La nación a responder por los crímenes de Los 12 Apóstoles

La nación a responder por los crímenes de Los 12 Apóstoles

Consejo de Estado confirma asesinatos de este grupo paramilitar. Capítulo del libro de Olga Behar.

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junio 21, 2013
La nación a responder por los crímenes de Los 12 Apóstoles

El libro de la periodista Olga Behar, profundiza en la historia de este grupo macabro que actuó en Antioquia, al que presuntamente estaban vinculados 12 ganaderos, el documento señala a Santiago Uribe Vélez como uno de los auspiciadores de este clan paramilitar. El siguiente capítulo revela algunas confesiones de un testigo clave, el oficial retirado Juan Carlos Meneses:

Capítulo de El Clan de Los 12 Apóstoles / Olga Behar

El fusil

No podía asimilar lo que escuchaba. Las cinco palabras: «Yo me llevé su fusil» derrumbaban su mundo. En segundos, su brillante carrera, su imagen de tropero incansable, de ser leal y honesto, se convertían en la peor pesadilla que podía imaginar. El teniente Juan Carlos Meneses estaba lívido como un papel. Intentó mantener el control. Total, moler a golpes a Alexander Amaya, su escolta, o intentar hacer algo peor, ya no serviría de nada. El daño estaba hecho. Y aunque sus protectores eran todopoderosos, de ésta no lo salvaba nadie.

—Amaya, no joda, no puede ser cierto. ¿Cómo la fue a cagar así?

—Mi teniente, yo qué me iba a imaginar que eso lo iban a investigar.

***

Juan Carlos Meneses:

«Todo comenzó cinco meses atrás. Yo era el comandante de la Policía en Yarumal, Antioquia. Los paramilitares tomaban cada vez más fuerza en Córdoba y Antioquia, y en el pueblo que me habían asignado operaba un grupo conocido como de “limpieza” que tenía protectores del más alto nivel.

»Sentíamos mucha tranquilidad, porque sabíamos que el que nos protegía y estaba metido en todo era el futuro gobernador. En esos meses, Álvaro Uribe Vélez ganó la Gobernación de Antioquia. Su hermano, Santiago, siempre nos dio tranquilidad. Nos decía que ellos tenían muchos amigos en la Fiscalía, amigos magistrados, que eso no iba a pasar a mayores, porque ellos quedarían salpicados en el momento en que se abriera una investigación, ellos iban a ser los perjudicados y eso no lo iban a permitir. Entonces ellos siempre nos inspiraron confianza.

»A mí, la verdad, el allanamiento no me preocupó. En ese momento, yo era el más tranquilo de todos, pero lo que sí me causó curiosidad e inquietud, fue cuando pidieron los listados de nuestro armamento. Yo, en ese momento, no caí en cuenta de por qué los pedían. Ese allanamiento fue realizado por la Fiscalía de Medellín con el DAS de la misma ciudad.

»Pero un tiempo después, cuando el agente Amaya me dijo que las vainillas que aparecen allá, en el sitio del crimen, eran del fusil mío, a mí se me vino el mundo encima. Es cuando Amaya me dice que ellos se llevaron mi fusil para allá, para esa masacre. Ahí sí fue.

—¿Por qué? Marica, ¿usted por qué no me dijo? Yo mismo estuve en el levantamiento de los Quintero Olarte, yo mismo fui el que recogí las vainillas y se las entregué a la inspectora de Policía. Donde usted me hubiera dicho eso, pues yo cambio las vainillas o las boto, cual­quier cosa hago, le digo a la inspectora: “Vea ahí le tengo las vainillas”. Me las llevo y se las cambio, después se las entrego, pero yo fui el que recogí las vainillas, yo estuve en el levantamiento. Le voy a contar exactamente qué fue lo que pasó.

»Como le estaba diciendo, había un grupo que desarrollaba tareas de “limpieza social”, supuestamente para garantizar la paz en el pueblo. Uno de esos casos fue el de unos hermanos Quintero Olarte que extorsionaban a la gente de dinero. Santiago me llama y me cuenta de un caso que está sufriendo un empresario de apellido Palacios, que tenía un restaurante que se llamaba Las Rocas:

—Meneses, vamos a armar un operativo contra el extorsionador, pero necesitamos que nos ayude con la información.

»Entonces yo fui y le tomé declaración al empre­sario y armé el operativo para que fuera la gente del grupo paramilitar y también algunos agentes de la Policía. Cuando los extorsionadores –que eran los dos hermanos Quintero Olarte– fueron a recibir el dinero del empresario, se armó la plomacera y lograron dar de baja a uno de los delincuentes. Pero otra persona se les voló del lugar. Yo rendí un informe que daba un resultado positivo. Según ese informe, gracias a la acción de la Policía, se había logrado impedir la acción de los delincuentes. La realidad es que todo se hizo por instrucción y acción del grupo que se conoce como Los Doce Apóstoles.

