Cuando el maestro Jorge Zapata Espinosa apostilla que la música colombiana no ha muerto nos está diciendo que es labor de todo un país contribuir para que no la dejemos morir.
Lo dice un artista de su talla y trayectoria, que creció y se formó en el arte de la mano de su padre, el consagrado y recordado maestro del órgano Francisco Pacho Zapata, navegando a remo, muchas veces a contracorriente, por el caudaloso río de la música de la región andina de Colombia, y en su calidad de director, productor, arreglista e intérprete al piano del rico patrimonio que comprende ese atlas musical que nos enaltece.
Zapata Espinosa, sentado frente al piano en su estudio de grabación, en el sector de Los Andes, al norte de Bogotá, con el retrato tutelar de su progenitor, va soltando reflexiones contundentes al respecto:
Pregúntele a un niño de primaria en México si sabe quién fue José Alfredo Jiménez. Le responderá de inmediato y sin titubeos. Pregúntele a un niño en Argentina sobre Carlos Gardel. Seguramente le hará una categórica exposición del Zorzal Criollo, seguida de la entonación de uno de sus tangos emblemáticos. Pero indáguele ahora mismo a un colegial colombiano acerca de Jorge Villamil o de José Barros…
Pena ajena: La respuesta queda en el aire y el rubor en las mejillas no se hace esperar cuando advertimos que no solo niños y adolescentes sino la mayoría de periodistas de las nuevas generaciones, desconocen de los grandes compositores e intérpretes colombianos, y menos saben diferenciar entre un bambuco, un torbellino, un rajaleña, un porro o una cumbia, entre tantos ritmos y expresiones del folclore nacional.
Al maestro Zapata se le platearon las sienes entre instrumentos y partituras en su cometido sin treguas de entregar a varias generaciones la belleza y la riqueza de la música colombiana en su variada gama de formatos. Una terquedad provechosa, porque gracias a ella, y la de un puñado de compositores e intérpretes que abanderan con él su legado, y desde luego, de un público fiel a esa arraigada convicción cultural, es que la música colombiana no ha muerto.
Pero aunque no haya muerto, la premisa es dolorosa en un país sin memoria. La historia lo ha demostrado. Un país que no sabe apreciar ni valorar sus talentos natos, pero que paga lo que sea por ir a ver los de afuera —sin demeritar virtudes—, replicando melodías en idiomas extranjeros, o celebrando modas y tendencias totalmente ajenas a su raigambre e idiosincrasia.
Con todo esto, Zapata Espinosa, como buen paisa, jamás se ha dado por vencido. Luchar contra la adversidad y superar los obstáculos ha sido el rigor que ha fijado en sus proyectos y empresas musicales, por resaltar un ejemplo, cuando hace diez años le dio por vestir de gala los aires criollos que mecieron su cuna, y surgió la Gran Rondalla Colombiana, una institución musical al mejor estilo de la Rondalla Tapatía, de México, o La Rondalla Venezolana, que retomaron el legado de las antiguas rondallas castellanas en la España del medioevo.
Por supuesto que el trabajo ha sido arduo, de absoluta entrega, de permanente gestión y de titánicos esfuerzos para posicionarla en el lugar y el prestigio que a la fecha ha abonado con creces La Gran Rondalla Colombiana, cuando el propio maestro Zapata reconoce que el estatus alcanzado no sería posible sin la poderosa cuota de emprendimiento de su esposa Bibiana Patiño, que haces las veces de gerente, gestora cultural, jefe de relaciones mediáticas y corporativas, directora logística, maestra de ceremonias, además de la preciosa voz de contralto que le ha dado lustre a esta hermandad artística que por estos días completa su primera década.
Insistimos: si la música colombiana no ha muerto es por el empeño permanente de artistas como Jorge Zapata y Bibiana, sus hijos que heredaron sus cualidades, y el frente instrumental y vocal de gran altura académica: profesionales consagrados que en el escenario reúne a varias generaciones en un viaje espléndido y cautivador por la geografía de la música autóctona, sus recordados autores, y sus mejores intérpretes.
“No se puede desconocer —agrega el maestro Zapata— el trascendental incentivo que para la música colombiana resume sus festivales a lo largo y ancho del país, empezando por su rectoría, el Mono Núñez (Ginebra, Valle), el Pachamama (Florida, Valle), el Festival de Música Andina y el Festival Nacional de Música Colombiana en Ibagué, el Festival de San Gil (Santander), entre otros que, con hazañas quijotescas (porque la cultura sigue siendo la Cenicienta del país) en cuanto a presupuesto, reviven cada año con fervor la tradición y admiración por nuestra música”.
