Que la carretera por donde transitó la camioneta siniestrada del cantante Martín Elías no resiste un cráter más, no lo sé. Que no hubo un solo puesto de control de Policía pese a ser un Viernes Santo, tampoco lo sé. Que a pesar de existir varias casetas de peajes, la carretera es una trocha inhóspita, ni idea. Que el conductor levitaba a 220 o a 120 kilómetros por hora, lo saben él y Dios, aunque su palabra pese contra la de un mudo. Que la culpa fue de ANI o de Ana, costura para mis labios.
Las anteriores son algunas de las conjeturas tejidas alrededor de la temprana desaparición de Martín Elías por parte de sus seguidores y fanáticos, quienes presenciaron expectantes y con lupa el discurrir de las honras fúnebres de su "dios". Verdaderas o reales, o hipotéticamente falsas, lo cierto es que perdimos a un artista de 26 quilates, cuya suerte resultó negra como negro el nombre del lugar donde fue siniestrado.
Pero entre otras especulaciones de la opinión pública en torno al factor principal que desencadenaría el fatídico accidente se ha posicionado una máxima como común denominador: la atribución a Dios de una presunta represalia como castigo a la no veneración de los días santos. Particularmente, pienso que el siniestro de Martín fue, sin duda alguna, de origen netamente humano. Nada de señales ni de castigos "divinos", porque los castigos solo son feos. La única fuerza superior que pudo incidir para que se registrara tal tragedia fue la de la camioneta chatarrizada del joven artista, en cuyo lomo pesa ya un acta de defunción.
Por otro lado, si algunos tenían que morir por esta supuesta violación a los días sagrados, esos debieron ser los que justamente arribaron a las playas a bailar y a libar en vez de ir a comer obleas a la iglesia, y no aquel que llegó a cantar en función de su sustento. Personalmente, no inculpo a Dios por injerencia en este infortunio, aunque sí por negligencia y permisividad, defectos arraigados en él desde tiempos inmemoriales. Pero quienes sí lo sindican indirectamente son aquellos piadosos puritanos con el machacado cuento de atribuirle tales muertes a su voluntad, como si su 'hobby' hoy, que sí fue el del Antiguo Testamento, fuera el de estar destripando gente a tutiplén.
De otra parte, algunos de sangre anfibia como la periodista María Antonia García, de El Tiempo, no se centraron ni en la causa, ni en la magnitud de los hechos, ni en abrir un espacio de lamentaciones en sus redes, sino en arremeter contra el extinto artista por los antecedentes penales de su padre. Por eso propuse, dado que su infortunado comentario fue consignado un Viernes Santo, día en que también murió Martín, crucificarla a ella en vez de Jesús.
Por último, a los cristianos que reclamaron por el protagonismo que ganó la muerte de Martín Elías ante la de Jesucristo, les aclaro que la del primero es noticia fresca, de este año, de este mes, de estos días, y la del segundo, de tiempos milagreros y de resurrección.