»Hasta allí, todo dentro de lo que podríamos llamar “normal”. Pero, ¿qué pasó? Que este extorsionador que se escapó fue perseguido por el grupo. Entonces mi escolta, Amaya, me dice:

—Vea teniente, a esta persona ya la tenemos ubicada.

—¿Y dónde está?

—En la finca La Sirena, a las afueras de Yarumal.

—Muy bien, entonces hágale.

»Armaron el operativo y asesinaron a dos perso­nas de apellido Quintero Olarte, padre e hijo. El hijo era el que había hecho la extorsión y se había logrado volar.

»El problema fue que al agente Amaya, mi escolta, yo nunca lo autoricé para que llevara los fusiles, porque fueron dos: no sólo se llevó su fusil, sino también el mío. En ese operativo les causaron la muerte a estos dos, pero para colmo hirieron a dos menores de edad.

»Al otro día yo me fui al levantamiento de los cadáveres, con la inspectora de Policía. Yo mismo recogí las vainas, las embalé y las entregué a las autoridades.

»Por eso a mí se me derrumba todo, cuando constato que mi fusil estuvo allá en esa masacre, en la muerte de esas dos personas y las heridas de los niños. El allanamiento fue por los mismos días en que capturan a los comerciantes de Yarumal, porque es que la investigación venía de tiempo atrás. Esa investigación la estaba haciendo el Cinep, por todas las muertes que se venían sucediendo; eso se unió a la denuncia de la personera del pueblo de Yarumal, Lillyam Soto Cárdenas, por lo que fue seriamente amenazada, porque ella también estaba investigando al grupo, llamado entonces de “limpieza”(1). Entonces, ya el proceso se venía armando desde esa época, por las muertes, por la supuesta participación de miembros de la Sijín, con la colaboración de la Policía y del Ejército, para que estas personas cometieran asesinatos allá. Por eso, cuando llegan a hacer el allanamiento, yo no me sorprendo.

»Inicialmente allanan la habitación que se encuentra en la parte baja del comando y que está alquilada a un particular, no a la Policía. Allí, encuentran elementos de intendencia, y yo dije: “Pues que responda la persona que alquiló eso, ahí no hay nada que nos involucre”. También encontraron la cédula de alias Rodrigo, que era la mano derecha de Santiago Uribe Vélez.

»A mí me preguntaron: “Bueno, ¿y esa habitación qué?”. Les dije: “Siempre ha estado con candado y la Policía no tiene ningún vínculo con el arrendatario ni con la dueña de ese cuarto”. Esa fue mi primera defensa. Les expliqué que esa puerta tenía una llave que no se usaba, que la Policía no tenía nada qué ver con eso, que noso­tros no habíamos arrendado esa habitación. Yo no tenía ninguna prevención, no me imaginaba que el allanamiento marcaría un cambio tan drástico en mi vida. Pidieron los listados de personal y de armamento de la Policía de Yarumal y yo, sin ninguna prevención, los entregué también.

»Pero la realidad era otra. Del lado de Rodrigo, había una llave. Y del lado mío, tenía un pasador. Entonces, cuando necesitábamos hablar, nos poníamos de acuerdo y cada uno quitaba el seguro de su lado. Ya en la investigación, se establece que quien la alquiló fue un hacendado, Álvaro Vásquez Arroyave, para que Rodrigo, que era el jefe de las autodefensas rurales tuviera un sitio co-mo su centro de operaciones, como su búnker. La señora que se la arrendó vivía como a una cuadra del comando y ella certificó que quien había hecho el contrato con ella había sido Vásquez. A partir del allanamiento, de nada nos sirvió tener ese mecanismo de comunicación, porque Rodrigo se perdió de Yarumal.

»Cuando los de la Sijín le contaron lo que había pasado, buscó la forma de hablar conmigo. Nos reunimos en un sitio a las afueras de la ciudad y allí le conté todos los detalles del allanamiento. Él se preocupó muchísimo, porque ese hallazgo permitió que se llevaran su nombre verdadero. Pero además de la cédula, habían encontrado otros papeles que lo comprometían muchísimo. O sea que a partir de ese hecho, la Fiscalía tenía conocimiento de quién era él, y lo podrían relacionar con las acciones del “grupo de limpieza”.

»Fue un escándalo a nivel nacional por todos los medios de comunicación: prensa, radio y televisión informaban que habían allanado el Comando de la Policía de Yarumal.

»Me llama el comandante del departamento, el general Alberto Rodríguez Camargo:

—Teniente, ¿qué fue lo que pasó? El director general de la Policía está preguntando que usted por qué permitió el allanamiento al comando.

