Crecí creyendo que era la hechicera malvada que había acabado con los Beatles. Creí a pie juntillas la leyenda negra: le había pagado un camionado de plata a un brujo de Buenaventura para mantener confinado a John en el edificio Dakota, mirando por la ventana el Central Park mientras se atiborraba de porros y masturbación durante buena parte de la década del setenta. Era fea, japonesa y artista conceptual. Verla en el escenario cantando Cold Turkey al lado de su esposo, de Eric Clapton, de Mitch Mitchell era un anticlímax. Esos ruidos espantosos que hacía mientras estaba metida en un saco le daban a uno ganas de ahogarla.
Yoko Ono le sacó a la gente más sofisticada su lado más machista, su lado más racista. En el afán de encontrar culpables porque el sueño terminó, nunca le creímos a la única fuente confiable, la única persona que realmente la conoció: John. Y John decía que él era la morsa pero después de entrar a una exposición de Yoko en Londres, subir a una escalera, tomar una lupa y comprobar que la palabra en el techo era “Si” su vida cambió. La mejor creación de Yoko fue John. Ella fue la que convirtió a Lennon en el primer rockero activista de la historia, a un artista comprometido con la paz mundial, muchos años antes que a esa inmunda dama rosada de la Bono posara con niños famélicos en Ruanda, John gritaba, gramófono en mano, que la puta guerra se acabara.
Sí, el documental que Netflix estrenó en estos días, John y Yoko: Above us only sky, repleto de maravillosas imágenes de archivo, muestra cómo era el proceso creativo de la pareja mientras graban en 1969 el disco Imagine. La bruja malvada es más que la vaga echada en el piso que espera a su marido mientras este graba uno de los hitos de la historia universal: ella es la que da ideas, la que pone las palabras en la boca de él. Hija de uno de los banqueros más poderosos del Japón, los bombardeos norteamericanos durante la II Guerra Mundial le quitaron todo cuando apenas era una niña. En Nueva York, años antes de conocer al Beatle, era adorada y respetada por todo el mundo. Ella tenía la llave de NY y se la abrió a John. Con ella a su lado terminó siendo, al final de la historia, mucho más importante que Paul.
El documental que Netflix estrenó en estos días,´John y Yoko: Above us only sky´,
repleto de maravillosas imágenes de archivo,
muestra el proceso creativo de la pareja mientras graban en 1969 el disco Imagine
Después de Sgt Pepper’s el control del grupo fue asumido por McCartney. John, perdido en la heroína y los viajes lisérgicos, simplemente estaba harto. Nadie lo había preparado para ese viejo proverbio chino: “Cuida lo que desees porque lo puedes conseguir”. La fama era una carga demasiado pesada para ese humilde chico de Liverpool. Fue Yoko quien redireccionó su vida y su carrera. Al fin y al cabo Jealous Guy es mucho más bonita que Yesterday, e Imagine mucho más poderosa que Hey Jude. Fueron tres los discos que hizo justo a su esposa en la Plastic Ono Band y los tres discos son superiores a cualquier trabajo que haya hecho en solitario alguno de los otros dos exbeatles que valían la pena –pobre Ringo- y en los tres está la mano de Yoko.
Lo que pone los pelos de punta en el documental es comprobar que la letra de Imagine siempre fue de Yoko. En una entrevista radial en diciembre de 1980, pocas horas antes de que Mark David Chapman pasara a la historia como el groupie más radical y malparido, lo reconoció “Yo en esa época era muy machista. Debí haberle puesto en los créditos que era una canción de Yoko y mía. Ella tiene tanto mérito como yo”. Seamos racionales y creamos en lo único que vale la pena creer, en las fuentes, en los testigos y ahí están los técnicos y los músicos que los acompañaron en las sesiones: Imagine es el canto contra la guerra que Yoko puso en los labios de su esposo para que este terminara de cimentar su leyenda.
A Yoko nunca le importó lo que pudiéramos pensar de ella. Sin embargo, a los 86 años, no perdemos nada con pedirle perdón de rodillas. Perdón por habernos sacado el peor de nuestros lados.