El Espectador tituló una de sus noticias así: Volvió el horror: 43 mascares en Colombia en lo que va del 2020. Ante tal cruel y real titular no cabe más que preguntarse: ¿qué significa esto para un país en un proceso de paz?, ¿alguna vez se fue tal horror?, ¿qué se puede hacer ante esto?, ¿es normal esto en Colombia?, ¿acaso se ha normalizado la muerte?
Ante estos hechos el decir de una gran mayoría de colombianos es de “siempre ha sido así”, “se habían demorado las limpiezas sociales”, “seguro los mataron por estar haciendo algo ilegal”, “si los mataron no fue por buenos”, “eso les pasó por estar buscando lo que no se la había perdido”, “por algo fue”, entre otras. Son precisamente este tipo de pensamientos los que han puesto en nuestro lenguaje palabras como “desaparecidos”, “sospechosos" y “masacres” para darle un significado y una forma de normalidad ante tanta muerte.
En Los orígenes del totalitarismo, la filósofa Hannah Arendt nos invita a preguntarnos qué significado tiene el concepto de asesinato cuando nos enfrentamos con la producción en masa de cadáveres. La inverosimilitud de estas muertes nunca puede ser abarcada completamente por la imaginación, por la simple razón de que permanece al margen de la vida y la muerte. Pues al ser descritas por los medios de comunicación y las redes sociales se les dota de un sentido lejano u distante de toda realidad, ya sea con la intención o sin ella.
Lo que genera en el sentido común y en la "gente normal" una normalización de la muerte y una aceptación de estos hechos, pues han creído que ese es el orden de las cosas. Además, no conformes con esta postura, se niegan a creer, pensar y ver las cosas de otra forma. Decir que siempre ha habido guerras, que las matanzas en las poblaciones son comunes y que la violencia ha estado siempre en nuestra historia lo demuestra. Se supone entonces que el asesino deja un cadáver tras de él y borra todo rastro de su acción para evitar alguna sanción (si se encontrase a dicho asesino); destruye una vida y consigo el hecho que existió, por eso en Colombia no se muere, se fabrican cadáveres.
¿Qué significa entonces que en Colombia se fabrican cadáveres? Que nos olvidamos del dolor detrás de esa muerte de ese ser que dejó de ser para convertirse en una estadística más de un discurso. Y es así como se comete al acto más terrorífico cometido por el hombre, el robarle el fin de su vida, pues no solo bastó con negarle la vida, sino también con negarle la muerte. El filósofo Argentino Darío Sztajnszrajber firma: “Enajenarle al otro incluso su muerte, robarle el fin de su vida, es una de las formas más acabadas de la deshumanización”.
Permanece con nosotros el horror de esta deshumanización, pero también nos permanece la verdad de que cada final contiene necesariamente un nuevo comienzo; uno garantizado por cada colombiano que siente el dolor del otro como suyo, que busca el bienestar del otro como si fuese suyo, que siente que el otro no es cualquiera y que si alguien ha sido asesinado, borrado y desaparecido aún existe.