Un grupo de hombres armados ingresó a una humilde vivienda en zona rural del municipio de Bolívar, y masacró a los hermanos Rivera. Hemos podido observar las imágenes de los cuerpos sin vida de estas personas en un contexto propio de ese Cauca profundo, en el que la gente vive en un estado más que precario, de extrema penuria. Habitaban una vivienda levantada sobre una colina de tierra yerma, dura, agrietada por un sol que debe ser inclemente. El interior del rancho parece una extensión del paisaje; suelos de tierra, paredes de barro crudo, techumbre, colchonetas sobre el piso, ropas desastradas.
La escena genera una gran sensación de desolación que solo se vive en esos lugares remotos, donde las distancias se erigen como un muro que los separa del resto del mundo: a tres horas del caso urbano de Bolívar, dice el reporte.
No se sabe por qué los mataron, las hipótesis son las de siempre, las que están en la boca de los funcionarios cuando los entrevistan: “Probablemente se trata de ajustes de cuentas por negocios ilegales relacionados con el cultivo de ilícitos o la minería. En realidad nadie sabe quién o porqué los mataron, solo lo saben sus asesinos. Los hermanos también sospecharían algo pero se llevaron el secreto a la tumba.
Esta nueva masacre se quedará en el olvido, como tantas otras que han ocurrido en el Cauca. La muerte de estos tres hermanos solo les importará a sus familiares, si es que los tenían, a su entorno cercano. A nadie más. Las investigaciones serán infructuosas, los expedientes acabarán sepultados entre montones de papeles en algún despacho de la justicia colombiana. Allá no se puede entrar a recoger testimonios, no hay testigos y si es que los hubiera, nadie va a decir esta boca es mía.
La muerte de estas personas, de cuyas vidas precarias, trabajosas, casi rupestres, nadie sabía hasta hoy se convertirá en una simple estadística. Incomodarán hoy y tal vez mañana, a los funcionarios del Gobierno Departamental o las autoridades de Policía y Ejército, que tendrán que dar declaraciones a medios locales y nacionales, a los que se quitarán de encima con un discurso repetido muchas veces, con algunas variantes, según el caso, en el que aseguran que se hace todo lo que se puede, pero que estos homicidios son producto de disputas territoriales por el control de las rutas y la producción de coca; que como Gobernación realizan el acompañamiento y que le piden al Gobierno nacional que aumente su presencia, no solo de Ejército y Policía, si no de la institucionalidad y que haga inversión social en estos sitios que han sufrido un abandono sistemático. Y listo. A otra cosa.
También fue asesinado el artesano Yesid Caña en Caloto, el comerciante Mauricio Capote que había sido secuestrado en Totoró, un joven de 23 años en Mercaderes y, como si fuera poco, también este fin de semana detonó un carro con explosivos en el municipio de Argelia causando graves destrozos. Este es el Cauca que tenemos, que se desangra sin remedio ante la impotencia del gobierno Departamental y la indiferencia del Nacional, el que se empeñó en hacer trizas la paz y bien que lo logró.
