Cuando Bogotá no era tan grande como ahora y todas las personas se aglomeraban en el centro de la capital, en el barrio de la Candelaria ocurrió uno de los actos más macabros y espeluznantes que han ocurrido en la ciudad. A la historia se le conoce como “La mujer de la pared” y durante años fue el tema de conversación de los cachacos que frecuentaban las calles de ese lugar.
En los años 1800, una joven que trabajaba como la encargada del servicio para una mujer de mucho dinero, fue golpeada, torturada y enterrada viva en una de las paredes de la vivienda en la que trabajaba en La Candelaría. De acuerdo a lo que se sabe de la historia fue la mujer adinerada quien motivada por los celos y envidia decidió quitarle a su empleada algo que ella no tenía, belleza.
Todo ocurrió una tarde cuando uno de los pretendientes de la señora vio a la empleada y le dijo un piropo, esto no le gustó para nada por lo que cuando el sujeto se fue, la atacó golpeándola en la cabeza. Según cuenta la historia, Trinidad, como se llamaba la mujer, decidió despojar a la joven de su belleza.
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Primero, le arrancó con sus propias manos su hermosa cabellera; después, le cortó el rostro con un cuchillo de oreja a oreja, haciéndole una terrorífica sonrisa para posteriormente quitarle con unas pinzas uno por uno los dientes. Finalmente, decidió terminar su tortura encerrándola en medio de dos paredes de la casa ubicada en Bogotá, con un espejo en frente para que viera el resultado de haberle quitado el hombre que le gustaba.
Después de algún tiempo, un soldado que fue a orinar detrás de la casa de Trinidad en La Candelaría, escuchó algunos lamentos que le parecieron extraños por lo que decidió avisar a las autoridades. Sus compañeros fueron a revisar; y aunque la mujer adinerada les aseguró que no tenía nada , ellos descubrieron la macabra escena.
Detrás de una puerta que había sido cubierta con bahareque, sobre excremento y gusanos estaba la empleada, desfigurada. Trinidad fue condenada a 10 años de prisión, dentro de una celda murió y su criada despojada de su belleza, tuvo que conformarse con ser limosnera en el mismo barrio.