramienta y estamos trabajando de la mano y con su apoyo para continuar nuestra labor. Hay buenas relaciones con la gobernación del Meta de la cual esperamos que el año entrante se una a nuestra labor como lo está haciendo la alcaldía, pero aún nos falta mucho apoyo. Esta no es una tarea fácil, pero aun así ya llevamos 16 años de trabaja ininterrumpido.
¿Qué significa estar nominado por el Meta al premio Titanes Caracol?
Es el fruto del trabajo, le reitero que en 16 años no hemos cerrado un solo día, las puestas de la Casa del Alfarero siempre han permanecido abiertas y por aquí han pasado más de 10 mil adictos buscando a veces un techo, o calmar el hambre y descansar. Lo mejor es que aunque la mayoría regresan a la calle, ya tenemos el milagro de al menos 70 personas completamente recuperadas y que de una u otra forma le sirven a la sociedad, y es que nuestro lema ha sido y seguirá siendo “Lo importante no es cuánto tengo sino cuánto sirvo.