—Mi coronel, ese no es el comando, esa es una habitación que queda contigua al comando, allí los policías ni entramos. Eso es independiente.

—Teniente, ¿y usted por qué entregó los listados del armamento y de los policías que hay en el comando?

—Es que yo no veo ningún problema en haberles entregado eso. Además, es una autoridad competente la que me está solicitando los listados.

—Pero usted debería haber consultado.

»Me gané un poco de regaños, que por qué yo no llamé, que por qué no avisé, que mire el escándalo que hay por televisión, que dicen que fue que allanaron el comando.

»Hoy es que puedo contar las cosas como fueron. Pero en ese entonces, públicamente, esa era la versión y de allí no nos íbamos a mover ni un centímetro. Pero, ¿qué había detrás de todo esto?

»Cuando Benavides me hizo entrega del comando, después de presentarme a Santiago Uribe y de ponerme al tanto de la operación del grupo, llamado entonces de “limpieza”, me contó uno de los grandes secretos de todo ese montaje paramilitar.

»El grupo estaba dividido en dos: uno era el urbano, al mando de Pelo de Chonta, y otro que tenía el control rural, al mando de Rodrigo. Pues este segundo enlace, Rodrigo, alquiló una pieza al lado del Comando de la Policía. Por lo quebrado del terreno, muchas de las edificaciones tienen como una especie de sótano… Así era la Policía en Yarumal. Nosotros estábamos en los pisos de arriba y el cuarto del sótano tenía conexión con la habitación donde yo dormía en el comando. Entonces, esa comunicación permitía el contacto en cualquier momento que se necesitara. Rodrigo tenía, en su habitación, unos uniformes de la Policía y del Ejército, que eran los que usaban en los operativos. También había capuchas, botas y otros elementos que son los que la Fiscalía encuentra en el allanamiento.

»Cuando se armó el escándalo, en las noticias también hablaban de la muerte de una persona que había asesinado el “grupo de limpieza”, que fue un guerrillero al que encontraron en el terminal de transportes. Lo persiguieron y el muchacho salió en carrera, con seguridad buscando nuestra protección. La persecución fue casi hasta la esquina del comando donde lo acribillaron. El noticiero mostraba la sangre y hacía un paneo y mostraba lo cerca que estaba el comando. Entonces claro, eso fue un escándalo, cuestionaban por qué la Policía no había actuado, y afirmaban que la Policía sí tenía vínculos con el “grupo de limpieza” que operaba en Yarumal. Se referían al allanamiento en el que encontraron uniformes; eso se armó la de San Quintín allá en Yarumal.

»Entonces, a raíz de todo ese escándalo, el comandante del departamento me dice:

—Lo mejor es que usted salga de allá, eso se calentó.

—Pero mire mi coronel, yo apenas llevo tres meses y medio acá.

—Pero es que desde la época de Benavides vienen muchos muertos, hay muchas amenazas, eso está caliente, mejor toca sacarlo de allá.

—Bueno, ustedes son los que ordenan.

Yarumal, Antioquia, el pueblo donde Los 12 Apóstoles cometieron varios asesinatos bajo el apelativo de “limpieza social”.

»Por ese caso yo estuve detenido en dos oportunidades, una vez seis meses y otra vez tres meses por el mismo hecho. Después me liberé, logré mi salida con mi abogado, porque yo sabía que era un proceso político, había intereses para que involucrara a Santiago, pero yo decía que Santiago no tenía nada qué ver. Él me decía “tranquilo que ese proceso va a salir adelante”, que el hermano ya estaba encima del proceso y que el proceso iba a ser cerrado, como efectivamente ocurrió».

(1) Según el periódico El Tiempo (16 de junio de 2010), el sacerdote Gonzalo Palacios, acusado de ser uno de los promotores del grupo paramilitar, «conoció a Soto siendo una niña y, paradójicamente, la ayudó a ingresar a la administración de Yarumal. Y ella, como personera del pueblo, fue quien inició las denuncias sobre las muertes en serie, que más tarde salpicaron a varias personas, entre ellas al cura y a varios comerciantes y ganaderos, entre ellos a Santiago Uribe, hermano del presidente Uribe. En 1993, Soto hizo pormenorizados informes sobre las muertes, que implicaban a uniformados. Y aunque, al igual que el cura, prefiere no hablar del caso (…), le dijo a El Tiempo que si la justicia la llama, ratificará lo dicho hace diecisiete años, incluso que fue amenazada de muerte: Soto recibió una llamada en la que le dijeron que dejara de investigar o sería asesinada. “Los procesos penales se construyen en su momento con trabajo efectivo, con verdades, pero no con boom publicitario”, dice ahora. Y agrega: “Lo que hice y dije está en Fiscalía y en Procuraduría. Como ciudadana ya cumplí”». [email protected]

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