Esforzado lector: esta nota no cuenta crímenes, robos, escándalos o chismes sexuales; no habla de paras, guerrillas, narcos, políticos corruptos, reinas de belleza o delfines, no; quiere contarle -a quien quiera saber- que durante 4 días, más de 250 coreutas de Argentina, Estados Unidos y toda Colombia; alrededor de 20 directores y 5 maestros internacionales, presentaron 32 conciertos para 15.000 amables oyentes y espectadores que acudieron a las plazas, iglesias, colegios y escenarios naturales, además del hermoso Teatro Municipal y la afamada Basílica de la ciudad. Allí, en Guadalajara de Buga, nos dimos cita -convocados por CORPACOROS- varias agrupaciones corales para la décimo novena edición (para emular con ciertos presentadores: “la diez y nueveava”) de este festival musical. Algo que el equipo organizador, con Carlos Armando Pérez y Guillermo Villegas al frente, han sabido hacer mejor que nadie: la Semana Coral Internacional.
En un país al que todos los días martirizan los noticieros con su raudal de pésimas noticias y saturan de declaraciones infinitas de autoridades describiendo las hazañas de delincuentes, asesinos y otras personalidades disfuncionales. Ese país que escucha y ve alelado desde sus casas las rinoplastias y correcciones de derrière de las divas televisivas, seguramente no le atrae un festival de coros. Puede producir bostezos, pues en el no hay figurones, ni divas de farándula con lentejuelas contando sus hazañas de viernes de rumba y amanecida sabatina. A quién ha comido alubias toda la vida, no se le puede ofrecer de la noche a la mañana que se deleite con un Tornedòs Rossini; y es que, tal vez, por el hábito de transmisión cotidiana de noticias frívolas y fraudulentas nos deformaron el gusto por lo bello sensible.
Sacrificado lector, gracias por llegar acá: pues le contamos desde la otra orilla, que la edición presente fue un homenaje al maestro Alberto Correa. No es un banquero, es un médico que mutó a director de orquesta y coros. No fundó un banco, fundó la Orquesta Filarmónica y el Estudio Polifónico de Medellín. Y como parte del sencillo homenaje –que se hace todos los años por una personalidad de igual tenor-, se interpretó un amplio repertorio de música polifónica, erudita, religiosa, popular y tradicional. Góspel, bambucos, boleros, baladas, sones, porros y cumbias hicieron parte de los recitales que, con entrada libre (free pass, no abonos ni ticket express) estuvieron colmados de gente de todas las edades, condiciones y opciones sexuales, para hablar con los tiempos que corren.
Bastaría citar la frase del socorrido Shakespeare “El hombre que no gusta del canto, ni se emociona por la armonía de sus suaves sonidos, es capaz de traiciones, estratagemas y depravaciones”, para incitar a más de un desafinado que anda por Colombia ordenando vidas y honras, a entonar en coro para alcanzar equilibrio y armonía; y si a algunos les parece muy viejo el autor de la frase citada, entonces recurramos a ese gurú de los jóvenes que es Kurt Cobain, “La música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre que sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del amor” para explicar la pasión con la escuchamos cantar a todos los coros participantes.
Cantando muchos se han hecho famosos, ricos, importantes; un coralista canta para ser feliz y hacer feliz a quien le escucha. Y allí, en el pausado calor de esa población que tiene la discreta paciencia de escuchar la música coral, muchos fuimos felices. Pese a que los ecos de la violencia generalizada se oyen discordantes hasta en el último rincón de la Colombia real. Por eso, año a año, coros de toda índole: vocacionales, universitarios, amateurs, institucionales; escolares, de colegas, de músicos y cantantes profesionales (también, como no), esperamos con ansiedad ser escogidos e invitados a participar en el convite donde no se reparte ron, presupuesto, favores, figuraciones o contratos millonarios. Solo se nos invita a cantar, a cantar bien, a compartir con coreutas de diversas procedencias la experiencia, el repertorio y los estilos de interpretación propios; y al final, y durante dos veladas, a unirse bajo la batuta del maestro celebrado, cantando una obra que concite a 250 voces o más, a latir unidos en el corazón común de un sociedad que tiene en esa actividad musical, y en ese instrumento musical colectivo por excelencia, la posibilidad cierta de vivir un día en paz.
Andrés Rodríguez Ferreira