“Desmitificar también —repunta Zapata Espinosa—, que la música colombiana es una música de viejos. Para nada: no hay sino que asomarse a estos festivales para ver la cantidad de público joven que se integra en tribunas con sus padres y abuelos. Igual en el escenario, donde confluyen exponentes del arte musical de distintas edades, como en una cofradía, una sola familia dispuesta siempre a intercambiar conocimientos, a aprender los unos de los otros, del adulto al joven, y viceversa”.
¿Pero qué impide que la música colombiana no cuente con una audiencia masiva en el contexto de una nación que debería sostenerla como una prioridad cultural?
El maestro Zapata tiene la palabra:
“En la época en que nos formamos era una asignatura de rigor en el pensum de los colegios. Todos estábamos enterados de quién era José A. Morales, Jorge Villamil, José Barros, Jaime R. Echavarría, entre otros. En los centros culturales y sesiones solemnes interpretábamos sus hermosas páginas. Sabíamos de dónde venía Espumas, del milagro de una Luna roja, y por qué lloran Los Guaduales. Había permanente interés y actividad artística entre profesores y educandos, traducido en la vocación y el amor por la música colombiana”.
“Además que ese interés y esa curiosidad por nuestra música se despertaba en casa, en el diario compartir familiar. Los padres instruían a su prole sobre sus compositores e intérpretes cuando ponían en el tocadiscos la música de sus preferencias. Nos enseñaban de dónde provenía y en qué se diferenciaban sus ritmos, de la misma forma en que ilustraban sobre los instrumentos esenciales: guitarra, tiple, bandola, requinto. Por lo general, los padres, tíos o abuelos, los sabían ejecutar. Y al final todos terminábamos en un jolgorio de cánticos y reminiscencias”.
“La radio, por ejemplo, era el mecanismo para compenetrarnos y cultivar el apego por la música colombiana y por otras músicas. Por la radio conocimos las grandes figuras de la canción de México, Argentina, Puerto Rico, Venezuela, Perú, Ecuador. Las estaciones radiales emitían cualquier cantidad de programas dedicados a la música, en vivo y desde sus cabinas y radioteatros. El último espacio que disfrutamos de música colombiana lo oímos hace unos meses y lamentando su voluntario retiro, en la voz y el incomparable estilo de don Gabriel Muñoz López: Así canta Colombia, de Caracol Radio, en su precioso horario de la una de la madrugada”.
“Sería necio recalcar que nosotros los artistas nos debemos al público que cosechamos, pero también a ustedes, los medios. Que en la disposición en que los medios de comunicación contribuyan a difundir nuestro trabajo, a reconocer nuevos semilleros, y a resaltar el amor y la entrega que profesamos por la música, de esa misma manera se multiplicarían intereses y audiencias alrededor del patrimonio musical que nos une y nos representa como colombianos”.
“Es erróneo decir que la música colombiana no vende. ¡Por favor! Los invito a que comparezcan a cualquiera de nuestros conciertos en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, en el Jorge Eliécer Gaitán, en el Auditorio Skandia, o en cualquiera de los escenarios donde nos contratan o nos invitan, para que se percaten de la cantidad de público de distintas edades que nos acompaña. Por eso insisto en afirmar que si la música colombiana no ha muerto, es porque para nosotros es como compartir una bendición”.
Tiene razón el maestro Zapata. Los medios, salvo la Radio Nacional de Colombia, que en su programación es incisiva en promulgar y dar realce a la música colombiana, no existen otros canales que se interesen por la difusión de la misma. Por el contrario, la mayoría de estaciones radiales, las que más cautivan audiencias, porfían desde que despunta el día con perturbadores ruidos y sonsonetes foráneos como el trillado reguetón, que parece hecho a la medida de la involución y la decadencia de estos tiempos.
“Villamil por siempre”
Para celebrar los diez años de La Gran Rondalla Colombiana, el maestro Jorge Zapata Espinosa y su esposa Bibiana Patiño se dieron a la tarea de grabar una antología en formato CD, homenaje al maestro Jorge Villamil Cordovez, a propósito de la conmemoración de los noventa años de su natalicio: 6 de junio de 1929, en Neiva.
Un trabajo musical de colección, en formato de lujo, con selección de temas, arreglos, producción y dirección musical del maestro Zapata, como tributo a la obra inmortal del reconocido y laureado letrista huilense, a quien la jerarquía de la música colombiana le confirió el título de Compositor de las Américas.
Para este CD de colección en formato de lujo, con libro incluido, fueron invitados diez de las mejores voces del pentagrama musical de todos los tiempos, en distintos géneros: Isadora, Beatriz Arellano, María Isabel Saavedra, Bibiana, Billy Pontoni, Galy Galiano, Fausto, Gabriel Arriaga, José Ricardo Bautista, José Nedio, como intérpretes, y un tributo del poeta y compositor tolimense Fabio Polanco, titulado, Recorriendo a Villamil, que el maestro Villamil tuvo la oportunidad de oír con su letrista, y de corresponderle su satisfacción y agradecimiento por la sentida letra.
