Hoy quiero rendir homenaje a las mujeres indígenas de nuestro país. A esas mujeres que. según su concepción de la vida, representan simbólicamente con su cuerpo a la Madre Tierra (Ati Seynekun o Pachamama), base de la identidad de los pueblos indígenas. A esas mujeres cuyo rol ancestral de proveedoras de alimento les plantea los conocimientos relacionados al uso medicinal y alimenticio de la biodiversidad; a esas mujeres que trasmiten su lengua nativa cuando les dicen a sus hijos las primeras palabras desde la lactancia… A esas mujeres indígenas que en los últimos tiempos ven morir a sus hijos de desnutrición; a esas mujeres que han sufrido de las peores clases de violencia; la de género, la intrafamiliar y la del conflicto armado en gran parte heredadas de la cultura de occidente.
Y es que así, radicalmente, ha cambiado la existencia de la mujer indígena que pasó de ser toda una poesía por la concepción de vida aborigen, a una pesadilla descrita por los registros oficiales de su terrible y triste realidad actual.
Ati Quigua, una joven nativa arhuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta, comisionada indígena para la paz y ex primera concejala de su comunidad en Bogotá, alentada por los consejos y la sabiduría de los mamos (ancianos) de su pueblo, se ha dedicado a trabajar por los suyos, a hacerlos valer, a defenderlos y proteger sus raíces.
En uno de los documentos de su autoría registra que el Ministerio del Interior, a través de la Dirección Nacional de Asuntos Indígenas para el 2011, señala la existencia de 737 resguardos constituidos y legalizados que cubren aproximadamente 34 millones de hectáreas, y que tienen una población de 1 064 339 personas presentes en 27 departamentos y 226 municipios. En el Censo Nacional Agropecuario - CNA del año 2014 se identificaron 7406 comunidades indígenas en los talleres de cartografía participativa.
Apartes de sus estudios, los de Ati Quigua,
parecen sacados de una poesía, de una historia literaria.
Apartes de sus estudios, los de Ati Quigua, parecen sacados de una poesía, de una historia literaria. En ellos narra cómo las comunidades indígenas viven bajo el principio de la complementariedad y la armonía, bajo el principio de la reciprocidad, bajo el de la concepción cíclica de la vida, bajo el de la relacionalidad y bajo el principio ecológico de unidad en la diversidad donde la conciencia de vivir y saber “se constituyen en que todos son uno con el agua, la tierra, el aire y el sol; en pensamiento, corazón, espíritu y cuerpo; con las plantas, los animales, los minerales y la diversidad humana”. ¡Qué belleza! Y qué me dicen de cómo fusiona a “la mujer indígena en su relación con el agua, la tierra, la semilla y el fuego”, y cómo asegura que “contrasta con la racionalidad occidental que todo lo divide, lo separa y lo especializa”. Me emocionó mucho leerla en esos apartes que parecen de ficción.
Me encuentro con una mujer orgullosa y convencida de sus orígenes
tratando de salvarlos,
de abordar todas sus preocupaciones en una sola respuesta
Entonces comienzo por no entender en qué momento se empezó a perder tanta belleza; se lo pregunto y me encuentro con una mujer orgullosa y convencida de sus orígenes tratando de salvarlos, de abordar todas sus preocupaciones en una sola respuesta, de un solo jalón, como si no hubiera mañana. Y habla de las preocupaciones de la mujer indígena: la desnutrición, la violencia en todas sus manifestaciones, el machismo propio y el aprendido de “la civilización”, las terribles cifras de muerte de bebés indígenas al momento de nacer (¡250 por cada mil niños!) y de algo que suena muy aterrador y que yo creía impensable entre los nativos: el suicidio de jóvenes indígenas por desesperanza, por la pobreza. ¿Pero saben qué consideran pobreza? La que sienten que les está llegando por cuenta de la destrucción de la Pachamama, de la madre tierra, de la naturaleza.
Dice Ati que “los pueblos indígenas que tienen una economía de subsistencia consideran que la madre tierra es la mayor productora de bienes y servicios; es abundancia. En contraste, el origen del empobrecimiento es la economía de mercado que agota las fuentes de la naturaleza en aras de la producción de mercancías. Para las mujeres indígenas que tienen una estrecha relación con la biodiversidad, la privatización de la tierra al servicio de la generación de ingresos afecta más gravemente a las mujeres, por cuanto erosiona sus derechos tradicionales del uso de la tierra y acceso al agua entre otros”. Esto es como venido de un hermoso cuento, pero que termina en una horrible pesadilla de invisibilidad, negación, violencia y exclusión que las mujeres indígenas en su vida cotidiana.
La complementariedad y la reciprocidad son las dos perspectivas desde las que se percibe lo femenino dentro de las comunidades indígenas en Colombia que, según Ati, reivindican lo femenino como fuente originaria, mediante un proceso de colonización reemplazada por la invisibilidad, negación, violencia y exclusión que las mujeres indígenas sufren en su vida cotidiana y al interior de sus comunidades y organizaciones, influenciadas por el machismo patriarcal de occidente y en algunos casos el propio machismo de los pueblos indígenas, que con la influencia externa se ha venido fortaleciendo.
El documento de la lidereza arhuaca destaca cómo algunos hombres iku interpretan aquel mito donde el hombre es el árbol y la mujer es la tierra. Dice que “algunos hermanos varones Iku utilizan este mito para justificar que en las relaciones sexuales la mujer debe ir abajo y el hombre arriba; si la mujer va arriba se presentarán temblores porque ella representa la tierra. Ellos argumentan que el poder lo tiene el árbol. Esta es una interpretación machista de los hermanos varones. En el universo simbólico femenino del pueblo arhuaco, es claro el significado y rol de la mujer no corresponde a esta mirada reduccionista. Para la mujer iku se necesita volver a vivir la experiencia de la paridad, vivir bien, de acuerdo a la ley de origen”.
El triste panorama de las mujeres indígenas es que están hoy subordinadas a los hombres debido a su carencia de fuerza, legitimidad y falta de reconocimiento social que les confiere a los nativos la potestad para oprimir, explotar y violentar a sus mujeres.
Mi reconocimiento, admiración y respeto por el papel ancestral que han cumplido las mujeres indígenas de nuestro territorio.
¡Hasta el próximo miércoles!