“Colombia, Despierta!” así se llama la nueva plataforma de la derecha de cara a las elecciones del año próximo, que en realidad será la celebración de un segundo referendo, un “No!” a la paz pero más definitivo, porque ese será el mandato del próximo presidente: desmontar lo poco que hay del acuerdo de paz.
Lo que pasó la semana pasada es bastante ilustrativo. El gobierno ha estado arrastrando la JEP por semanas, sin resultados. El Congreso no tenía ningún interés en votar y sacar adelante la ley estatutaria, porque el gobierno ya no tiene nada que ofrecerles y temían el castigo en las urnas. A punta de maniobra y amenazas, finalmente, aprobaron una monstruosidad. El gobierno está celebrando ese adefesio de ley que aprobaron, porque cuenta con que la Corte Constitucional, desafortunadamente tan politizada como está, se lo corrija. Quizás así lo haga, pero así mismo podrá reversarse, como lo ha hecho antes. La Corte sabe que no tiene argumentos honestos para defender el doble rasero que se ha dado al tratamiento de los crímenes contra la humanidad y es francamente una indecencia que hayan ampliado la cláusula de impunidad. Igualmente sabe, que las Farc no pueden entrar al Congreso hasta que no le hayan respondido a la justicia y a las víctimas por lo que hicieron, punto. Inventarse jurisprudencias circulares que contradicen los compromisos que Colombia ha adquirido en materia de derechos humanos y que ella misma ha revisado, no tiene presentación.
El gobierno pasó años jurándole al país que todo lo que se acordara,
seria refrendado en las urnas,
y cuando el resultado no le gustó, decidió imponerlo de todas maneras
Ese acuerdo se está muriendo. Y esta muerte lenta no es de ahora, aunque sea ahora que se estén dando cuenta los interesados. Y es que fue una paz fundada en mentiras. El gobierno pasó años jurándole al país que todo lo que se acordara, seria refrendado en las urnas, y cuando el resultado no le gustó, decidió imponerlo de todas maneras. También dijo que nunca les iba a entregar curules a las Farc, y que podía grabar en piedra la promesa de que no subiría los impuestos. Que el proceso de paz iba a redundar en un surplus que llevaría prosperidad a todos los sectores, porque la plata que ya no tendría que invertirse en la guerra iría para las escuelas, la salud, la dinamización de la economía. Pero nada de eso ha pasado. Este año de recesión no declarada, el gobierno ahorcó a los empresarios con una reforma que hundió todo el emprendimiento, y que se suponía que era para recaudar los recursos necesarios para implementar la paz, una paz que hasta hoy no ha visto el primer resultado.
Se ha avanzado tan poco en la implementación, que lo único que se puede concluir es que el gobierno le incumplió a las Farc. Y ellos ya lo saben. “Santos nos traicionó también a nosotros y se va a lavar las manos echándole la culpa a Uribe” dicen en los campamentos. Tienen sus razones. La operación de reinserción y reintegración de combatientes básicamente se redujo al desarme. Y luego, los abandonaron a su suerte. Ni provisiones básicas, alimentos, servicios sanitarios y de salud, los programas de educación prometidos. Nada. Por eso no sorprende que las tasas de deserción sean tan alarmantes, ni que se haya disparado la extorsión de esa manera tan escalofriante.
Santos nos traicionó también a nosotros
y se va a lavar las manos echándole la culpa a Uribe,
dicen en los campamentos
La comunidad internacional, que antes celebraba el acuerdo, ha venido advirtiendo por todos los medios, incluso públicos para molestia del gobierno, que el acuerdo va camino al fracaso. Hace apenas unos días estuvo en Colombia Jeffrey Feltman, el Subsecretario General de Naciones Unidas para asuntos políticos. En el comunicado oficial advierte de “la preocupación que tenemos sobre la manera como ha evolucionado el proceso de paz en los últimos meses”. Le sucedió en visita la fiscal de la Corte Penal Internacional, informando que están aumentando el número de “casos en observación”, lo que significa que se están preparando para tener que intervenir en Colombia tarde o temprano. A eso súmenle que los Estados Unidos, que ven con tanta preocupación el incremento de hectáreas cultivadas de coca, han dejado bastante claro que no tienen interés de sacar a las Farc de la lista de organizaciones terroristas, ni renunciaran al pedido de extradición que pesa sobre los comandantes.
Pero ojo, que no se levanten a celebrar tan rápido los que tanto se han opuesto a este proceso. No les conviene el regreso a la violencia, ni que intervenga la Corte Penal Internacional, porque no olvidemos tampoco que las Farc no son las únicas que tienen las manos manchadas de sangre. Que no sea que se les cumpla aquello de que “con la vara que mides serás medido”.