Por vínculos artísticos de su padre Francisco Pacho Zapata con los grandes compositores e intérpretes colombianos, el maestro Jorge Zapata convivió con la presencia de Jorge Villamil desde los albores de su infancia. En su trayectoria hizo una amistad estrecha con el letrista de La Hacienda El Cedral, o el Iluminado que componía silbando, como le llamaban, al punto que en común acuerdo con su esposa Bibiana, le encomendaron el padrinazgo de Alejandro, su hijo menor, que curiosamente nació el mismo día que Villamil: un 6 de junio.
Fueron muchos años de compartir en el arte y en una familiaridad musical de estrechos lazos, que se fue acrecentando en el apego y la sensibilidad hasta los últimos días del insigne compositor que, según ellos, no obstante las complicaciones de su prolongada enfermedad, nunca dejó de lado su carácter cautivador, su chispa a flor de labios, su genio repentista.
“El maestro Jorge Villamil siempre hizo gala de un humor fino, exquisito —recuerda Zapata—. A todo le sacaba cuento. Era un deleite conversar con él del tema que saliera a flote, porque era un hombre muy culto y de una memoria privilegiada. Su inteligencia era como un prisma. De ahí su don inagotable para componer. Lo conocí muy niño, de seis años, cuando mi padre me llevaba a las grabaciones de Los Tolimenses, porque ahí se reunían artistas, compositores, intérpretes, poetas, periodistas”.
“Este trabajo, Villamil por siempre, es una deuda que teníamos de hace tiempo para honrar su obra y su memoria. Y qué mejor motivo que para la celebración de los primeros diez años de La Gran Rondalla Colombiana. La nómina de intérpretes es de lujo, con una contribución del maestro Fabio Polanco, autor de una bella letra como lo es Recorriendo a Villamil, interpretada por nuestra Rondalla”.
“Agradezco el interés de los artistas invitados que se sumaron a este proyecto musical que fue concebido y procesado con inmenso amor por nuestra música, y por el cariño y la admiración que nos inspira el maestro Villamil. De modo que el aplauso y la gratitud expresa es para Isadora, María Isabel Saavedra, Beatriz Arellano, Billy Pontoni, Galy Galiano, Fausto, el prolífico compositor, periodista y gestor cultural José Ricardo Bautista (a quien se le debe en Tunja la creación del Pueblito Boyacense y la reapertura del Teatro Suárez); Gabriel Arriaga, José Nidio Soto (cantante oficial de la Basílica del Señor de los Milagros de Buga, del que Jorge Villamil fue devoto), al maestro Fabio Polanco, y a mi esposa Bibiana, que es el alma y nervio de esta producción, y que sin su empeño y dedicación, no hubiera sido posible”.
El proyecto musical Villamil por siempre como joya de antología, homenaje al insigne compositor huilense, fue posible gracias al empeño y los múltiples esfuerzos y gestiones del maestro Jorge Zapata y de Bibiana Patiño, con la alianza en su impresión y distribución de Yo Yo Music.
Las palabras de presentación del álbum estuvieron a cargo del periodista y narrador huilense Vicente Silva Vargas, autor de Las Huellas de Villamil, la biografía más completa, sensible y detallada que se haya publicado del ilustre compositor que hizo de su admirable y fecunda obra un testimonio de vida, de amor y compromiso por la tierra que lo vio nacer, y que enalteció con su lírica la belleza y raigambre de nuestra música. En algunos de sus apartes, Silva Vargas sostiene al respecto:
“Villamil Cordovez está vivo en este prodigioso trabajo de Jorge Zapata, La Gran Rondalla Colombiana y las formidables estrellas invitadas. Ellos nos transportarán a los momentos que el maestro llamaba episodios personales transformados en pequeñas historias universales”.
“Su música, como él decía, es naturaleza en movimiento. Es el opita que deja atrás su tierra devastada por la violencia; el desplazado que regresa a vivir en paz; la enamorada que vuelve a implorar cariño; la miel amarga del beso traicionero; la mistela con sabor a yerba fresca; la inocencia del romance campesino... Ese es el artista que con mensajes sin rebuscamientos nos acerca a las realidades humanas. Aquel que alguna vez nos interpeló con rigor: Amigo, ¿cuánto tienes, cuánto vales?”.
Repertorio
Villamil por siempre estará en plataformas digitales y en físico a partir de este sábado 1° de junio, a propósito del homenaje que, para la conmemoración de los noventa años de su natalicio, se le rendirá la próxima semana en Neiva, con una serenata de La Gran Rondalla Colombiana y un conversatorio alrededor de su vida y obra, con invitados especiales, entre ellos el maestro Fabio Polanco, en escenarios como la Asamblea Departamental, y el auditorio del Banco de la República.
1. Al sur (vals) - La Gran Rondalla Colombiana
2. Llamarada (pasaje) - Isadora
3. Me llevarás en ti (bambuco ranchero) - Galy Galiano
4. Garza morena (bambuco) - La Gran Rondalla Colombiana
5. Oropel (vals) - María Isabel Saavedra
6. Sabor de mejorana (pasillo) - La Gran Rondalla Colombiana
7. Mirando al Valle del Cauca (vals) - Beatriz Arellano
8. Luna Roja (pasaje) - Billy Pontoni
9. Si pasas por San Gil (vals) - José Ricardo Bautista
10. Acíbar en los labios (pasillos) - Bibiana
11. La Mestiza (vals) - José Nedio
12. El Barcino (bambuco fiestero) - Fausto
13. Espumas (bolero ranchero) - Gabriel Arriaga
14. Recorriendo a Villamil (bambuco) - Fabio Polanco
15. El Peregrino (vals) - José Nedio
16. La Trapichera (bambuco) - La Gran Rondalla Colombiana
17. La Zanquirrucia (rajaleña) - La Gran Rondalla Colombiana
Testimonios artistas invitados
Isadora
Para mí, como artista, fue un orgullo volver a cantar la Llamarada eterna del maestro Jorge Villamil. Y digo eterna, porque es una canción icónica de la música colombiana —como muchas de sus composiciones—, con este nuevo traje orquestal de La Gran Rondalla Colombiana, generosa en instrumentos, con arreglos, producción y dirección del maestro Jorge Zapata, digno homenaje al gran Compositor de las Américas.
Billy Pontoni
Lo confieso: yo siempre quise cantar con La Gran Rondalla Colombiana, por el maravilloso arte emanado de cada uno de sus integrantes. Grabar con esta prestigiosa institución de nuestro patrimonio musical, bajo la dirección del maestro Jorge Zapata, me llena de emoción , puesto que hemos logrado una preciosa versión de Luna Roja, una de las magníficas obras del doctor Villamil, que ha traído enormes éxitos a mi carrera musical.
José Ricardo Bautista
Me siento muy honrado y complacido de ser partícipe del tributo que el maestro Jorge Zapata, a través de su institución musical, La Gran Rondalla Colombiana, le confiere a la enorme y digna obra del compositor Jorge Villamil. Su hermosa página Si pasas por San Gil caló perfectamente en el estilo romántico que he cursado como intérprete, y también como letrista. Es una canción paisajista, descriptiva, que narra en una breve crónica la belleza natural de ese emporio santandereano. Fue maravilloso reencontrarme en este trabajo con baluartes de nuestra música como María Isabel Saavedra, Isadora, Billy Pontoni, Fausto, y todos los que hicieron parte de este gran homenaje al maestro Villamil.
Fausto
Gracias al maestro Jorge Zapata y a La Gran Rondalla Colombiana por esta convocatoria a hacer parte del gran homenaje que, en la conmemoración de los noventa años de su natalicio, se le rinde al doctor Jorge Villamil Cordovez. Me siento muy afortunado de que me haya tocado interpretar una de sus letras emblemáticas, El Barcino. Me quedo corto en palabras para ponderar la extraordinaria obra del maestro Villamil, ejemplo de calidad y sensibilidad como letrista y ser humano, quien ha dejado para la posteridad una honrosa herencia para esta nación, que ojalá sepa corresponder con respeto y gratitud a su inmenso legado. Gracias, maestro Zapata, por este hermoso proyecto y por haberme tenido en cuenta.
Gabriel Arriaga
Me sentí muy feliz cuando recibí la llamada del maestro Jorge Zapata, quien me extendió la invitación para interpretar Espumas. Fue como haber cumplido un sueño, porque de niño me encantaba esta melodía, grabada en ese tiempo por el Señor del Bolero, el recordado y aclamado don Javier Solís. Creo que en esta versión que tuve el honor de interpretar, se rememora esa nostalgia de la original: una fusión de lo nuestro con tiples y guitarras, y el aporte de la cultura instrumental mexicana, típico en sus rondallas.
Fabio Polanco (compositor)
Mi tributo al maestro Jorge Villamil se titula Recorriendo a Villamil, y como su nombre lo indica es un viaje musical por algunas de sus bellas melodías, entre ellas Al Sur, Luna Roja, Espumas, El Barcino, entre otras, en las que dejo impreso mi sentimiento y admiración por el destacado compositor huilense. Cuando grabé la letra en las voces y guitarras del Dueto Cantoral, invité a mi oficina al maestro Villamil para que la escuchara. Me dijo que le había gustado mucho. Esta canción también es una de deuda humana que tenía con el doctor Villamil por un favor especial que él me hizo: una anécdota mayor que voy a compartir públicamente durante su homenaje en la ciudad de Neiva.